sábado, 2 de noviembre de 2013

La consagración de la Misa

Cuando volvía de la beatificación de 522 mártires en Tarragona pasé por Zaragoza y entré con otros peregrinos en la basílica del Pilar. Fui directamente a la Santa Capilla (que estaba llena a rebosar), en la cual se estaba realizando una santa misa. Tuve la experiencia siguiente: la gente estaba de pie (y algunos sacando fotos), y al llegar al momento de la consagración nadie se arrodilla y algunos siguen sacando fotos.
Esto, que no solo pasa en el Pilar, sino en muchos sitios como Santiago, me hizo pensar en que la gente desconoce lo que es y la importancia del momento de la consagración.

La parte central de la misa, es la plegaria eucarística o canon, y dentro del canon lo más importante es la consagración. La consagración es el centro y el objetivo principal de todo el rito. Con la consagración, se ha ejecutado el mandato de Cristo a los apóstoles: “haced esto en memoria mía”. En ese momento, la renovación del sacrificio de Cristo se ha realizado.

La consagración empieza con la imposición de manos sobre el pan y el cáliz que van a ser consagrados y termina con las palabras: “este es el sacramento de nuestra fe”.

Se reconoce bien al P. Pio y su actitud bien reverente


La imposición de manos, es una señal de bendición y de indicación. Se hace también una cruz sobre el pan y el vino antes de la consagración para resaltar determinadas palabras. También simboliza la entrega nuestra a Dios, que se une a la entrega del Señor en la cruz. Se invoca al Espíritu Santo para que realice la consagración con las palabras que Cristo nos dejó. Esto se llama “epiclesis” (es decir, invocación).

Luego el sacerdote, repite los gestos y las palabras de Jesús en la Última Cena, que nos relatan San Pablo y los evangelistas.

En el año 1088, se introduce la elevación como reacción ante la herejía de Berengario, que negaba la presencia real de Cristo en la eucaristía. Se trataba de rendir a Cristo eucarístico un homenaje más vivo y un culto más manifiesto. También se quería representar el acto de elevar a Jesús en la cruz. Este rito, se hizo rápidamente muy popular.

El deseo de ver la hostia, era un afectuoso transporte hacia la humanidad de Cristo. Los fieles, esperaban el momento de la elevación para contemplar el cuerpo del señor. El celebrante se volvía de derecha a izquierda para que todos pudieran verle con calma. En algún momento, se consideró como una comunión espiritual ocular. En 1907, Pío X concede indulgencia por mirar la hostia con fe, piedad y amor.

En el siglo XIV, se añadió la incensación como un símbolo de adoración y de oración que sube al padre.
El arrodillarse en ese momento, lo introduce San Pío V, aunque siempre se había hecho inclinación profunda. El actual misal, advierte al sacerdote que adore haciendo genuflexión tanto en la consagración del pan como en la del vino.

El punto esencial en la consagración, es el sacrificio de Cristo, que se realiza en aquel momento sobre el altar donde Él desciende, no tanto para ser adorado, cuanto para adorar con nosotros y por nosotros a la divina majestad del Padre.
expresa la identificación d Eucaristía y Cruz


¿Qué recitar en ese momento? Surgieron a lo largo de los años, muchas expresiones de amor y de reverencia al señor allí presente. Por ejemplo:  “Salve, salvación del mundo,  palabra del padre,  hostia verdadera”; “salve hostia viviente,  verdad y vida”; “yo te saludo hostia viva fuente de fe, gloria de la madre”.
En el siglo XIV, se recitaba también el: “alma de Cristo, santifícame”, falsamente atribuida a San Ignacio. En la primera parte, se saluda a la prenda de nuestra salvación, y luego se contempla a Cristo doloroso en su pasión.

Termina la consagración con las palabras: “mysterium fidei” (este es el sacramento de nuestra fe). Estas palabras fueron introducidas para reafirmar la realidad de la transubstanciación en fuerza de las palabras consecratorias.

Merece pues, mucha atención y reverencia este momento de la consagración que dentro de su brevedad, es lo más importante de la misa, y es donde se cumple el mandato del Señor de hacer su memoria.

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