Fui de compras al polígono del Tambre. Necesitaba unas etiquetas,
pero llevaba el tiempo justo, pues
saldría de viaje.
La dependienta las
cogió y controló a ver si eran
las que yo pedía. Luego procedió a hacer la factura; cuando la sacó del
ordenador hizo ademán de doblarla y yo, que tenía prisa, le dije démela así y ya
la guardo en la cartera. Me preguntó si no quería meterla en un sobre. Por no
discutir le dije que bueno.
Entonces la dobló bien doblada en tres partes, la
metió en el sobre, la planchó pasando la mano por encima, le puso el sello de la
casa y al terminar dijo, como hablando para sí: Ahora…, divino.
Me gustó la expresión, que la tuve presenté todo el día y le fui dando vueltas sobre el sentido
de la frase que podía ser: ahora está bien, ahora le gusta a Dios, ahora divino.
El abad acompañado de ángeles y monjes |
Vi que así hay que hacer todo, aunque tengamos prisa, aunque sea una nimiedad, porque si le gusta a Dios, no es una cosa de
poca importancia.
Si no lo hacemos así, siempre haremos chapuzas, viviremos en lo
descafeinado. O sea que, en todo, hay que poner interés y esfuerzo para hacerlo
bien, por prestar un buen servicio y que Dios nos sonría.
Este hecho me hizo recordar a S. Íñigo, abad de un
monasterio de Oña, en España, que se decía que en su mandato el ayuno era ayuno, la abstinencia era
abstinencia, la oración era oración y el silencio era silencio. Todo divino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario