Otra obra de misericordia que se puede practicar todos los días.
El prójimo es el que está a mi lado, en la oficina, en clase,
en el autobús o en la sala de espera del
hospital. Pero especialmente son los de
mi casa. El marido, la mujer los hijos
etc. Se puede pensar que esta es una obra de misericordia, especialmente dedicada a los casados.
¿Por qué sufrir al
que me cansa? ¿No es mejor mandar de paseo al prójimo y vivir a mi aire?
Esta obra de misericordia es especial para los casados.
Serán capaces de convivir si se aman, es decir si desean hacer el bien al otro
que eso es el amor. Lo dice Santa Tomás.
Si acepto un mal que
me viene del otro, de su carácter o modo de ser, es por un bien. ¿Cuál es el bien? Pues, que me
santifico, que hay paz y ayudo al otro,
contribuyo a su conversión. Hay un refrán que dice que,
cuando uno no quiere dos no riñen.
Conocí a un marido que era un faltón integral. Además, lo
era con todos. Un día le pregunté a su esposa como se había casado con él. Me
contestó que ella quería estar casada y tener hijos y que eso lo había conseguido. Lo demás, lo aceptaba. Me dio ejemplo de cómo hay que
fijarse en lo positivo y poner lo que nos molesta en un segundo plano.
Nuestra vocación es social. No fuimos hechos para estar
solos, necesitamos y servimos a los
demás. Pero también hay que decir que, si Cristo no está en medio, es difícil
convivir. La convivencia llevada con las
solas fuerzas de cada uno, se hace tantas veces un martirio sin sentido. Por eso es
necesario que Dios esté en nuestra vida y cuanto más mejor.
La beata Paula Gambara casada con un conde, veía los grandes
defectos de su marido, incluso sufría su maltrato, pero su reacción no fue
coger y marcharse, sino que se propone convertirlo y ayudarle a cambiar desde
la oración y el trato. Hacía lo que aconsejaba S. Pedro en una de sus cartas, responder a la ofensa con una bendición.
Desde luego ella se hizo santa pero también consiguió la conversión de su
marido y que muriese en paz con Dios.
S. Félix de Cantalicio, capuchino, pedía por las calles de Roma y a veces le
insultaban. A la persona que le insultaba él le respondía: Que Dios te Bendiga
y haga santo.
Oí hace poco tiempo un bonito testimonio. Empezaba así: doy gracias
a Dios porque no se cansa de mi (Dios si tiene paciencia con nuestros defectos),
y continuaba diciendo que de sus padres,
a quienes trataba de comprender, no había
recibido la fe, no se la trasmitieron sino que sólo se preocuparon de su
estudio, pero ahora comprende que hay cosas que no se arreglan con la ciencia o
la sabiduría. Y ponía este ejemplo: la soberbia no se quita con ningún
antibiótico y lo mismo los demás pecados capitales. Se necesita de Dios, ese Dios
que no se cansa de perdonar.
Hay que perdonar constantemente. No guardar rencor, vivir
con la ilusión de hacer más fácil el camino de los demás que también han de sentirse comprendidos y han de experimentar que Dios está pendiente de ellos como lo estamos
nosotros.
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