Por "casualidad" encontré en el autobús una joven de un país centroamericano que lleva varios años en Santiago. Pertenece a una familia de muchos hermanos. Vino a Fátima con su hermana y otros inmigrantes en un viaje que organicé hace dos años. Últimamente no sabía nada de ella. En este relato voy a llamarla María.
Al encontrarnos en el autobús nos alegramos de vernos y nos comunicamos las últimas noticias. Me dijo que había tenido una gran alegría: la conversión de una amiga suya, también de los países hispanos.
Me contó que un día yendo para su trabajo la encontró y le dijo: vengo contentísima y le explicó: es que me he confesado.
Su amiga le decía que no había pecados. María le dijo que para confesarse bien se necesitaban cinco cosas: Examen de conciencia, dolor de los pecados , decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia. En el examen de conciencia, con la luz de Dios que hay que pedir , encontramos nuestros pecados...y así le fue explicando. Aquella mujer, amiga suya, se quedó pensativa. Le dijo que iba a Misa e incluso comulgaba pero hacía años que no se confesaba y además tenía pecados que le pesaban mucho, pero tenía miedo a confesarlos.
María le dijo que Dios es el que perdona y se alegra de perdonar y que el sacerdote nos comprende pues participa de esa misericordia. Y así la fue animando.
Al día siguiente aquella amiga se levantó muy temprano y fue a la iglesia decidida a confesar. Cosa que hizo. Luego le contó a María que estaba felicísima y que se había quitado un gran peso de encima y le estaba sumamente agradecida por haberle ayudado.
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