Alabo el afán de limpieza que se extendió a un gran número de personas de toda condición. Lavan las manos muchas veces al día, cogen desinfectante en los distintos establecimientos y lo mismo en las iglesias. Incluso hay personas que llevan su propio desinfectante a mano y lo usan a cada paso.
Todo se hace para defendernos de un posible virus que no vemos por donde anda, pero que nos puede coger en donde menos lo pensamos y llevarnos al hospital.
Pues esta limpieza del cuerpo, por afán de vivir, debe tenerse también en nuestro interior. Ya Jesús reprochaba a los fariseos que limpiaban la copa por fuera pero por dentro eran como sepulcros blanqueados (Mt. 23, 23-26).
Entonces ¿hay que limpiarse por dentro?
Desde luego, nos va en ello la vida espiritual y la vida eterna.
Pero ¿qué medios tenemos para quitar las manchas o la podredumbre del alma?, o sea para quitar el pecado, que nos afea y destruye.
1.-el
primero es la confesión sacramental. También llamado sacramento de la misericordia, porque ahí
siempre hay misericordia por parte de Dios. Es fácil.
2.-luego para los pecados veniales viene muy bien el agua bendita y las indulgencias.
3.-también cuando no tenemos sacerdote que nos confiese, está el arrepentirnos delante de Dios diciendo por ejemplo “Dios mío, perdóname”, por ejemplo, o algo parecido, pero decirlo con todo el corazón, incluso decirlo varias veces para asegurarnos del dolor y propósito. Esto es como el desinfectante llevado en el bolso, se puede usar en cualquier momento. Luego, cuando podamos, nos confesamos, pero ya en ese momento quedamos perdonados.
4.-la oración también nos acerca a Dios y nos mejora o nos inspira la conversión.
Como hay mucho que limpiar, esta petición de perdón debemos practicarla todos los días e incluso varias veces al día.
Hay una jaculatoria que nos puede ayudar y que decía muchas veces el beato Álvaro del Portillo: “gracias, perdón, ayúdame más”.
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