domingo, 4 de febrero de 2018

Comida de cerdos




Escuchando la radio en un breve reportaje sobre  el libro de las moradas de Santa Teresa, oí que decía la Santa que había que dejar la comida de cerdos.

 Supongo que haría alusión al hijo pródigo que gastó su dinero en vanidad, comer y beber, y  en malas mujeres. Todo eso le llevó,  no a saciarse,  sino a más  hambre y quizás, como un símbolo,  se pone bajo las órdenes de un amo, seguramente el demonio, que le da a comer lo que comían los cerdos y, aun eso, tasado,  en poca cantidad.

 Se cumple en él lo que dice el profeta Ezequiel que cuando Israel deja a Dios y busca ídolos queda convertido en un desierto. Ya no es un vergel, un paraíso. Así sucede en  el alma que se fía de los ídolos que,  prometen mucho y no dan nada. Mas hambre y mucha desolación, un desierto por donde Dios ya no se pasea con amor,  como  lo hacía  en  el paraíso con Adán y Eva y también con nosotros cuando estamos en su gracia.


En cambio, el Padre del hijo pródigo, cuando  éste al fin piensa y vuelve, le prepara  un buena cena que podíamos llamar una fiesta para los hijos. Pero ya es otra cosa, limpieza, vestido nuevo, anillo, sandalias y  se mata el becerro cebado e incluso no falta la orquesta. Todo de lo mejor.

 Pero sobre todo la alegría del padre que ya no se separa del hijo y no se cansa de verle. Esa sí que es buena comida. Esta comida es todo un lujo para los hijos.

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