Oí tantas veces esa palabra: feliz Navidad, que me he planteado si realmente
soy feliz, o quizá tenga que incluso que preguntarlo a otro, no vaya a ser que soy feliz y
no me entero.
Ese deseo de que otros sean felices es muy bueno sobre todo
si va acompañado de acciones que sirvan
a los demás a sentirse queridos y valorados.
Oí contar una
historia de un vecino, del campo, que sus ganados iban a pastar a la finca de otro vecino. Este se quejaba y, el
del ganado, le decía: tienes toda la razón. Y así
pasaba una y otra vez.
Ya llegó un momento en que el de las fincas le dijo, mira , yo quiero la razón pero también quiero la hierba. Es decir no bastan palabras hermosas
sino que hay que tener también obras. Dios mismo nos juzgará por nuestras
obras.
Pues en esta
situación de deseos de felicidad un amigo me envió una poesía de otro amigo suyo del que no sé el nombre, aunque sí sé que es
canario. Fue un detalle, un regalo,
que me ha gustado
mucho y así la pongo para los pacientes lectores:
El cielo cantaba
gloria
Y el mundo ni se
enteró,
Pero el Niño que
nació
Le cambió al mundo
la Historia.
Y aunque hoy canta
su memoria
El mundo, aun
sordo es;
Si ante el ruido y
el estrés
Nace en tu ser su
venida,
Verás que también
tu vida
Tendrá un antes y
un después.
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