He visitado en el hospital a un enfermo. Fue una visita breve en que me contó lo que le habían dicho los médicos. Estaba tranquilo. Le ofrecí pedirle al capellán para que lo visitara y le pareció bien.
En esta visita aprendí desde la experiencia que yo había visitado a Jesucristo pues lo dice el Evangelio: estuve enfermo y vinisteis a verme. Salí de allí contento y con la conciencia de que había dado una alegría al mismo Jesús.
También comprendí que esta amistad y atención que ofrecí, para el enfermo es la amistad de Dios. Dios nos cuida cuando alguien nos trata bien, es Dios que nos da su amor.
También me vino a la cabeza que cuando algún familiar impide que su enfermo sea visitado, le privan del amor y consuelo que Dios quiere darle, por eso es bueno facilitar que le visiten tanto la familia como el sacerdote. El sacerdote es un profesional de la visita a los enfermos y sabe como tratarles y ayudarles; no hará nada que le disguste o no le vaya bien.
Y, por último, a la Virgen le gusta, sin duda, que atendamos cordialmente a los enfermos.