martes, 24 de junio de 2014

Se puede ser muy de hoy y muy de Cristo

Como es costumbre en el Colegio Internacional Bidasoa, donde vivo, llegado el fin del curso viene el tiempo de la pastoral de verano, que consiste en ir a una parroquia y ayudar al sacerdote en lo que se pueda,  en primer lugar en la Santa Misa, luego en tareas de administración y papeleo o de mantenimiento, también para conocer, amar y acompañar a los fieles en el camino de la fe desde ya como seminaristas, es una preparación y anticipo de la vida sacerdotal que nos aguarda en el futuro.

Este año me ha tocado en gracia venir a Santiago de Compostela, una ciudad antigua, hermosa, llena de fe y de vida. Ayudo a Don Víctor Sánchez, cura párroco de Iglesia de San Cayetano, aquí se tiene por tradición montar una exposición para los fieles y los peregrinos, cada año es diferente, pues cambia de tema “según vayan los aires en la Iglesia Católica”, así el año pasado tuvo por tema “El Concilio Vaticano II”, pues se celebraba el L aniversario de su apertura. Este año la exposición presentará a tres grandes sacerdotes que supieron hacer la voluntad de Dios, cada uno según Él se lo pedía, son los dos Papas santos Juan XXIII y Juan Pablo II, y,  el próximo Beato, Álvaro de Portillo.

Haber elaborado las láminas de la exposición ha sido para mí un enriquecimiento no sólo cultural sino también humano y sobre todo espiritual. He aprendido mucho de estos tres grandes hombres llenos de fe.
 Ellos escucharon la voz de Dios y respondieron con un “si” generoso. Me ha hecho pensar en que cada uno con su sí ha provocado tanto de bueno y santo en el mundo, y que nosotros estamos llamados también a responder y provocar esos efectos buenos y santos, cada uno según su condición y vocación.

 Han predicado la conversión al amor de Dios, nos han hablado de fe, de amor y de santidad, cada uno con su estilo propio. Estoy seguro que la predicación de cada uno de estos santos era fruto de su relación personalísima con Dios en la oración y de su vivir cada día su entrega con fidelidad y alegría, sus enseñanzas han sido la siembra fecunda de la cosecha abundante que hoy recoge la Iglesia.

He aprendido que si quiero ser un hombre feliz de verdad no puedo alejarme de Dios, ni vivir en todos los ámbitos de mi vida como si Dios no existiera, al contrario he de vivir muy unido a Dios y a la Iglesia, lugar privilegiado donde encuentro a Dios y su misericordia.

Me enseñaron que para ser santo hay que ser feliz, ser sencillo, dar amor y orar, pues no hay santidad sin felicidad, sin sencillez, si no hay amor y sin oración. Para ser santo hemos de ser primero muy humanos, sensibles a las necesidades materiales y espirituales de los demás.


La gran enseñanza que he ganado con este encargo pastoral es que a ejemplo de San Juan XXIII, San Juan Pablo II y Don Álvaro del Portillo yo también  puedo ser santo y provocar en el mundo muchas cosas buenas y santas.

Daniel Mejía.
Seminarista de El Salvador

No hay comentarios:

Publicar un comentario