viernes, 1 de septiembre de 2017

Rendir armas




En una ocasión me  pidió confesión fuera de la iglesia, una señor  conocido  por mi desde  muchos años.

 Como  estábamos fuera del confesonario,  al llegar el momento de la absolución le dije que no hacía falta que se pusiera de rodillas. Pero él se levantó y me dijo: hay que rendir armas, y se puso de rodillas sin  ningún complejo.

Lo mismo me pasó en Fátima, Allí  un portugués  se quiso  confesar en  medio la explanada, lo atendí y luego, motu proprio,   no tuvo inconveniente en arrodillarse  delante de toda la gente que por allí pasaba, aunque yo le había dicho que no hacía falta que lo hiciera.

 Este año, en la procesión de Corpus que hacemos por las calles  de la parroquia, pasaban unos jóvenes ciclistas a toda mecha, pero al ver la procesión, se reunen, bajan de la bici y se ponen de rodillas ante  el Santísimo que iba  bajo palio y que pasó a su lado. Un buen ejemplo de la juventud.



Ya no es corriente que la gente  quiera arrodillarse, por ejemplo,  en el momento de la consagración de la Misa en que El Señor  en persona se hace presente sobre el altar.

 Hay muchos que no rinden armas. Desde luego a los que se arrodillan,  el Señor los reconoce y los mira de un modo especial, pero de los  otros, yo creo que  espera que rindan armas, pues Él es el amo y se lo merece.

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