Regresé a casa a las 12 de la noche, después de atender una vigilia de la Adoración nocturna: Charla,
vísperas, Misa y adoración.
Pasé por una calle en donde hay un cine. Al ir a la
adoración vi por allí una cola de unos
100 metros, de gente muy joven, que esperaba pacientemente para entrar.
Me entró la curiosidad y pregunté a dos que estaban sentados
en el suelo fuera de la cola, que película había que fuera tan interesante. No era
una película sino un cantante.
Pude darles interiormente una bendición a todos, pero no me
acordé. Pensé más bien en mis reuniones con jóvenes, en las que desde luego no
hay semejantes colas. Ya me gustaría.
Pero el contraste fue ver poco más adelante a un sin-techo
que conozco, acostado, tapado con una manta, que se guarnecía en los recovecos de un banco
cercano, un edificio moderno que a esa hora no tiene vigilancia.
Dormía plácidamente, indiferente
a su entorno, sin complejos. Pensé en tantos que tienen buenas camas y el calor de una casa, pero que no son capaces de dormir. Dios reparte
sus dones.
Con este señor hable varias veces y me contó su historia y también
lo que le dice a la gente que le hace
encuestas. Sus reflexiones suelen ser sensatas y pensadas.
En una ocasión llegó a mi despacho dando gritos: ¡me muero!
¡Me muero! Tenía mal aspecto y todo podría ser.
Yo le dije, si te mueres y vas a presentarte delante de
Dios, tendrás que confesarte. No vas a ir así. Me dio la razón y se confesó.
Luego marchó
contento y supongo que en el cielo, su
Padre Dios, también quedaría contento
con ese hijo suyo, a quien también quiere
y mucho.
Con estos pensamientos, me fui a la adoración y estuve de animada conversación con el Señor.
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