lunes, 28 de agosto de 2017

Visitas a sacerdotes enfermos o ancianos




Desde hace tiempo que visito a sacerdotes ancianos o enfermos en sus casas. A veces en la casa sacerdotal. Estas visitas las intensifiqué por seguir el consejo  que dio el Sr. Obispo a los que damos retiros a los sacerdotes. Nos dijo que siempre preguntáramos por si había algún sacerdote enfermo o que no sale de casa. Si los hay, y casi siempre los hay, le podíamos hacer una visita.

Uno de los primeros en visitar fue un sacerdote llamado Ricardo que el médico le aconsejó reposo y por tanto no salía de casa. Fui a verle después de enterarme de los  detalles de en donde vivía. Como es normal le avisé  de la visita y al llegar me hizo pasar, me contó sus cosas yo también le conté los temas del retiro y quedó muy agradecido y muy contento,  igual que yo. La verdad  es que siempre salgo contento de estas visitas.

Luego fui a ver a D. Manuel que ya está retirado y apenas sale de casa. Esta fue la historia:
D. Manuel y D.Jaime

Por unas circunstancias providenciales, que no son del caso contar,  me  saludó en el Hospital un matrimonio que hacía mucho que no veía. Me dijeron de donde eran: una aldea perdida en medio de una llanura,   con grandes zonas de cultivos,   intercalados con pequeños bosques.

Me acordé que allí tenía un viejo amigo sacerdote que no sabía nada de él y entonces  les pregunté por él y me informaron perfectamente. Me dieron los datos de donde vivía ya retirado y cuidado por una familia. En ese momento hice intención de ir a verlo, pues ya tenía 88 años y podía encontrarse con cierta soledad.

Como no sabía bien el camino puse el GPS, un sábado por la mañana,  y me lancé a ver si lo encontraba. 


Fui a parar a una zona que no tenía nada que ver con lo que yo buscaba. Tanto es así que le pregunté a un paisano por el sitio y me  dijo, con una expresión castiza gallega que no se puede reproducir, que era muy complicado explicarlo. 

Volví a casa y llamé a un colega, que vive por esa zona, y me dijo  el recorrido detallado   que fui escribiendo.

Ya el domingo por la tarde, seguí los pasos indicados por mi amigo y llegué correctamente.

Nos saludamos, el sacerdote mayor y yo, nada más vernos,  y me pasó a la cocina, a la lareira,  que tenía una hermosa temperatura.

 Hablamos largo rato, más de una hora, y me contó  bonitas  historias de su juventud. Cuando llegó la hora de despedirnos  le pedí que rezara por los curas y me dijo que todas las noches rezaba  15 padrenuestros por 15 intenciones distintas: por los familiares difuntos, por los feligreses de todas las parroquias de las que fue responsable, por personas singulares, el Papa , los curas…etc

Me quedé muy contento de ese detalle tan tierno  y ya para terminar le pedí que me diera una bendición. Quedó como dudoso, pero le dije que los curas bendecimos. Es lo nuestro. Entonces me dio una bendición sencilla y clásica e hizo la señal de la Cruz (varias), y luego como de propina me añadió: Sigue los pasos de Jesús y habla de sus enseñanzas

Luego  me cogió la mano y  me la besó y yo cogí la suya y también besé aquella  mano que tuvo tantas  veces el Cuerpo de Jesús y dio tantas  maravillosas bendiciones.

 No hace falta decir que marché de allí feliz y contento.

Otro día me enteré de D. José Antonio que tiene  bastante dificultad para andar. Fui a verle y hablamos sobre todo de cosas de hace años y también le pedí la bendición al marchar. He visto que dar la bendición les refuerza a los sacerdotes en su misión sacerdotal. D. José  se resistía y me decía que era yo quien tenía que bendecirle a él, pero al final le convencí y me dio la bendición. Luego volví otras veces a verle,  solo o con otro y siempre es un motivo de alegría.

En una conversación entre compañeros, me enteré de otro sacerdote   que estaba en un lugar apartado y ya no salía ni para decir la Misa. Llamé al arcipreste para ver que me aconsejaba y seguí sus consejos. No fui solo, me acompañó otro sacerdote y  a  veces voy también con un seminarista mayor. Entre dos  o tres la conversación es más animada.
 Nada más llegar me pidió confesión pues hacía bastante tiempo que no le visitaban sacerdotes o al menos eso él creía. Me enseñó la casa y la huerta. En  la huerta pudimos conversar con calma y también probar las cerezas cogidas  directamente del árbol. Era tiempo de cerezas.

Vi a bastantes más. D. Ramón, otro D. Manuel etc. La visita a alguno me obligó a rezar mucho pues no tenía suficiente confianza con ellos o estaban en una situación difícil. Pero al final Dios no se deja ganar en generosidad y hace  maravillas.                                    

También fui a ver a uno que fue compañero de curso y que hace años dejó la vocación, no estaba enfermo pero ya tiene años. Había estado en contacto con él especialmente por medio del teléfono, pero desde hacía días  o incluso semanas sentía un algo interior de ir a verlo.
 Pensaba que quizá se encontraba solo y me decidí llamarle e ir a verle.
Cuando llegué cerca de su casa ya  estaba esperándome en la carretera para que no me perdiera. Me hizo pasar y charlamos de todo, estaba visiblemente contento de que fuera a verle y quedamos en comer juntos más adelante.

Estuve a solas con él un ratito y pude ver cómo iba espiritualmente,  animándole a seguir firme en la fe. Él también  quedó en rezar por mí y por las vocaciones.

Espero que esta cultura de la amistad y de la atención a los más débiles cunda y sea algo habitual y no nos olvidemos de quienes ya no están en activo, pero han hecho mucho por el Reino de Dios, y merecen un  agradecimiento.

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