Vi con asombro la
noticia del incendio de la catedral de Nantes. Se perdieron cosas muy valiosas
como el estupendo órgano o las vidrieras.
Eso es lo que se ve a primera vista,
pero también se perdió la presencia eucarística de Jesucristo en el sagrario, pues si no le tocó el
incendio lo quitarían, y se perdió un
lugar en donde resonaba la palabra de Dios o donde había gente que se reconciliaba con Dios.
Dicen que pudo venir el incendio desde alguien que no necesitaba la llave para entrar o que tal
vez se escondió dentro. Porque las puertas no estaban forzadas. Quizá el
enemigo estaba dentro.
Me parece todo un símbolo de lo que pasa hoy con mucha gente.
Son catedrales, tienen grandes tesoros dentro, como la fe, la gracia de Dios, la
caridad, pero el enemigo se ha colado dentro de sus vidas y ha provocado un desastre. Sólo queda la
fachada y poco más.
Pero nos podemos recuperar y estar como antes: para eso está
el gran sacramento de la confesión que
nos restaura plenamente.
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