Es una de las obras
de misericordia que parece que no tiene nada que ver con el mundo moderno en donde
se tira con tanta ropa y las casas están llenas de todo tipo de trajes y
vestimentas.
Para empezar hay que decir que el primero que vistió al
desnudo fue Dios mismo. Las tres personas divinas vistieron a Adán y Eva como
nos dice el libro del Génesis: los vistió
de túnicas de piel
( Gen. 3, 21). Dios los expulsa del Paraíso por su pecado, pero tiene ese detalle de no despacharlos desnudos sino que los vistió personalmente.
Esta obra de misericordia la viven los padres que visten a sus hijos nada más nacer y luego
siguen durante la niñez y la adolescencia.
También los visten dándoles el
bautismo puesto que nacen manchados por el pecado original y desnudos de la gracia
y, en el bautismo, son lavados y vestidos
de la gracia, llamada santificante.
A las parroquias llega gente con ropa usada pero en buen
estado y la entrega para los que la
necesiten. Siempre hay alguien que se beneficia, pues muchas veces son prendas buenas y les
vienen bien a los más necesitados
que son los que duermen en la calle.
Todo esto se refiere a la desnudez física, corporal, pero
hay también una desnudez espiritual que es el pecado. Con la gracia el alma
queda vestida y la heridas del pecado reparadas.
He visto en cierta ocasión una lámina antigua de catequesis
en donde aparece un pecador confesándose y un ángel, esperando a la salida con un vestido blanco en las manos dispuesto a
ponérselo.
Cristo en la Cruz sufrió, por nosotros esa desnudez del
cuerpo aunque estaba vestido de su sangre derramada por todo su cuerpo y de la
gran dignidad de su persona, que también
conservó en esa situación difícil y dramática.
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