Caminando entre árboles, con la buena compañía de dos seminaristas, cerca de San Cayetano, encontré un chico que caminaba por mi misma calle. Íbamos hacia
la feria.
Como yo le vi la pinta que tenía, metí la
mano al monedero y cogí unas monedas para dárselas, si me pedía ayuda.
Así fue, se acercó, y
con sencillez me pidió una pequeña ayuda.
Se la di, pero aproveché para preguntarle de donde era y cuál era su nombre. Casi
siempre lo hago, pues me parece más
humano entablar una breve conversación. Me dijo su nombre y me contó que era
de Baracaldo.
Yo tengo una antigua admiración por los vascos , pues conocí
a algunos y siempre me parecieron muy buena gente. Entonces le hice una pregunta un
poco más comprometida ¿Cómo siendo de Barakaldo, te has quedado en Santiago?. La
respuesta fue fantástica. Llevo aquí
cuatro años y me enamoré de Santiago.
Ahí quedó, de momento la conversación, y nos despedimos. Pero
como íbamos por el mismo camino, se acercó de nuevo y me dijo algo que me
alegró mucho: “Rece por mi”.
Le prometí hacerlo aquel mismo día, pero yo también le pedí sus oraciones,
pues , como le expliqué, Dios escucha la oración del pobre cuya oración atraviesa las nubes y llega directamente a Él. Su oración es muy valiosa.
Detrás de aquel joven mal vestido había un corazón que latía
bien, y vi a unos padres que le educaron
en la fe y que quizá están sufriendo un poco. Eso, ya no lo sé.
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