Cada vez somos más los que, por motivos personales, profesionales o ambos a la vez, estamos a diario en contacto con la discapacidad.
Es esta una realidad que brutalmente ha tratado y trata de
ser silenciada con políticas eugenésicas, sin considerar (valor absoluto de la vida
aparte) que la mayoría de nosotros, pese a que no pasamos de mediocres y nunca llegaremos a ser
profesores universitarios, deportistas de élite o artistas consagrados, somos capaces
de aportar algo a nuestra
sociedad.
Lo mismo ocurre con los discapacitados: la mayoría no llegarán a participar en los Juegos Paralímpicos, pero tendrán alguna fortaleza que otra. Otros no tendrán ninguna, pero podrán dar amor a los de su entorno. Otros, ni siquiera eso, pero son objeto del amor de Dios y deben serlo también del nuestro, siendo susceptibles de recibirlo de todos nosotros y de sus allegados.
La discapacidad no es monstruosa; lo monstruoso es pretender dirigirnos hacia una humanidad sin defectos, como en su día fue considerada la raza aria.
Jesús no rehuía al enfermo, lo curaba. Hagamos nosotros lo mismo: una mirada puede curar; una palabra o una caricia, también.
Los pobres y enfermos son los predilectos del Señor, que sean también los nuestros.
Marta González Castro
Siempre he pensado que somos muchos , pero estamos muy solos...
ResponderEliminarSon tiempos difíciles , especialmente para los enfermos, los mayores ,los niños , los pobres...Viímos en una sociedad egoísta y narcisista.
Y si son los preferidos del Señor, como no vamos a estar a su lado. Como no intentarlo🙏