Esto lo escuché en una entrevista en TV, como un grito de
fracaso y desesperación. Quedé consternado y supongo que para muchos sería como
una puñalada en el alma.
En descargo de esa madre hay que decir que ella engendró y
dio a luz un ser libre y responsable y si llegó a lo que llegó, es decisión principalmente suya, del hijo, aunque, como es sabido, una buena educación y
la formación llevan normalmente por
otros caminos.
Pero la reflexión es que no importa que un hijo sea superinteligente
o rico o con una salud de hierro, pues
eso no vale nada o es muy secundario, si se trata de un ladrón, un asesino o un cínico.
Primero, por él mismo,
que con esa conducta no es feliz, aunque tenga otras cosas como la riqueza o un
buen trabajo, y luego porque, en ese caso,
los valores de la persona están cambiados o equivocados. Ya lo dice un refrán
popular: primero Dios y después los santos. Primero ser persona y luego lo
demás. Me lo decía un padre de familia: yo los educo, a mis hijos, a ser personas,
es decir que sean de palabra, que sepan perdonar, que compartan lo que tienen, responsables en el estudio y con los amigos
etc.
Se ve que hay padres que, sin pensarlo mucho, valoran más que un hijo saque buenas notas o
gane mucho, y no que tenga una esmerada educación religiosa y civil o que tenga virtudes humanas.
Quizá les gustaría las dos cosas, inteligente y
buena persona, pero no dan prioridad a la bondad, a la hora de concretar si estudiar o ir al catecismo o a una charla
de formación.
La fe y la oración ayudan a ser buena persona, a tener un corazón
humilde y generoso. Una persona sin virtudes, es una bomba.
Nuestra vocación es ser persona
de bien y para eso hay que cuidar el ser bueno. Un jardín requiere cuidados
constantes, no basta que el jardinero vaya una vez en la vida a ponerlo bien.
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