jueves, 7 de agosto de 2014

Un brasileño en Santiago de Compostela




No estaba en mis planes pero este verano me ha traído a Santiago. Confieso que no soy uno de estos peregrinos que andan miles de kilómetros hasta llegar a estas tierras. Pero, de todas maneras es una experiencia única estar en este lugar santo, donde se veneran las reliquias del santo Apóstol.
El conocido Camino de Santiago es recorrido por gente de todas partes del mundo que peregrinan desde muchos sitios de Europa hasta llegar a Santiago. Unos lo hacen a pie, otros en bici, otros quizás en coche… Yo lo hice en tren, algo no muy común a un peregrino de Santiago. Asimismo, me gustaría contaros mi experiencia.
Hace pocos días que llegué a la Parroquia de San Cayetano y desde luego la ciudad me encantó. Ya durante el viaje en tren desde Pamplona pude disfrutar los bellos paisajes de la hermosa Galicia. Tengo de reconocer que, de todo lo que conozco de España, es una de las regiones más bonitas. Y en los pocos días que llevo en Santiago he podido percibir la gran manifestación de fe que es esta ciudad. La cantidad de peregrinos que se ve por las calles, la multitud de gente que llena cada día la Catedral es algo impresionante. No sé si todos los que vienen están movidos por la fe, pero la verdad es que uno no se va de la misma manera como llegó. Hay algo que trasforma. Quizás sea lo que nosotros católicos llamamos “gracia”. Y cada uno tendrá algo especial para contar, algo que le tocó más fondo en el corazón, algo que uno quizás no sepa explicar muy bien. De hecho, las palabras son pocas cuando tenemos que describir experiencias tan especiales. 

En la Catedral reposan las reliquias del Apóstol Santiago que acompañó a Jesús en su vida terrena y que, según la tradición, llegó a España predicando el Evangelio. Estar, pues, en Santiago es una experiencia sobre todo de fe.  Seguramente habrá miles de conversiones en este lugar santo, aunque no las haya presenciado. Estar aquí es una buena oportunidad para renovar, delante del Apóstol, la fe.

 Esto es lo que se hace (o se hacía) en el Pórtico de la Gloria, puerta principal de la Catedral: en la base de la columna central del Pórtico hay cinco huecos dentro de los cuales se meten los cinco dedos y se renueva la profesión de fe. A partir de ahí se entra en la magnífica Catedral y luego se vislumbra el precioso retablo con la imagen de Santiago presidiéndolo.
 Ahí se puede visitar las diversas capillas, la Puerta Santa, y se puede subir al retablo para dar el popular abrazo en la imagen del Apóstol… Pero el momento más especial es, sin duda alguna, estar delante del sepulcro de Santiago. Y yo tuve la oportunidad de estar unos minutos a solas con el Apóstol, ya que me había metido ahí al final del día, cuando el número de peregrinos era ya escaso y casi nadie se metía a ver las sagradas reliquias. Pude rezar con tranquilidad y puedo decir que fue unos de los momentos más especiales de mi vida. 

Una de las cosas que más me llamó la atención fue el famoso Botafumeiro. Está ahí hace setecientos años y es, de hecho, algo impresionante. Está colgado de la cúpula del crucero, en el centro de la Catedral, delante del altar.  En una ocasión, acabada la Misa que participaba yo, el cura echó incienso en el Botafumeiro y con un impulso empezaron a moverlo de la nave derecha hacia la izquierda en un movimiento pendular espectacular, hasta casi colisionar con las bóvedas. Y esto se hizo antes de la bendición final de la Misa no sólo para la admiración de los fieles, pero sobre todo para dar gracias al Señor por el don de la Eucaristía y de todas las gracias que nos concede a cada día. Los fieles fuimos invitados a unir nuestras oraciones al incienso que subía hasta el cielo para dar gloria a Dios. Fue una ocasión única de no solamente admirar la belleza del momento, sino de dar gracias a Dios por todo lo que hace por nosotros. La majestuosidad del gesto me llevó a pensar en cómo Dios es grande y cómo su bondad y misericordia son mayores que nuestras dificultades y limitaciones. El Botafumeiro, mucho más que solamente provocarme admiración, me llevó a rezar con el salmista: “¡Qué deseables son tus moradas Señor de los ejércitos! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo” (Sl 83).

Lo que digo es poco delante de lo que se vive en realidad. Santiago de Compostela tiene algo singular que sólo sabe quiénes pasaron por aquí.

 Y después de experiencias tan especiales, me toca esperar hasta que Santiago me sorprenda nuevamente. Por fin, digo que vale la pena estar en este lugar santo y que lo que se vive aquí se lo lleva en el corazón.

Atrtículo escrito por el seminarista Higor de Jesús Morais, de la Diócesis de Nueva Friburgo en Brasil. Actualmente estudia teología  en el Colegio Eclesiástico Internacional  Bidasoa en Pamplona. Está haciendo un mes de pastoral en esta parroquia de S. Cayetano de Santiago de Compostela


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