jueves, 12 de mayo de 2016

Residencia de San Marcos




Fui con dos chicos a una residencia de ancianos llevada por las religiosas de Santa Teresa Jornet.

Nuestro plan era ayudar a ancianos dependientes a la hora de comer. Llegamos con el tiempo justo pero los chicos se dispusieron a ayudar inmediatamente a las órdenes de Sor Dolores. Les preparaban la comida  que tenían en el plato y les daban conversación con  mucho ánimo que eso les gusta a los ancianos y les anima.

Yo también  les  quería ayudar pero sor Dolores me  dijo que no  era necesario en mi caso, pero observaba a los chicos desde lejos a ver como lo hacían. Estuve en el pasillo y en una sala de estar con el rosario, arma poderosa, en la mano.

Todo aquel que pasaba cerca le saludaba y tenía una mínima conversación. Mi meta era hacerle sonreír y con esa me daba por bien pagado y cumplía mi obra de misericordia. Vi pasar a un conocido desde hace muchos años, D. Germán. Le saludé, iba buscando el médico que andaba por allí cerca y le hice sonreír. Gracias a Dios.

Cuando terminaron de comer, pasó en silla de ruedas por la sala de estar,  un anciano que conducía muy bien e iba a una puerta sin salida, pero él sabía bien a donde iba. Allí aislado de los demás,  echaba su pitillito y dejaba la ceniza en un cenicero que le tenía dispuesto las monjas. Fumaba a sus anchas y sin contaminar.

En el entretiempo vinieron dos monjas a saludarme y agradecer que les llevase a los chicos por allí. Pero me dijeron que también  podían ir chicas pues tienen otro comedor de mujeres que también   necesitan ayuda. A todos les  viene bien pues los jóvenes se dan cuenta o se plantean el sentido de la vida y ven en que terminan las ilusiones humanas. Aparte hacen una bonita obra de misericordia.

Los chicos terminaron su trabajo y vinieron a mi encuentro en la sala de estar. Les miré a la cara y los vi alegres y con ganas de volver otro día y tal vez animar a otros a hacer esta experiencia en el Año de la Misericordia. Que Dios los bendiga y haga santos.

Las monjas hacen esta labor con mucha dedicación, aun las mayores, que no se sienten dispensadas de estos trabajos.

 Me confirmaron que entre los ancianos, los había con muchas hermosas historias y anécdotas que espero algún día me las cuenten.
También estaba allí internado un sacerdote que fue compañero de ministerio en la ciudad de Santiago pero ya no se acordaba de mí. Yo sí le reconocí perfectamente.
Me contaron que los ancianos que están   bien , ayudan a los que están mal y les hacen llevaderos los días con sus atenciones y delicadezas.
Hermosa labor que hecha con constancia y amor,  nos hace grandes delante de Dios,  igual como le pasó al buen samaritano de la parábola.

No hay comentarios:

Publicar un comentario