El Evangelio de Mateo relata que, cuando Satanás intentó tentar a Jesús en el desierto, Él le respondió con un versículo de la Biblia: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Deuteronomio 8:3)
El término manducación proviene del latín manducare que significa comer o masticar. En el catolicismo, la manducación se refiere a una forma de oración que ayuda a alimentarse profundamente de la Palabra de Dios, y que nos recuerda las palabras que el Señor dijo al profeta Ezequiel: "Después me dijo: Hijo de hombre, alimenta tu vientre y llena tus entrañas con este libro que yo te doy. Yo lo comí y era en mi boca dulce como la miel” (Ezequiel 3:3).
De hecho, esta oración meditativa se remonta a los primeros tiempos de la Iglesia Cristiana, era practicada principalmente por los Padres del Desierto. Además, al ser un tipo de oración tan sencilla y sobria, se adapta fácilmente a nuestra cotidianidad actual.
La manducación consiste en repetir un versículo bíblico con el propósito, no solo de memorizar la Palabra, sino también de "comerla", es decir, de saborearla, deleitarse en ella, absorberla y alimentarse de sus nutrientes espirituales.
No en vano San Juan Crisóstomo decía “no os contentéis con mirar esas palabras adorables. Es menester alimentarse de ellas, asimilarlas: la verdadera causa de nuestros males es la ignorancia de la Palabra de Dios”.
Por eso, cada mañana podemos escoger un versículo que podamos manducar el resto del día, pues la Palabra viva de Dios nos sana y transforma interiormente; puedes tomarlo de la liturgia del día o buscar uno relacionado con tus circunstancias actuales: una prueba, para aplacar la ira y calmarse, o simplemente para dar gracias a Dios. “¡Que la palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza!” (Colosenses 3:16).
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