lunes, 11 de junio de 2012

Lo que aprendí de los sacerdotes y un modo de vivir la fraternidad sacerdotal


Durante años visité a sacerdotes de distintos ambientes  y  también di ,con mucho gusto, retiros espirituales de arciprestazgo que  me encomendaban los delegados del clero.
Los retiros eran dos  y a veces tres al mes, otras veces menos, según las posibilidades y las circunstancias. Los lugares del retiro fueron dispares, en distintas zonas; el modo era el marcado por el plan diocesano.

¿Qué aprendí?
En primer lugar fraternidad. En todos los sitios después de haber rezado,  comen juntos y esa comida es una ocasión de intercambio de experiencias a veces divertidas y de opiniones o preocupaciones.

Después humildad: en algún retiro toman notas de lo que dices como si lo que se les da fuera muy importante y en todos están atentos y miran al enviado de la diócesis con mucho  respeto.

También aprendí valentía y coraje, pues  pudiendo vivir como jubilados bastantes de  ellos sin embargo están activos en el combate de la pastoral. En algunos sitios son pocos los que se reúnen pero son constantes en la oración sin desanimarse. Otros tienen muchas parroquias y labores y no se quejan  ni se dan importancia.

Las visitas personales las hacía una o dos veces al mes, no siempre a los mismos, a veces solo y  a veces con otro sacerdote o con seminaristas.
Cuando iba con seminaristas que pasaban   un mes en mi casa en sus vacaciones, les ayudaba mucho a los propios sacerdotes que se rejuvenecían al contacto con jóvenes ilusionados con ordenarse un día de sacerdotes. Siempre que puedo los llevo. Algunos les dan consejos y ánimos para perseverar  y, como somos humanos algunos echaban mano de la cartera para darles una ayuda. Cuando van ellos les hacen grandes confidencias y les invitan a tomar algo de comer o beber a lo que nunca se niegan los chicos pues son jóvenes y con buen apetito.

Tengo visitado sacerdotes muy solos o con viviendas que no reúnen condiciones de habitabilidad, en donde pasan frio o que no pueden afrontar los gastos de mantenimiento, aunque hay también casas bien acondicionadas y acogedoras que es como debe ser.

Alguno me tiene dicho que cuando le visitaba le parecía que era el mismo  Jesús quien estaba con él y le dejaba reconfortado. Naturalmente esta confidencia  me dejó verdaderamente conmovido y no se me olvida cuando salgo a ver compañeros.

Otros te reciben como a un personaje que les llega a casa. Dejan todo lo que les ocupa en ese momento a veces  de cierta urgencia y te atienden con una conversación variada. A veces incluso me preguntan ¿traes algún mensaje?, y así me dan pie para una conversación más espiritual.

Les gusta enseñarte la iglesia en lo que han puesto sacrifico, trabajo y oración. Es algo suyo y parte de su vida y disfrutan enseñándolo.

A casi todos les interesan noticias. Creen que los que estamos en la ciudad sabemos lo  último de iniciativas, proyectos y novedades de todo  tipo y quieren saber.

No siempre salen bien las visitas pues hay sacerdotes que es muy difícil encontrarles pues están poco en casa o tienen mucho trabajo y no pueden pararse a  atenderte.

En estas visitas das pero también recibes mucho pues ves su soledad y  la falta de respuesta a sus iniciativas, a algunos los ves siempre leyendo con interés por el estudio, se ven sus triunfos y fracasos, pero también lo sacrificados que son por sus feligreses y con deseos de ayudarles a ser y vivir como cristianos. Me  viene ahora a la cabeza un amigo que murió a la entrada de la iglesia un domingo cuando iba a sustituir a otro,  en la misa dominical,  que estaba enfermo. Este verdaderamente murió a pie de obra.

A alguno lo tengo encontrado en la iglesia, después de celebrar la S. Misa, con la  cabeza cerquita del sagrario y diciendo el alma de Cristo en voz alta, creyendo que estaba solo. Para mi fue conmovedor.

A todos estos sacerdotes y  a otros, les estoy muy agradecido pues, en las exposiciones que  hago desde hace varios años, me han ayudado prestándome piezas de valor de sus iglesias que me venían  muy   bien para el tema de que se tratara. Desde luego fueron generosos.

Y por último un sacerdote que me acompañó muchas veces en estos viajes que  ya falleció y se llamaba D. José Benito, cuando tardaba en organizar un día de visitas, me decía “ahora  hace tiempo que no salimos, ¿salió algún decreto del Papa que prohíba  visitar a los sacerdotes?, y así me  obligaba a salir cuanto antes.


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