Estos días despertamos con humo en la atmósfera. El calor y
la sequía están haciendo incendios por todas partes en los montes de Galicia, y se nota.
El incendio viene generalmente de varios descuidos y de la
primea chispa. No sé lo que ocurre en los montes, pero otros incendios más
cercanos son el fruto de varios fallos.
Yo fui testigo directo de un incendio en una sala de estar. Los
descuidos fueron varios y todos unidos
llevaron a ese incendio. Estos descuidos fueron no tener la estufa apagada en
su interruptor y no en la llave, dejar un sillón pegado a la estufa y no se veía. Todo eso sumado produjo
que uno que llego a la sala, encendió todas las llaves y por tanto también la que llevaba a la
estufa y al poco rato la estufa encendía el sillón. Cuando nos dimos cuenta ya
tenía fuego vivo.
Para apagarlo se aisló el sillón, se trajo agua y uno golpeaba
el fuego con un cojín. Todo fue inútil pues el fuego era vivo como dije. Si se cogiera al primer chispazo otra cosa sería. Al
final hubo que acudir al extintor. Ese fue eficaz y rápido.
El secreto es evitar descuidos y apagarlo al principio,
cuanto antes. Se impone cuidar los
pequeños detalles, darles importancia y
luego si surge el chispazo, aislar y
apagar rápidamente.
Todo esto viene a
cuento porque en la vida espiritual, en las almas hay que hacer algo parecido:
cuidar lo pequeño, darle importancia a los detalles y si surge el chispazo de la ira o de la envidia o de la lujuria, entonces apagar inmediatamente con la oración y
mortificación, dejar rapidamente la ocasión de pecado.
El extintor es la conversión que se concreta en la
confesión. También Pedro, cuando niega al Señor, luego sale de aquel ambiente
que le perjudica y lleva al pecado y finalmente pide perdón al Señor.
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