Hace unos días bauticé a Mauro un niño de algo más de un año y muy despierto. No pongo la foto por aquello de la protección de datos.
Lo bautizamos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu santo, entraba en esa familia, unido por el bautismo al Hijo, a Jesús.
Al final de la ceremonia, siguiendo el consejo del ritual, le pedí al padre que lo levantara delante de la Virgen, que lo pusiera delante de los ojos de la Virgen, para pedir su protección.
El padre tomo al pié de la letra mi sugerencia y levantó al niño lo más que pudo y estaba casi cara a cara con la imagen de la Virgen de la Paz, que estos días está a un lado del presbiterio por ser el mes de mayo.
Cuando miré para al niño mientras todos decíamos una oración a la Virgen, vi como Mauro acariciaba las manos y la cara del Niño Jesús que se presentaba en brazos de María y, por tanto al alcance de las manos de Mauro.
Pensé entonces que
hemos de aprender de la sencillez de los niños y tratar a Dios así, como los niños pues delante de Dios somos más pequeños que un niño de dos años. Y por tanto: amarlo,
acariciarlo, obsequiarlo. A Dios le gusta. Que no nos dé miedo hacerlo.
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