viernes, 4 de marzo de 2016

El último aliento




Tuve la oportunidad  de hablar con dos personas que me contaron como fue el último momento de sus respectivas madres y de lo que le dijeron. Como me parece muy edificante,  lo relato por si nos sirve para casos parecidos.
Pero antes quiero hablar de la Madre Teresa de Calcuta.
 


La madre Teresa de Calcuta  fue una especialista en atender a los moribundos. Por ahí empezó  la labor con los más pobres e indefensos cuando comenzó en Calcuta. Les  daba atenciones físicas, les daba amor y los consideraba el Cuerpo de Cristo. Ponía esta comparación: vemos como el sacerdote  trata con cariño y respeto  la hostia consagrada. Así  haremos con los pobres que son el cuerpo de Cristo.

«Dios siempre cuida de sus criaturas, pero lo hace a través de los hombres. Si alguna persona muere de hambre o pena, no es que Dios no la haya cuidado; es porque nosotros no hicimos nada para ayudarla, no fuimos instrumentos de su amor, no supimos reconocer a Cristo bajo la apariencia de ese hombre desamparado, de ese niño abandonado».

«No cierren las puertas a los pobres; porque los pobres, los apestados, los caídos en la vida, son como el mismo Jesús».

Y ahora los relatos que he vivido personalmente en la vida pastoral ordinaria. 
 
Una joven pudo atender a su madre a pesar de su trabajo profesional. Se encomendaba mucho a la Virgen que sentía a su lado y esto le dio paz interior. Ya cuando veía que se acercaban los últimos momentos , una hora antes de morir su madre,  se sintió inspirada,  según ella se lo puso el Espíritu Santo en la cabeza,  y le dijo a su madre: te quiero mucho. Luego añadió,  te agradezco todo lo que has hecho por mí, pero de un modo especial te agradezco que me hayas transmitido la fe.

No lleves miedo. Lo primero que vas a ver es a Jesucristo que te está esperando. Todo esto le salió sin haberlo pensado, quizá fruto de su oración constante.

Otra persona,  un chico ya casado,  pudo asistir a su madre recogiendo su último aliento. La familia se turnaba día y noche. A él le toco un tiempo  antes de que se muriera su madre. Estaba solo.

 Le vi en el tanatorio y  le dije que ahora tenía a las dos madres en el Cielo y me interesé como había sido el final. Me contó que pensó lo que debería hacer pues estaba solo. Le vino a la cabeza que lo  que querría su madre y lo que había oído a su padre era que recibiera la Unción de los enfermos. Ya estaba confesada y había comulgado.
 Entonces llamó al capellán del hospital en donde estaba internada su madre que llegó enseguida y le dio la Santa Unción. Al poco tiempo empezó la agonía con paz y fallece en las manos del hijo. Pero no quedó todo aquí.

Me contó que en ese momento en que el alma ya se va a la otra vida, él le dijo a la Virgen: Acógela, yo te la pongo en tus manos”,  para que la acompañes en sus primeros pasos en la Vida Eterna.

Su cometario me conmovió y me hizo ver como la formación que se da,   no se pierde.

Santa Teresa de Jesús,  muere pidiendo perdón a las monjas, da gracias por morir hija de la Iglesia y reza el salmo 50 pidiendo la misericordia de Dios.

También sé de otra persona, ahora mayor, que cuando moría su madre le cantó al oido, "Miña nai miña naiciña" . Seguramente también  se lo inspiró el Espiritu Santo que nos sigue constantemente y para su madre era lo mejor . Estaba medio adormilada pero en aquel momento, con la sorpresa de enfermeras que estaban por allí,  dio muestras de enterarse de todo.

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