Estaba preparándome para una celebración penitencial para
jóvenes. Mientras no llegaba la hora, pedí a una señora que estaba por allí, que cogiera una planta recién comprada y que
la colocara en un tiesto.
Buscó por la
sacristía y encontró uno. Lo miró y dijo, voy a limpiarlo. Cuando llegó de
vuelta comentó: una cosa limpia recobra
toda su belleza.
Como estábamos para
tener confesiones, me pareció una imagen adecuada de la confesión.
Es una
limpieza que hace que el alma recobre toda su belleza. Entras manchado, afeado por el pecado y sales restaurado por la sangre
de Cristo, es decir, por el amor de
Cristo que embellece.
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