En septiembre se va a beatificar al sacerdote Álvaro del
Portillo que tuvo mucho que ver con la familia.
"A medida que fue creciendo
en edad, aprendió de sus padres a vivir las costumbres cristianas como cuidar
las oraciones de la mañana y de la noche, bendecir la mesa, rezar el Rosario y
otras invocaciones marianas que Álvaro repitió piadosamente hasta su muerte.
Por ejemplo, una que dice: «Dulce Madre, no te alejes / tu vista de mí no
apartes / ven conmigo a todas partes / y solo nunca me dejes. / Ya que me
proteges tanto / como verdadera Madre / haz que me bendiga el Padre, / el Hijo
y el Espíritu Santo»"
"Cuando cumplió los 75 años,
Mons. del Portillo, en una homilía, evocó el clima cristiano que reinaba en
aquel hogar: «Eché una mirada rápida a mi vida, y me vinieron a la
memoria y al corazón tantos beneficios del Señor: una familia cristiana, unos
padres que me enseñaron a ser piadoso, una madre que me inculcó una devoción
especial al Sagrado Corazón y al Espíritu Santo, y una particular veneración a
la Santísima Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen, y...
¡tantos otros bienes!»".
Tenía un gran concepto de la importancia de la familia y se
dirigió en múltiples ocasiones a los casados que son los que forman el mayor
número de personas pertenecientes a la Obra.
Los casados, decía, han de convertir sus casas en un
trasunto del hogar de Nazaret, tienen que esmerarse cotidianamente en cuidar
mucho, con verdadera ilusión sobrenatural y humana, el ambiente de familia.
Le decía a las amas de casa: “vosotras dedicaos con alegría y sentido sobrenatural al gobierno de la
casa. Es ahí en donde encontráis una materia prima de incalculable valor para
vuestra santificación.”
También decía
que la labor de los padres en la casa crea
– o destruye - el futuro ambiente de los
hogares que formaran vuestros hijos.
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