Estuve preparando la homilía del domingo primero de
Adviento. Las dos venidas, una en humildad que aun dura en la presencia
de la Eucaristía y otra en Gloria al fin
de los tiempos.
Con tal motivo me acordé de una anécdota de hace años,
cuando vino el Papa Juan Pablo II a España por primera vez.
Estuvo unos 9 días recorriendo ciudades del norte y del sur
y el día noveno vino a Santiago. Misa en
el aeropuerto de Labacolla, acto
europeísta, anécdotas, despedida etc.
A los pocos días me encontré con un amigo, persona de
estudios y le pregunté qué le había parecido la venida del Papa. Él me contestó: El Papa vino y marchó (Veu e marchou).
La venida de Cristo para muchos puede ser algo parecido:
Jesucristo vino y marchó. No dejó huella, no trajo nada… y sin embargo hay que recordar a los que están adormecidos,
embotados, que Cristo trae la Verdad (en
la Palabra) , el Amor y nos trae a Dios. Hay que aprovechar esa venida disponiéndonos
al encuentro con Él.
Todo esto es muy
interesante para alguien que piense y se dé cuenta del daño que hace el pecado, las
heridas, que por estar sin curar, supuran
y destrozan toda la vida. Es decir el pecado trae destrozos que a veces no
queremos ver.
Pues bien el remedio está claro, hay que confesarse preparando ese encuentro, limpiando la casa. Dios está dispuesto a restaurarla.
Además Cristo vino pero no marchó, sigue esperándonos en la Eucaristía : el tesoro que causa asombro a los cristianos y también a los no creyentes, si se les explica.Pues bien el remedio está claro, hay que confesarse preparando ese encuentro, limpiando la casa. Dios está dispuesto a restaurarla.
Con Cristo vivimos en la verdad de lo que somos, nos dejamos
impregnar del Amor y vivimos el amor hacia los demás y tenemos a Dios. Sin Dios
somos como una casa abandonada. Es decir una ruina.
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