Un buen profesional,
periodista, entrado ya en años que lleva los achaques de la edad con una cierta normalidad y tranquilidad, aunque una de esas molestias sea la de estar perdiendo la vista gradualmente, poco a poco.
Un día
acompaña a su mujer a una revisión médica y recibe una noticia
poco esperanzadora. Su esposa tiene un cáncer de riñón y de pulmón, con
metástasis en otras partes del cuerpo. Muy pocas esperanzas de vida.
FOTO TOMADA DE INTERNET |
La reacción
del hombre no se hace esperar: «Rezaré más, y con más confianza, para que
el Señor me de salud y me arregle un poco los ojos, para que pueda cuidar
a mi mujer con amor y cariño, hasta que sea necesario». Y como lee con
frecuencia el Nuevo Testamento, se le ocurrió añadir. «Como siempre; lo
que Dios ha unido que no lo separe el hombre».
Una buena
empresaria
, madre de cinco hijos, abandonada por el marido después de
quince años de matrimonio. Lleva adelante con serenidad y paz a
sus criaturas, que van creciendo y son ya hombres y mujeres hechos y
derechos; un par de ellos ya están casados.
Después de
años de no saber nada del marido; no de ex-marido porque seguían siendo
marido y mujer-, recibe la noticia de que el hombre está muriendo de
una enfermedad degenerativa, en una clínica de una ciudad vecina.
Sin
decir nada a nadie fue a visitarlo un día. El hombre, sorprendido al
verla, abrió su corazón en lágrimas. Tras unos minutos de silencio comenzó
a hablar pidiendo perdón por lo que había hecho abandonándola a ella y a
sus hijos; por haber vivido con varias mujeres; haber dejado su Fe, y
haber llegado casi a la ruina por su mala vida.
La mujer le
sonrió, le saludó con cariño, le besó en la mejilla, y le dijo que dentro
de un par de días, si no tenía inconveniente, vendría con sus cinco hijos
para que les viera y hablara con ellos. Y antes de marcharse, le preguntó
si quería que avisara al sacerdote de la clínica para que viniera a estar
un rato con él. El hombre titubeó: «¡Hace ya tantos años!, musitó»; y al
final, respondió: «Si, gracias».
La familia
llegó a tiempo de vivir con él la última hora de su vida. Cuando estaban
cerca de la habitación, vieron al sacerdote que acababa de dar al
moribundo la Unción de los enfermos. El hombre pudo saludar y pedir perdón
a todos sus hijos. Y ya a punto de expirar, se dirigió a la mujer alcanzó
a decir: «Lo que Dios ha unido...»; y llorando los dos, él entregó su
alma.
Publicado
originalmente en Religión Confidencial
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