sábado, 19 de octubre de 2019

Familias ejemplares



Un buen profesional,
 periodista, entrado ya en años que lleva los achaques de la edad con una cierta normalidad y tranquilidad, aunque una de esas molestias sea la de estar perdiendo la vista gradualmente, poco a poco.

Un día acompaña a su mujer a una revisión médica y recibe una noticia poco esperanzadora. Su esposa tiene un cáncer de riñón y de pulmón, con metástasis en otras partes del cuerpo. Muy pocas esperanzas de vida.

FOTO TOMADA DE INTERNET
La reacción del hombre no se hace esperar: «Rezaré más, y con más confianza, para que el Señor me de salud y me arregle un poco los ojos, para que pueda cuidar a mi mujer con amor y cariño, hasta que sea necesario». Y como lee con frecuencia el Nuevo Testamento, se le ocurrió añadir. «Como siempre; lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre».

Una buena empresaria
, madre de cinco hijos, abandonada por el marido después de quince años de matrimonio. Lleva adelante con serenidad y paz a sus criaturas, que van creciendo y son ya hombres y mujeres hechos y derechos; un par de ellos ya están casados.

Después de años de no saber nada del marido; no de ex-marido porque seguían siendo marido y mujer-, recibe la noticia de que el hombre está muriendo de una enfermedad degenerativa, en una clínica de una ciudad vecina.

 Sin decir nada a nadie fue a visitarlo un día. El hombre, sorprendido al verla, abrió su corazón en lágrimas. Tras unos minutos de silencio comenzó a hablar pidiendo perdón por lo que había hecho abandonándola a ella y a sus hijos; por haber vivido con varias mujeres; haber dejado su Fe, y haber llegado casi a la ruina por su mala vida.

La mujer le sonrió, le saludó con cariño, le besó en la mejilla, y le dijo que dentro de un par de días, si no tenía inconveniente, vendría con sus cinco hijos para que les viera y hablara con ellos. Y antes de marcharse, le preguntó si quería que avisara al sacerdote de la clínica para que viniera a estar un rato con él. El hombre titubeó: «¡Hace ya tantos años!, musitó»; y al final, respondió: «Si, gracias».

La familia llegó a tiempo de vivir con él la última hora de su vida. Cuando estaban cerca de la habitación, vieron al sacerdote que acababa de dar al moribundo la Unción de los enfermos. El hombre pudo saludar y pedir perdón a todos sus hijos. Y ya a punto de expirar, se dirigió a la mujer alcanzó a decir: «Lo que Dios ha unido...»; y llorando los dos, él entregó su alma.

Publicado originalmente en Religión Confidencial

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