Hoy, primer viernes de mes , fui a ver a una señora que, según
me dijo su hija , apenas podía salir de su casa, eso
que tienen ascensor.
La llamé por teléfono y le ofrecí la comunión y me dijo que si.
Tardé un rato y fui a verla. Yo no la conocía de antes. Era una señora mayor
que había tenido 8 ó 9 hijos y había militado en el camino neocatecumenal. Incluso
había ayudado, como voluntaria, en un seminario
Redentoris Mater.
Tenía al alcance de la mano, un túnica blanca que la puso una noche de Pascua cuando
terminó ese camino de formación
postbautismal, como expresión de una vida nueva en Cristo Jesús. Eso me lo fue contanto durante la conversación.
La tenía allí porque
quería que se lo pusieran al morir. Le traía tantos recuerdos buenos y tanto
agradecimiento a las misericordias de Dios.
Me habló , también , de la muerte, sin miedo y con gran esperanza y me dio un bonito ejemplo
de confianza en nuestro Padre Dios.
Para mí fue una novedad gozosa saber esta práctica. Como para agradecerlo
también a Dios.
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