Estando en una conversación informal sobre algo de todo, me vino a la cabeza el comportamiento de los okupas.
Cuando encuentran una casa libre, sin la presencia del dueño, van y la ocupan. La hacen suya, aunque generalmente maltratando la casa. Además no suele ir uno sólo, van varios porque así hacen más fuerza y se ayudan.
Bueno, pues esto lo paso a cada uno de nosotros que somos casa de Dios, un templo en donde El habita. Está como amigo inspirándonos, defendiéndonos y cuidando la casa. Pero ¡ay!, si le echamos de casa (por el pecado mortal, o el olvido) y la casa queda vacía de Dios, entonces rápidamente vienen los okupas.
Los okupas del alma, lo adivinas, son el demonio y sus secuaces (las malas amistades, libros que hacen daño, formación perversa, odio…) y la convierten en casa del demonio y a veces con muchos a la vez. Somos legión se dice en una ocasión en el Evangelio.
Pero el Señor les manda y se van, y a su vez el Señor se apoya en nuestra oración y mortificación. Tenemos que querer también nosotros, que se vayan, y eso lo mostramos en la oración.
¿Cómo dejan la casa de nuestra alma? Desde luego dañada y debilitada, sin barrer.
Nosotros con la ayuda de los ángeles buenos, de la Ss. Virgen y, desde luego, del mismo Señor, podremos ir rehaciendo y embelleciendo la casa, restaurando todo y dejando un gran lugar para Dios, para la Santísima Trinidad, que es donde desea estar, siendo el piloto que nos ama y nos lleva al cielo.
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