viernes, 4 de noviembre de 2011

Familia

DOS FICHAS SOBRE LA FAMILIA
 
FAMILIA


1.     A  todos se nos tiene que notar que queremos a la gente, y si no se nota es un pecado de omisión. ..cada uno según su temperamento.
2.     Si alguno de casa no notara el cariño, sería diabólico. La exigencia sin cariño puede hacer daño; cuando uno se queda solo, se enturbia la verdad de las cosas.
3.       “En mi soledad / he visto cosas claras /  que no eran verdad.
4.     La posibilidad de encerramiento es un síntoma grave y hay que ponerle remedio. Hay que conseguir que nadie pueda sentir la amargura de la indiferencia. Si se comienza a sentir fobias, ir a descansar unos días. Lo malo no es sentir simpatía o antipatía, lo malo es demostrarlo.
5.     Si se falta a la caridad es por falta de vida interior, no por carácter.
6.     La soberbia hace ver fácilmente las faltas de los demás y no las propias a veces incluso inventándolas.

LA FAMILIA
Importancia de la pastoral familiar
La Gaudium et spes al exponer algunas de las cuestiones urgentes presenta en primer lugar la promoción de la dignidad del matrimonio y de la familia. La razón es que la salvación de la persona y de la sociedad entera dependen de la institución familiar.
No podemos permanecer pasivos ante la desmoralización occidental en lo que ser refiere al matrimonio y familia.
El dar doctrina clara es de mucha eficacia y por eso todos han de tener una buena preparación sobre esta materia. Hay documentos del magisterio reciente sobre los que hay que volver una y otra vez, para dar solidez a nuestras ideas y argumentos.
Hemos de estar vigilantes ante la tentación del sentimentalismo. El sacerdote debe comportarse respecto a las familias como padre, hermano, pastor y maestro, ayudándolas con el recurso de la gracia e iluminándolos con la luz de  la verdad. Sus  enseñanzas y consejos han de estar en plena consonancia con el Magisterio. Dejarse  arrastrar por otros criterios no sería “signo de comprensión pastoral, sino de incomprensión del verdadero bien de las personas (Juan Pablo II,14.III.98).
Formación de una comunidad de amor…
El sacramento del matrimonio sana el egoísmo de los cónyuges y les permite quererse con un amor que prolonga el amor que Cristo les tiene: total e incondicional. Cristo sale al encuentro de los esposos por medio del sacramento del matrimonio. Además permanece con ellos para que se amen con perpetua fidelidad.
                En su preparación al matrimonio, las personas deben descubrir  la necesidad de plantearlo como camino de santidad - como ejercicio de caridad ( de járitas, que en griego significa gratuidad , esto es amor gratuito y desinteresado)- para que su unión conyugal no acabe resquebrajándose. Es muy importante que el sentido vocacional del matrimonio no falte nunca tanto en la catequesis y en la predicación, como en la conciencia de aquellos a quienes Dios quiera en ese camino( Es Cristo que pasa, 30)
                Los sentimientos humanos se encuentran siempre ante la disyuntiva de ser orientados o bien amorosamente desde el espíritu que, por ser inmortal, no tiene instinto de conservación y nos permite olvidarnos de nosotros mismos y entregarnos desinteresadamente a los demás o bien egoístamente desde el amor propio que supedita todo a los propios intereses.
 








La sexualidad humana, misterio de alteridad e identidad
por Jutta Burggraf
Doctora en Pedagogía y en Teología

Vamos a hablar de la sexualidad humana. Es un tema siempre presente en las noticias que difunden los mass-media en todo el mundo. Estamos acostumbrados a que se trate de un modo más bien impersonal, a veces agresivo y con ánimo de escandalizar a quienes ya no puede perturbar casi nada. Digo "casi" nada, porque sí que hay una cosa capaz de chocar en el ambiente cultural en el que nos movemos. Es justamente lo que hacemos nosotros. Quien designa la sexualidad como un "misterio" y habla del "misterio nupcial", sin duda va contra corriente, como contra corriente se encuentra cada persona que proclama una visión cristiana de la vida.
¿Por qué la sexualidad es un misterio? Porque hace referencia a una voluntad inefable de Dios. Al crear al hombre como varón y mujer Dios quiso que el ser humano se expresase de dos modos distintos y complementarios, igualmente bellos y valiosos.   Ciertamente, Dios ama tanto a la mujer como al varón. Ha dado a ambos la dignidad de reflejar su imagen, y llama a ambos hacia la plenitud. Pero, ¿por qué les ha hecho diferentes? La procreación no puede ser la única razón, ya que ésa sería también posible de forma partenogenética o bien asexual, o por otras posibilidades como las que se pueden encontrar, en gran diversidad, en el reino animal. Estas formas alternativas son al menos imaginables y darían testimonio de una cierta autosuficiencia.
La sexualidad humana, en cambio, significa una clara disposición hacia el otro. Manifiesta que la plenitud humana reside precisamente en la relación, en el ser-para-el-otro. Impulsa a salir de sí mismo, buscar al otro y alegrarse en su presencia. Es como el sello del Dios del Amor en la estructura misma de la naturaleza humana. Aunque cada persona es querida por Dios "por sí misma"  y llamada a una plenitud individual, no puede alcanzarla sino en comunión con otros. Está hecha para dar y recibir amor. De esto nos habla la condición sexual que tiene un inmenso valor en sí misma. Ambos sexos están llamados por el mismo Dios a actuar y vivir conjuntamente. Esa es su vocación. Se puede incluso afirmar que Dios no ha creado al hombre varón y mujer para que engendre nuevos seres humanos, sino que, justo al revés, el hombre tiene la capacidad de engendrar para perpetuar la imagen divina que él mismo refleja en su condición sexuada.

LA DIFERENCIA SEXUAL
La sexualidad habla a la vez de identidad y alteridad. Varón y mujer tienen la misma naturaleza humana, pero la tienen de modos distintos. En cierto sentido se complementan. "Ninguno de los dos puede ser por sí mismo todo el hombre," destaca el teólogo Von Balthasar, "ante él está siempre la otra manera, para él inaccesible, de serlo."  Sin el otro, la persona humana se siente "sola"; experimenta su propia carencia. Por esto, el varón tiende "constitutivamente" a la mujer, y la mujer al varón. No buscan una unidad andrógena, como sugiere la mítica visión de Aristófanes en el "Banquete", pero sí se necesitan mutuamente para desarrollar plenamente su humanidad. La mujer es dada como "ayuda" al varón, y viceversa, lo que no equivale a "siervo" ni expresa ningún desprecio. También el salmista dice a Dios: "Tú eres mi ayuda."
Tanto el varón como la mujer son capaces de cubrir una necesidad fundamental del otro. En su mutua relación uno hace al otro descubrirse y realizarse en su propia condición sexuada. Uno hace al otro consciente de ser llamado a la comunión y capaz para convertirse en "don", en mutua subordinación amorosa.
Se ha hablado de una "recíproca complementariedad" entre los sexos. Ambos existen, según el Papa Juan Pablo II, dentro de una relación constitutiva de "unidad de dos".  Sin embargo, sabemos desde nuestras experiencias primarias que no se trata necesariamente de la relación entre un único varón y una única mujer. La reciprocidad se expresa en múltiples situaciones diversas de la vida, en una pluralidad polícroma de relaciones interpersonales, como las de la maternidad, la paternidad, la filiación y fraternidad, la colegialidad y amistad y tantas otras, que afectan contemporáneamente a cada persona. Algunos destacan, por tanto, que se trata de una "reciprocidad asimétrica". 
¿Cuáles son, entonces, las diferencias sexuales? Como la persona entera es varón o mujer, "en la unidad de cuerpo y alma", la masculinidad o feminidad se extiende a todos los ámbitos de su ser: desde el profundo significado de las diferencias físicas entre el varón y la mujer y su influencia en el amor corporal, hasta las diferencias psíquicas entre ambos y la forma diferente de manifestar su relación con Dios. En efecto, hasta la última célula el cuerpo masculino es masculino y el femenino es femenino. Y aunque no se pueda constatar ningún rasgo psicológico o espiritual atribuible a sólo uno de los sexos, hay, sin embargo, características que se presentan con una frecuencia especial y de manera pronunciada en los varones, y otras en las mujeres. Es una tarea sumamente difícil distinguir en este campo. Probablemente nunca será posible decidir con exactitud científica lo que es "típicamente masculino" o "típicamente femenino", pues la naturaleza y la cultura, las dos grandes modeladoras, están entrelazadas, desde el principio, muy estrechamente. Pero el hecho de que varón y mujer experimentan el mundo de forma diferente, solucionan tareas de manera distinta, sienten, planean y reaccionan de manera desigual, lo puede percibir y reconocer cualquiera, sin necesidad de ninguna ciencia.
          El varón y la mujer se distinguen, evidentemente, en la posibilidad de ser padre o madre. La procreación se encuentra ennoblecida en ellos por el amor en que se desarrolla y, precisamente por la vinculación al amor, ha sido puesta por Dios en el centro de la persona humana como labor conjunta de los dos sexos. Ahora bien, si afirmamos que la posibilidad de engendrar no puede ser la única razón de la diferencia entre los sexos, no debemos centrarnos exclusivamente en la paternidad común, aunque ésta, sin duda, muestra un especial protagonismo y una confianza inmensa de Dios. Pero ser mujer, ser varón, no se agota en ser respectivamente madre o padre. Considerando las cualidades específicas de la mujer, se ha reflexionado, a veces, sobre la "maternidad espiritual"; el Papa Juan Pablo II precisa este concepto y habla más oportunamente del "genio de la mujer". 

Constituye una determinada actitud básica que corresponde a la estructura física de la mujer y se ve fomentada por ésta. En efecto, no parece descabellado suponer que la intensa relación que la mujer guarda con la vida pueda generar en ella unas disposiciones particulares. Así como durante el embarazo la mujer experimenta una cercanía única hacia un nuevo ser humano, así también su naturaleza favorece el encuentro interpersonal con quienes le rodean. El "genio de la mujer" se puede traducir en una delicada sensibilidad frente a las necesidades y requerimientos de los demás, en la capacidad de darse cuenta de sus posibles conflictos interiores y de comprenderlos. Se la puede identificar, cuidadosamente, con una especial capacidad de mostrar el amor de un modo concreto. Consiste en el talento de descubrir a cada uno dentro de la masa, en medio del ajetreo del trabajo profesional; de no olvidar que las personas son más importantes que las cosas. Significa romper el anonimato, escuchar a los demás, tomar en serio sus preocupaciones, mostrarse solidaria y buscar caminos con ellos. A una mujer sencilla no le cuesta nada, normalmente, transmitir seguridad y crear una atmósfera en la que quienes la rodean puedan sentirse a gusto.
Pero, evidentemente, no todas las mujeres son suaves y abnegadas. No todas ellas muestran su talento hacia la solidaridad, ni mucho menos. No es raro que, en determinados casos, un varón tenga más sensibilidad para acoger, para atender que la mayoría de las mujeres. Y puede ser más pacífico que su esposa.
Por cierto, donde hay un "genio femenino" debe haber también un "genio masculino". ¿Cuál es el talento específico del varón? Éste tiene por naturaleza una mayor distancia respecto a la vida concreta. Se encuentra siempre "fuera" del proceso de la gestación y del nacimiento, y sólo puede tener parte en ellos a través de su mujer. Precisamente esa mayor distancia le puede facilitar una acción más serena para proteger la vida, y asegurar su futuro. Puede llevarle a ser un verdadero padre, no sólo en la dimensión física, sino también en sentido espiritual. Puede llevarle a ser un amigo imperturbable, seguro y de confianza. Pero puede llevarle también, por otro lado, a un cierto desinterés por las cosas concretas y cotidianas, lo que, desgraciadamente, se ha favorecido en las épocas pasadas por una educación unilateral.
Las diferencias sexuales comprenden puntos fuertes y flacos que se han expresado de múltiples formas a lo largo de la historia. Han sido, a la vez, objeto de apreciación diversa. La primacía de la fuerza física ha "producido" con frecuencia la prepotencia del varón y la minusvaloración de la mujer. Esta situación lamentable está cambiando desde la revolución feminista. Enriquecidos por estas experiencias desafortunadas parece encontrar nuestra generación un propio modo de vivir y convivir, un propio camino hacia la madurez en el trato de los sexos, tanto fuera como dentro del matrimonio. Pero este camino, en cuanto que realmente lleva a la plenitud, nunca puede prescindir del amor.
Hoy en día se está descubriendo de nuevo una vieja intuición de la sabiduría popular: el varón da amor para ser amado. La mujer, en cambio, quiere ser amada para dar amor, para entregarse gozosamente y sin reservas. Y ambos, desde perspectivas distintas, llegan a la propia felicidad sirviendo a la felicidad del otro.

APRENDER A CONVIVIR
Una persona humana sólo puede vivir y desarrollarse sanamente, cuando es aceptada tal como es, cuando alguien la quiere verdaderamente, y le dice: "Es bueno que existas." Hace falta la confirmación en el ser para sentirse a gusto en el mundo, para que sea posible adquirir una cierta estimación propia y abrirse a los demás. En este sentido se ha dicho que el amor continúa y perfecciona la obra de la creación. Amar a una persona quiere decir hacerle consciente de su propio valor, de su propia belleza. Una persona amada es una persona aprobada, que puede responder al otro con toda verdad: "Te necesito para ser yo mismo."   
Ciertamente, una persona da y recibe amor a muchos niveles distintos. Se relaciona con otras personas en todos los sectores de la sociedad, en la cultura y el arte, la política y la economía, la vida pública y privada. En todos los ámbitos, los varones y mujeres están llamados a aceptarse mutuamente y a construir juntos un mundo habitable. Este mundo llegará a su plenitud en el momento en el que ambos sexos le entreguen armónicamente su contribución específica.
Esto no siempre es fácil, porque descubrimos en nuestra naturaleza no sólo la atracción del sexo opuesto, sino también una cierta tensión, una cierta fisura de la imagen divina. Después del pecado, el hombre no siempre tiene una mirada profunda e íntegra. Esto puede llevar, por ejemplo, a que un varón vea en una mujer no la otra persona, sino el otro cuerpo; o que una mujer vea en un varón no la otra persona, sino un trampolín para la carrera social o para la satisfacción de sus propias inclinaciones. Varón y mujer se pueden rebajar y utilizar mutuamente, lo que en la práctica ha llevado, no pocas veces, a considerar al sexo femenino como pura decoración, puro objeto de placer, idealizándolo quizá en la teoría.
Este peligro ha llevado a personas honestas, a veces, a evitar el trato con mujeres. Hay una larga historia en la que las mujeres fueron consideradas como tentadoras para la virtud de los varones. Las relaciones se volvieron, consecuentemente, un tanto contraídas y poco naturales. Pero los que se comportan de un modo "exclusivista" o discriminatorio con respecto a las mujeres, curiosamente guardan la misma actitud de fondo que aquellos que se dejan llevar por el hedonismo: reducen la persona a la sexualidad y la sexualidad a una mera función. Así se considera a la mujer desde una perspectiva muy estrecha, tan sólo como una eventual fuente de placer o tentación, y se descuida su dignidad real. Esta conducta, afortunadamente superada, constituye una profunda degradación de la mujer. Pero sale perdiendo también el varón que se priva conscientemente de la "ayuda" que Dios ha previsto para él.
Nuestro Señor Jesucristo, en cambio, no evitó el encuentro con mujeres. Amaba con amor de amistad a Marta y a su hermana María; habló con una mujer samaritana sobre los misterios más profundos de la fe, se dejó consolar por las mujeres camino del Calvario, permitió a la Verónica secar su rostro y lo dejó estampado en su paño... Demostró en el trato con las mujeres de su tiempo una gran libertad frente a las rígidas convenciones de una sociedad regida por varones. Su comportamiento entero fue sencillo, espontáneo, natural, un reflejo de la bondad de Dios. La gente se asombraba, se desconcertaba y se escandalizaba, y hasta los discípulos "se admiraban". Pero todo eso no preocupaba a Cristo, que había llegado para liberar a la humanidad, y para mostrar que Dios ama tanto a sus hijas como sus hijos con un amor muy grande, y no los ha creado a unos y otros como obstáculos mutuos para su santidad.
Hoy en día hemos superado, en gran parte, los exclusivismos de los tiempos pasados. Se inculca a los varones, en general, una actitud diferente y más humana frente a las mujeres. Así se ha llegado, también en la Iglesia, a un trato de colaboración con las mujeres. Estas no son concesiones semiforzadas al espíritu de los tiempos, sino consecuencia clara de un conocimiento más profundo del plan divino sobre la creación.
Tal vez, no podríamos alcanzar esta nueva forma de convivencia social, si el feminismo no hubiera tenido en el mundo la influencia tan grande de que ha gozado en las últimas décadas. Durante la "era de las emancipaciones", la juventud se ha abierto a nuevas ideas y se ha empeñado en superar los llamados viejos tabúes. En general se perdió el miedo frente a los temas prohibidos. De este proceso de transformación de la sociedad muchos cristianos han sabido sacar las consecuencias buenas, haciendo eco a la enseñanza de Tomás de Aquino: puede existir lo bueno sin mezcla de malo; pero no existe lo malo sin mezcla de bueno.  
Francamente, no podemos negar que en este proceso de apertura se cometieron abusos y se cayó en innumerables excesos. Sin embargo, en lo que significa ver al otro sexo como un auténtico "partner", un "copartícipe" de la acción, el cambio ha sido necesario e impregnado de sentido cristiano. El Santo Padre lo sabe muy bien y por ello puede decir confiadamente a la juventud: "¡Vosotros sois la esperanza del mundo, la esperanza de la Iglesia, sois también mi esperanza!"
Parece que hoy en día estamos llegando al fin de una fase en que se comienza a respetar y a valorar las diferencias entre el varón y la mujer de modo más profundo y más de acuerdo con la enseñanza de la revelación divina. En la era de las emancipaciones, lo más importante era destacar la superioridad de un sexo sobre el otro. Afortunadamente, en la actualidad, en lo que se refiere a la relación entre el varón y la mujer, nos encontramos en camino hacia una nueva etapa, que podríamos llamar la "etapa de una colaboración real" que enriquece a ambos. Son cada vez más las personas que saben percibir las diferencias sexuales como algo verdaderamente positivo, que da luz y calor a la vida, y un especial atractivo a la convivencia. Y que afirman, después de una larga época de discusiones vehementes y dolientes, que el reconocimiento de la diferencia constituye precisamente la condición sine qua non para lograr la felicidad en la vida de la comunidad. Un cristiano experimenta, además, que la gracia divina quita el miedo y la indiferencia, también los rencores, transforma el corazón humano y le hace capaz de amar con responsabilidad, a todos los niveles y en las situaciones más diversas de la vida.

COMUNIÓN DE VIDA Y AMOR
La situación de vida en la que es más intensa la convivencia entre personas de distintos sexos, es sin duda el matrimonio. Es un encuentro personal entre un varón y una mujer, una comunidad de vida y de amor, la superación de la soledad originaria y radical de la que sufre cada ser humano. La "ayuda" que se prestan los cónyuges, no se refiere sólo a la procreación o al cultivo del jardín. Ambos, el varón y la mujer, pueden "ayudarse" mutuamente para conseguir una vida más feliz, que no es ni la "mía" ni la "tuya", sino "nuestra vida", una nueva unidad, una aventura común.
Los cónyuges, al confirmarse mutuamente en el ser, se hacen crecer, despiertan en sí ánimos de superar las dificultades que haya, y disfrutar de la vida. Al dar y recibirse mutuamente, provocan cambios profundos, cada uno en sí y en el otro, "creando" una nueva unidad existencial por su amor, donde la vida se hace más llevadera y el mundo puede experimentarse de un modo más bello y luminoso. Cada uno, de alguna manera, vive en el otro; y cada uno se recibe de nuevo del otro. No deja de ser él mismo, pero es profundamente marcado por el milagro del amor: "al mismo tiempo es más joven y más viejo que de ordinario…; es fuerte y, sin embargo, es débil; hay en él una armonía que rebota en su vida entera."
Antes de poder aceptar a otra persona, ciertamente, es necesario haberse aceptado a sí mismo. Para poder profundizar en los pensamientos de los demás, se tiene que disponer anteriormente de reflexiones propias. Tanto el varón como la mujer tienen que hacerse capaces de discurrir y hacer planes por su propia cuenta. Esta independencia es condición previa para la capacidad auténtica de amar. Si dependo de alguien por incapacidad de ser independiente, esa persona puede ser mi salvavidas, mi punto de apoyo, mi orgullo y mi hogar, ¡pero nuestra relación jamás podrá llamarse amor! Mientras yo no tenga mis propias convicciones, y mis propios actos sólo sean reacciones a los actos ajenos y ecos suyos, no podré ser un verdadero amigo de nadie. El amor solamente es posible sobre la base de la libertad. Quien es libre, no se opone a entregarse ni le molesta sentirse insignificante. No envidia en el otro lo que él mismo tal vez no tiene, y frecuentemente, se alegra de que el otro sea más importante que él.
Sin embargo, la convivencia común no siempre es gozo. Podemos experimentar también las debilidades propias y ajenas. De una forma u otra, todo matrimonio pasa por crisis, igual que toda persona humana, cuando crece, sufre sus crisis de desarrollo. Es bastante normal que haya momentos duros en la vida común y, en principio, no es aconsejable que se intente a toda costa eludir cualquier conflicto. Si los cónyuges se acostumbran a callarlo todo, previa conformidad tácita, tal vez puedan presumir durante un tiempo de una aparente paz; pero pagarán finalmente un precio muy alto por ella, pues pronto se aburrirán mutuamente con sus conversaciones superficiales.
Con frecuencia, marido y mujer no alcanzan la felicidad porque no se conocen bien. Aquello que algunos cónyuges fieles llaman su cruz, no es tal, sino la consecuencia de no haber aprendido de su diversidad. Dios no ha creado el matrimonio como un via crucis, sino como un lugar de realización, de plenitud. El marido y la mujer deberían saber cómo vivir la sexualidad, pues se puede demostrar su cariño al otro cónyuge de diversas maneras. Si el varón no tiene consideración con la mujer, la unión sexual puede llegar a convertirse en una carga para ella quien puede incluso reaccionar con aversión. Es evidente que, tarde o temprano, esto puede ocasionar un problema en la relación entre ambos cónyuges. El varón se quejará de frialdad de parte de su mujer, y ella quizá de rudeza de parte de su marido. Tal vez huyan de sí mismos y de su pareja hacia los hijos, el trabajo o alguna aventura. La comunidad se perfecciona y llega a su plena realización tan sólo si los cónyuges tienen en cuenta que son diferentes.
A menudo, la disposición de perdonar es la única esperanza en el camino hacia un nuevo comienzo. Pero no es nada fácil adquirir esta disposición: se trata de uno de los imperativos éticos más exigentes, que pertenece al núcleo del mensaje cristiano. Implica comprender que cada uno necesita más amor del que "merece"; cada uno es más vulnerable de lo que parece; y todos somos débiles y podemos cansarnos. Implica también que uno reconozca la propia flaqueza, los propios fallos (que, a lo mejor, han llevado al otro a un comportamiento desviado), y no dude en pedir, a su vez, perdón al otro. Si ambos se esfuerzan por cumplir con las exigencias cristianas, convierten su casa en un hogar al que se puede volver, aunque se haya obrado mal.
Como consecuencia de la dinámica natural del amor, uno quiere buscar cada vez más aceptación, más seguridad en el otro. Sin embargo, la capacidad de apoyo de cualquier persona humana no puede ser sino limitada. Cuanto más se exige del otro, más rápidamente se llegará a experimentar la decepción. El otro puede ayudarme a aceptar la vida, puede animarme a saltar las barreras que se me presenten, puede incluso ser la causa de que me olvide de mí y me dedique a los demás, pero nunca puede darme el último amparo. Cada amor humano tiene un margen. Una persona puede querer "con todas sus fuerzas", pero éstas no son infinitas. Así, en el centro mismo de la relación amorosa, se puede descubrir la necesidad de "transcenderse", de abrirse a una realidad mayor donde se vislumbra un refugio más amplio y firme que acoge al otro y también a mí. Los cristianos saben que allí los espera Dios: es él quien ofrece a un ser humano la última "afirmación en el ser" y una seguridad completa.
La relación con Dios no quita o disminuye nada del amor humano; es más bien su garante poderoso. Los esposos cristianos se pueden amar "con todo el corazón", porque se saben amados por Dios. Se pueden dar seguridad, porque se encuentran seguros en Dios. No esperan el último apoyo del otro, sino de Dios. Esto les permite mirar al cónyuge con realismo, sin idealizarle, sin sobrecargarle con unas expectativas exageradas. Son como unos montañeros bien unidos entre sí por una cuerda fuerte que, a su vez, está amarrada en un cimiento firme. Están unidos entre sí y descargados a la vez, porque ambos están llevados por Dios.

CON LA MIRADA EN DIOS
Llegamos a una reflexión final. El hombre no sólo está llamado a la comunión con sus iguales. Desde su nacimiento, es invitado a un diálogo amoroso con el mismo Dios. Su existencia es vocación y respuesta a la vez.
Muchas personas encuentran su camino hacia Dios en el matrimonio. Éste puede ser una verdadera obra de arte del amor, que construyen, mejoran y renuevan el varón y la mujer durante toda una vida. El misterio consiste en "perder la vida", por amor al otro, para "ganarla".
Pero el "Otro" por excelencia que está íntimamente presente en el matrimonio cristiano, es el mismo Dios. A una relación conyugal profunda y completa pertenecen tres. La promesa de dos cristianos ante Dios los une no sólo a su pareja, sino que en cierta forma a través de él o de ella, se unen al mismo tiempo a Jesucristo. No se entrega uno recíprocamente, se entrega también a Cristo a través del otro, de la otra. Los cónyuges no sólo viven para el otro. En realidad, viven juntos para Cristo; en su amor conyugal, aman también a Cristo. Y mientras más unidos estén entre ellos, más se unirán a El.
Sin embargo, para un cristiano, el amor entre un varón y una mujer es importante, pero no es lo más importante; da felicidad, pero esa no es la máxima felicidad; tiene sentido, pero ese no es el último sentido de la vida. Es un camino para muchos, pero no el fin. Porque el fin de la vida es solo Dios.
          Cabe también otra posibilidad para un cristiano: la posibilidad de que Dios le llame a vivir en una intimidad especial sólo con Él. Si una persona escucha esta llamada y está dispuesta a seguirla, renuncia por amor a Cristo, libremente, al amor conyugal. Responde al amor divino con todas las energías del alma y del cuerpo. Vive también una entrega completa a un Tú, una relación directa entre Tú y yo, no a través de otra persona humana, sino en una relación directa e inmediata sólo con Dios. Es ésa, según una expresión del teólogo Scola, la cima más alta del misterio nupcial.  
Esta entrega "nupcial" a Dios no priva al cristiano ni de su masculinidad o feminidad ni de la responsabilidad de colaborar con las personas del otro sexo en la tarea de edificar un mundo más humano y por tanto más cristiano. No debemos olvidar nunca más que el encargo de "cultivar la tierra" va dirigido conjuntamente al varón y a la mujer. Ambos han de hacer fructificar sus talentos específicos en una comunión auténtica, en todos los niveles de la vida. Sólo así llevarán la creación a su plenitud.
Jutta Burggraf









«Situación y perspectivas de la familia y la vida en América»
Declaración de Santo Domingo
CIUDAD DEL VATICANO, 11 octubre 2002 (ZENIT.org).- Del 1 al 5 de septiembre de 2002 se reunieron los presidentes de las Conferencias Episcopales de América en la ciudad de Santo Domingo para tratar del tema «Situación y perspectivas de la familia y la vida en América». El Encuentro fue convocado por el Consejo Pontificio para la Familia, por la Comisión Pontificia para América Latina y por el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). Los participantes aprobaron por unanimidad el documento que presentamos y decidieron hacerlo público en la significativa fecha del 12 de octubre.

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Los presidentes del Pontificio Consejo para la Familia, de la Pontificia Comisión para América Latina y del Consejo Episcopal Latinoamericano, así como los presidentes o delegados de las Conferencias Episcopales de América, con algunos matrimonios y profesores universitarios, reunidos en la ciudad de Santo Domingo, hemos estudiado las legislaciones, la problemática de la familia y la vida en el Continente, dentro del contexto de la globalización cultural.
Nos dirigimos con respeto, insistencia y esperanza a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, sensibles al gran valor de la familia y la vida, y en modo especial, a los responsables de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial en nuestros países. Queremos compartir con ellos informaciones y preocupaciones, a la luz de la enseñanza de la Iglesia, dialogar sobre el respeto debido a la familia y la vida, que tiene su fundamento en la verdad del hombre y, por tanto, en una genuina antropología.
 
I. Situación de la familia
1. En muchas naciones la verdad sobre la familia está amenazada como institución natural (Juan Pablo II, Homilía en Braga, Portugal 15/5/1982); bien necesario para asegurar el tejido social, sin el cual el futuro de los pueblos se halla en grave peligro. Más aún, debido a una fuerte presión ideológica, se diría que hay el propósito de desmontar pieza por pieza el edificio de la familia fundamentada sobre el matrimonio.
2. Con sutiles instrumentos de manipulación intelectual y jurídica y de ambigüedad terminológica se extiende cada vez más una mentalidad que con el pretexto de progreso y de modernidad va destruyendo los principios y valores básicos del matrimonio y la familia. La humana donación recíproca amorosa entre los esposos, por toda la vida, la fidelidad y exclusividad matrimoniales, la fecundidad (Pablo VI, Encíclica «Humanae vitae, n. 9), se relativizan y presentan como si sólo fueran fruto de acuerdos externos y estadísticas sociales, mutables según las circunstancias.
3. Nos preocupa como obispos, pastores y ciudadanos del mundo que se viole la soberanía y cultura de nuestros pueblos y que no se responda a la profunda y legítima aspiración de nuestra gente de ver tutelada y ayudada la familia en su misión integral, como la mejor inversión y el más precioso «capital humano», en beneficio de la entera sociedad. Muchas familias, que viven heroicamente y merecen el reconocimiento de la sociedad, trabajan y luchan por educar integralmente, con todos los valores, a los hijos para asegurarles un futuro digno.

II. Verdad de la familia y la vida
4. La auténtica familia, santuario de la vida y primera y más profunda escuela de amor y ternura, anima e impulsa a la juventud a buscar la felicidad en los verdaderos valores humanos. Estos se encuentran en el señorío de la libertad, en la generosidad, solidaridad y sobriedad.
5. Una sociedad y cultura sanas se reflejan y se nutren de la salud de la familia. Igualmente, una sociedad y cultura enfermas se reflejan en una familia débil y deteriorada. El futuro de la humanidad no será posible sin el reconocimiento y respeto de los valores de la institución natural familiar. Los que tienen en sus manos y son responsables, en cierta forma, del porvenir de nuestros pueblos, deben ser guardianes y promotores de la familia y de la vida ya, que la salvaguarda de éstas es responsabilidad de toda la sociedad, especialmente de quienes están a su servicio, en la noble vocación de la política.
6. La familia fundada en el matrimonio libre y vinculante del esposo y la esposa, es, por su propia naturaleza, célula básica de la sociedad y patrimonio de la humanidad. Jesucristo ha elevado a la dignidad de sacramento esa comunidad de vida y amor.
7. Nos aflige profundamente la pretensión de dar un reconocimiento legal, con los efectos jurídicos que la tradición de los pueblos sólo reconocía al matrimonio, un bien eminentemente público, a las llamadas «uniones de hecho», en sus diversas versiones y etapas. Es aún mayor nuestra inquietud cuando tal pretensión se refiere a personas del mismo sexo. Es inadmisible que se quiera hacer pasar como una unión legítima e incluso como «matrimonio» las uniones de homosexuales y lesbianas, hasta con el pretendido derecho de adoptar niños. Implícita e incluso explícitamente se presentan como alternativa a la familia. Reconocer este otro tipo de uniones y equipararlas a la familia es discriminarla y atentar contra ella.
8. La familia y la vida caminan juntas. Por eso, todo desconocimiento y ataque a la familia lo es a la vida, y todo desconocimiento y ataque a la vida lo es a la familia. En medio del debate científico y moral del momento sobre los complejos problemas de la bioética, entre los que cabe mencionar la ingeniería genética, la clonación, la fecundación asistida y la eutanasia, queremos reafirmar la sacralidad de la persona humana desde la concepción hasta la muerte natural. La ciencia no puede erigirse en exclusivo criterio al margen de los principios éticos, pues comprometería a la persona y a la sociedad.
9. Dice Juan Pablo II: «El hombre de hoy vive como si Dios no existiese y por ello se coloca a sí mismo en el puesto de Dios, se apodera del derecho del Creador de interferir en el misterio de la vida humana y esto quiere decir que aspira a decidir mediante manipulación genética en la vida del hombre y a determinar los límites de la muerte. Rechazando las leyes divinas y los principios morales atenta abiertamente contra la familia. Intenta de muchas maneras hacer callar la voz de Dios en el corazón de los hombres; quiere hacer de Dios el gran ausente de la cultura y de la conciencia de los pueblos. El misterio de la iniquidad continúa marcando la realidad de este mundo.» (Juan Pablo II, Homilía en Cracovia, 18/8/2002).
Nos impresiona que mientras se proclaman, con legítima insistencia los derechos humanos fundamentales, y sin duda que el primero es el derecho a la vida (cf. art. 3 de la Declaración universal de derechos del hombre), se difunde cada vez más el crimen abominable del aborto. El mismo Santo Padre denuncia la conversión del delito en derecho (cf. Juan Pablo II, Enc. Evangelium vitae, n. 11).
10. Nos interpela a todos la extrema pobreza de la gran mayoría de las familias en nuestro Continente. El capitalismo salvaje y la dictadura del mercado provocan cada vez más desigualdad entre los hombres y el crecimiento del desempleo. Compartimos el sufrimiento de tantas familias que experimentan la necesidad de emigrar por la falta de oportunidades de trabajo en muchas regiones.
Se requiere crear y mantener una red de solidaridad real, que reconozca en todo hombre a nuestro hermano. Así la globalización será, como propone el Santo Padre, una verdadera globalización humana y humanizante y una auténtica «globalización de la solidaridad» (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica «Ecclesia in America», n. 55).
Esta aspiración es compartida por diversas personas de reconocida autoridad en el campo de la política, de la sociología y de la economía.
11. No es verdad que el incremento de seres humanos sea la causa de la pobreza y la miseria. Sabemos que ellas son producto de la injusticia reinante. Esta es la que produce mayor enriquecimiento de los ricos y más empobrecimiento de los pobres. Nunca antes hubo mayor contraste entre riqueza y pobreza. Dentro de este contexto, la víctima principal es la familia. Para los niños, invitados al banquete de la vida, la mayor pobreza es carecer de una familia en la que sean acogidos, amados y educados. La pobreza se agrava sin la familia, y empeora notablemente al no poder tener una familia con una mínima dignidad. La voracidad del poder económico puede llegar a destruir otro elemento esencial de la vida, el equilibrio ecológico de la creación
 
III. Necesidad de actuar
12. Los políticos y legisladores, no sólo los católicos, son invitados en virtud del sentido mismo de las leyes en pro del bien común, a no dar su voto a proyectos de leyes inicuas. Les pedimos insistentemente que busquen iniciativas creadoras en favor de la familia y de la vida, que se plasmen en lo posible en una legislación orgánica y positiva.
13. El Santo Padre Juan Pablo II (Discurso a la Rota Romana, 28/1/2002), ante el crecimiento de una mentalidad divorcista, invita a una actitud coherente e incluso a la objeción de conciencia ante leyes injustas, que por serlo, no son obligantes. El derecho a la objeción de conciencia es particularmente urgente ante la avalancha de proyectos de ley sobre uniones de hecho en sus diversos niveles, que atientan contra la singularidad del matrimonio.
¿Cómo podría un cristiano, un político o legislador coherente, incluso si no comparte nuestra fe, dar su voto o prestarse para «celebrar» dichas uniones que discriminan de hecho su mundo moral?
14. En nombre de Jesucristo, a quien nosotros reconocemos como único Salvador del mundo, anunciamos el Evangelio de la vida, sin pretender imponerlo. La verdad vale por sí misma y es capaz, por su esplendor, de convencer y seducir a los hombres y mujeres de buena voluntad.
La historia interpela a la humanidad entera en el comienzo del nuevo milenio y urge especialmente a los dirigentes a gestar una sociedad digna del hombre.
Con el Santo Padre Juan Pablo II (Homilía en la Basílica de Ntra. Sra. de Guadalupe, 23/1/1999), concluimos diciendo: “La Iglesia debe manifestarse proféticamente contra la cultura de la muerte. Que el Continente de la Esperanza sea también el Continente de la Vida”
Santo Domingo, 4 de septiembre de 2002 (se ha convenido que esta Declaración se haga pública desde el Vaticano, en la significativa fecha del 12 de octubre de este año).
 
Alfonso Cardenal, López Trujillo
Presidente Consejo Pontificio para la Familia
Giovanni Battista Cardenal, Re
Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina
Jorge Enrique Jiménez Carvajal
Presidente del CELAM
[Texto original en castellano]









Obispos de América desenmascaran las amenazas contra la familia
Uniones de hecho, violación de la vida, y dictadura del mercado
CIUDAD DEL VATICANO, 11 octubre 2002.- La familia en el continente americano está atacada tanto por leyes que violan el derecho fundamental a la vida o el carácter único del matrimonio como por la «dictadura del mercado», afirma una declaración de obispos del continente y de representantes de la Santa Sede.
«La declaración de Santo Domingo», como ha sido bautizada, publicada este viernes por la Sala de Prensa de la Santa Sede, es el documento conclusivo de una reunión de los presidentes de las Conferencias Episcopales de América celebrada en la República Dominicana del 1 al 5 de septiembre para tratar el tema «Situación y perspectivas de la familia y la vida en América»
La «Declaración», que se dirige de manera particular a los políticos y responsables de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial de los países americanos, comienza denunciando «una fuerte presión ideológica».
«Se diría que hay el propósito de desmontar pieza por pieza el edificio de la familia fundamentada sobre el matrimonio», afirma.
 
Amenazas al matrimonio
En este sentido, los obispos y cardenales confiesan: «Nos aflige profundamente la pretensión de dar un reconocimiento legal, con los efectos jurídicos que la tradición de los pueblos sólo reconocía al matrimonio, un bien eminentemente público, a las llamadas “uniones de hecho”, en sus diversas versiones y etapas».
«Es aún mayor nuestra inquietud cuando tal pretensión se refiere a personas del mismo sexo --sigue diciendo el documento--. Es inadmisible que se quiera hacer pasar como una unión legítima e incluso como “matrimonio” las uniones de homosexuales y lesbianas, hasta con el pretendido derecho de adoptar niños».
«Reconocer este otro tipo de uniones y equipararlas a la familia es discriminarla y atentar contra ella», explica la «Declaración» conclusiva de Santo Domingo» que fue convocada por el Consejo Pontificio para la Familia, la Comisión Pontificia para América Latina y el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).
 
Amenazas a la vida
A continuación, el texto afronta el debate que plantea la bioética en cuestiones como la ingeniería genética, la clonación, la fecundación asistida y la eutanasia, y afirma «la sacralidad de la persona humana desde la concepción hasta la muerte natural».
«La ciencia no puede erigirse en exclusivo criterio al margen de los principios éticos, pues comprometería a la persona y a la sociedad», afirman los prelados.
«Nos impresiona que mientras se proclaman, con legítima insistencia los derechos humanos fundamentales, y sin duda que el primero es el derecho a la vida (cf. art. 3 de la Declaración universal de derechos del hombre), se difunde cada vez más el crimen abominable del aborto», añaden denunciando «la conversión del delito en derecho».
 
La pobreza
La tercera gran amenaza que experimentan hoy las familias en América, según la declaración, es la «extrema pobreza» provocada por «el capitalismo salvaje y la dictadura del mercado».
«Compartimos el sufrimiento de tantas familias que experimentan la necesidad de emigrar por la falta de oportunidades de trabajo en muchas regiones», reconocen los prelados.
«No es verdad que el incremento de seres humanos sea la causa de la pobreza y la miseria --afirman los obispos y cardenales--. Sabemos que ellas son producto de la injusticia reinante. Esta es la que produce mayor enriquecimiento de los ricos y más empobrecimiento de los pobres. Nunca antes hubo mayor contraste entre riqueza y pobreza».
El documento acaba con un apremiante llamamiento a «los políticos y legisladores, no sólo los católicos» «a no dar su voto a proyectos de leyes inicuas».
En particular, el documento recuerda el derecho a la objeción de conciencia «ante la avalancha de proyectos de ley sobre uniones de hecho en sus diversos niveles, que atientan contra la singularidad del matrimonio».
«¿Cómo podría un cristiano, un político o legislador coherente, incluso si no comparte nuestra fe, dar su voto o prestarse para “celebrar” dichas uniones que discriminan de hecho su mundo moral?», concluyen preguntando.
El documento es firmado por el cardenal Alfonso López Trujillo, presidente Consejo Pontificio para la Familia, por el cardenal Giovanni Battista Re, prefecto de la Congregación de los Obispos y presidente de la Comisión Pontificia para América Latina, y por el obispo Jorge Enrique Jiménez Carvajal, presidente del CELAM. Fue aprobado por unanimidad en la reunión de Santo Domingo.
 









Ayuda a las familias en dificultad, uno de los apostolados más necesarios
Discurso del Papa a la plenaria del Consejo Pontificio para la Familia
 CIUDAD DEL VATICANO, 18 octubre 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II considera que uno de los apostolados más «necesarios» del momento actual es el de la ayuda a las familias en dificultad, en particular promoviendo su vida espiritual y el diálogo.
El Santo Padre presentó su petición este viernes al encontrarse con los participantes en la Asamblea plenaria del Consejo Pontificio par la Familia, presidido por el Cardenal Alfonso López Trujillo, que tiene lugar del 17 al 19 de octubre sobre el tema «Pastoral familiar y parejas en dificultad».
«En un mundo que va secularizándose cada vez más, es más importante el que familia creyente adquiera conciencia de su propia vocación y misión», aclara el Papa.
El punto de partida para ello, en todo contexto y circunstancia, consiste en salvaguardar e intensificar la oración, una oración incesante al Señor par que aumente y haga más vigorosa la propia fe», añadió.
«Como he escrito en la carta apostólica “Rosarium Virginis Mariae” --publicada este miércoles al comenzar el vigesimoquinto año de este pontificado--: “la familia que reza unida, permanece unida”».
«Es verdad que, cuando se atraviesan momentos particulares, la ciencia puede ofrecer una buena ayuda, pero nada podrá sustituir una fe ardiente, personal y confiada que se abre al Señor», aseguró.
«La oración --insistió--, el acercamiento frecuente al sacramento de la Reconciliación, la dirección espiritual, no deben abandonarse nunca, sustituyéndolos con otras técnicas de apoyo humano y psicológico».
Según el sucesor de Pedro «la ayuda familiar a las parejas, especialmente jóvenes, por parte de familias sólidas espiritual y moralmente» se ha convertido en uno de los apostolados más necesarios «en este momento histórico».
Este apostolado, aseguró, debe prestar atención, de manera particular, a la promoción del diálogo.
«Con frecuencia, falta el tiempo para vivir y dialogar en familiar --reconoció el obispo de Roma--. Muchas veces los padres no se sienten preparados y tienen miedo incluso de asumir, como es su deber, la tarea de la educación integral de sus hijos».
«Puede suceder que éstos, precisamente a causa de la falta de diálogo, experimenten serios obstáculos a la hora de encontrar en sus padres auténticos modelos a imitar y busquen en otro sitio modelos y estilos de vida, que con frecuencia son falsos y dañinos de la dignidad del hombre y del amor auténtico».
«La banalización del sexo --concluyó--, en un sociedad saturada de erotismo, y la falta de referencia a principios éticos, pueden arruinar la vida de niños, adolescentes y jóvenes, impidiéndoles formarse en un amor responsable, maduro, y en el desarrollo armónico de su personalidad». 






Testimonio



Contado en el Día de la Familia celebrado en esta parroquia la víspera de la Santísima Trinidad.
El testimonio que voy a hacer es muy sencillo, pero también se esconde detrás de estos pequeños detalles, la Providencia de Dios que hace concurrir cada acontecimiento para que le busquemos, le encontremos y le amemos precisamente a través de la vida corriente y aparentemente sin valor.
Soy la mayor de tres hermanos, de una familia sencilla, labradores.  Mis padres tienen la formación cultural propia de aquella época y del lugar.  Pero a mí me enseñaron mucho, porque aquella enciclopedias Álvarez de I', 2' y 3' grado; tenían una gran cultura y recuerdo que mi padre me explicó matemáticas hasta que llegó la parte moderna para él.
Mis padres heredaron de mis abuelos una formación cristiana, vivida con naturalidad, pues se hacían las cosas y nosotros, al ver su ejemplo lo hacíamos sin que nos la impusieran.
Recuerdo mi partida de bautismo y fue a los nueve días de nacer.  Ellos tenían fe en que era importante para borrar el pecado original y recibir la entrada en la Iglesia, y el don de la Santísima Trinidad y la filiación divina.
Cuando me acostaba, mi madre se pasaba por la habitación a arroparme y de ella aprendí el "Cuatro esquinitas tiene mi cama, Jesusito de mi vida..." Me enseñó a hacer la genuflexión adorando a Jesucristo en el Sagrario, santiguarme, y todas las oraciones básicas, las aprendí de sus labios.
En aquel entonces, había una Virgen Peregrina, la Inmaculada Concepción que iba por las casas y yo recuerdo ponerle flores cuando estaba en la nuestra y rezar el rosario en familia.
Fue mi madre quien me preparó para la primera comunión y la primera confesión.  Quien me enseñó a valorar lo que significaba recibir a Jesús en mi alma.  Tanto es así, que en un concurso de redacciones en el colegio, la mía fue sobre la 1ª comunión, el día más feliz de mí vida y quedé seleccionada.
Todo esto no lo veía con transcendencia porque lo viví al tiempo que aprendí a hablar, leer y escribir y la formación académica que recibí en el colegio.
Ahora si que doy gracias a mis padres porque cuando se vive con sencillez y libertad una amistad sincera con Jesucristo, eso queda arraigado en el alma y no se pierde.
El Santo Padre en algunos de sus escritos, nos ha dicho, que la familia es la Iglesia doméstica y, es verdad, porque es, donde primeramente aprendemos a conocer y amar a Cristo y a nuestra Madre la Santísima Virgen.
El 90% de mi vocación cristiana se la debo a mis padres y el 90% de mi vocación al Opus Dei, se la debo a ellos, pues cuando me hablaron del amor a la Virgen, al Santo Rosario, a la confesión frecuente, a la Santa Misa, yo lo hacía con naturalidad porque me lo enseñaron ellos.
Mi madre, rezaba conmigo en el momento de la Consagración de la Misa y cuando tardaba dos meses en confesarme me lo recordaba con cariño y me sugería: "vete a la sacristía y le dices al sacerdote, si por favor se puede poner un momento en el confesionario”, y yo, por cariño a ella lo hacía, porque todo era bueno para mí.
También recuerdo que me enseñaron a cuidar las cosas que usaba: los juegos, los regalos, los libros...
Durante la semana, me ayudaron a dedicarlo al estudio con responsabilidad y jugaba con mis amigas cuando podía.
La televisión el fin de semana, algo y sí tenía un rombo, me explicaban que no era adecuada a mi edad y no la veía.
Mi madre me explicó, de acuerdo con mi edad, que los hijos son fruto del amor de los padres y antes de que me enterara de forma picaresca por la calle, y en el colegio, ya me había informado de todo.
He de decir, que mi padre tiene dos hermanos sacerdotes y uno de ellos, le dio a mi madre libros de hacer familia y educar a los hijos según las edades y ella se pudo manos a la obra en la mejor tarea que Dios le encomendó.
En una familia donde es bien acogido Cristo es lógico que surjan vocaciones, por eso es tan importante que haya muchas familias cristianas, porque está en ello el futuro de la paz, vocaciones de todo tipo para la Iglesia y laicos que en medio de su trabajo y en su familia procuren santificarse y hacer el bien a todas las personas.
Esto es lo que Dios me hizo ver a mí cuando me encontré con el Opus Dei: Es vivir la vocación cristiana en serio.  Luchar por vivir los compromisos del Bautismo, dando testimonio de Cristo con mi vida y con el ejemplo de mi amistad la caridad con todas las personas.
Yo encontré el sentido de mi vida porque a través de mi trabajo como Numeraria Auxiliar en el Opus De¡, estoy influyendo grandemente en la Sociedad al influir en la familia.
Al esforzarme por hacer humanamente bien mi trabajo, por amor a Dios, cuidando de mi familia, El Opus Dei, y de todas las personas que vienen a formarse a los centros de la Obra porque hacen convivencias, curso de retiro, etc... Al ver el trabajo bien hecho, cuidado y el amor de Dios que tiene, las personas se remueven en su interior y lo llevan cada uno a sus respectivos hogares y estos a sus amigas y se hace una cadena interminable, pues son muchas las personas que se encuentran con el amor de Dios a través de esos detalles.
Esto es lo que quiero transmitir con mi testimonio.  Hacer un homenaje a mis padres y a todas las familias y deciros que ¡vale la pena!.  Que a los hijos hay que acompañarles yendo con ellos hacia Cristo porque solos no lo hacen y que viviendo así nos parecemos cada día mejor a la Santísima Trinidad, porque la Santísima Trinidad es como una familia donde se da la paternidad, la filiación y el amor mutuo (esta idea también es de Juan Pablo 11).
 Carmen  María







Testimonio de Ángeles: Veo como el Señor me presenta todos los días oportunidades
Nací en una familia cristiana (sobre todo mi madre y mi abuela fueron grandes ejemplos para mí), pero siempre fui una persona rebelde y el Señor permitió que experimentara mi libertad: me alejé de la Iglesia y traté de buscar en el mundo lo que yo creía que podía llenarme y hacerme feliz, busqué en la inteligencia, la belleza, la ropa, el dinero, los chicos, el placer, cualquier cosa que llenara mi carencia afectiva (que tenía desde siempre), y me había convertido en una insatisfecha.
Por supuesto, nada de eso llenó ese hueco, pero el Señor salió a mi encuentro. Esto sucedió al asistir a una catequesis para adultos que ofrecía el Camino Neocatecumenal en Santiago. Así pude reencontrarme con la Iglesia en donde he podido entender el tiempo de lejanía y me ha rescatado para que me conozca todavía mejor.
En ese momento empezó un tiempo nuevo para mí, porque he comenzado a verme tal como soy realmente y veo, como partiendo de eso (persona que siempre ha buscado el éxito, sibarita, independiente, perezosa, egoísta), el Señor está creando alguien nuevo.
Algo que ha sido muy importante para mí y que sólo he podido experimentar dentro de la Iglesia es el sacramento de la Reconciliación, pues después de haber estado muchos años sin tener relación con un miembro de mi familia, pude reconciliarme con él, de corazón. Pero veo como el Señor me presenta todos los días oportunidades de salir de mi ser justiciero y me concede más a menudo entrar en la misericordia que yo tantas veces he experimentado de Él.
Pero el redescubrir la Iglesia no sólo sería el comienzo de un cambio personal, sino que me preparaba para tener que enfrentarme con los momentos más duros de mi vida hasta aquí. Esto sucedió cuando en el transcurso de un año (1992), se muere un amigo, sufro un intento de violación, se suicida otro amigo y mi madre y mi hermana se mueren al ser atropelladas por un coche. Todo esto destruye el mundo en que vivía, me deja tremendamente sola y con un miedo atroz.
Pero el Señor, una vez más y con la ayuda de la comunidad con que caminaba, consigue que salga de ese pozo y que hoy pueda estar en paz con la historia que me ha tocado vivir.
Hoy sólo puedo dar gracias a Dios y a la Iglesia por no haber dejado que viva una vida sin sentido ( me había ido a Inglaterra a realizarme profesionalmente y a disfrutar de la independencia que tanto había buscado), haciendo sólo lo que me apeteciera, dando sólo si recibo algo a cambio o dominada por el dinero o por el afán de tener cada vez más. Ahora, vivo otra vez con mi familia donde tengo que darme todos los días, muchas veces con sufrimiento, pero contenta de estar en la voluntad de Dios y experimentar que no muero!
Ojalá no sea nunca yo un impedimento para que el mundo conozca el inmenso amor de Dios al hombre, y pueda, con mi vida, devolver tanto como he recibido.






Testimonio de María en una jornada sobre la familia

 Me llamo María estoy aquí porque me han pedido que cuente mí testimonio, así que allá voy. Nací hace 22 años en una familia cristiana como las vuestras, soy la quinta de cinco hermanos la única niña. Cuando mí madre se quedó embarazada de mí, le diagnosticaron un cancer y los médicos le aconsejaron que abortara, ya que las dos no podríamos salir adelante. Como buena cristiana, sabía que lo que había en su vientre era una vida humana querida por Dios y por lo tanto decidió seguir adelante con el embarazo. E1 médico que la atendía fue duramente criticado por permitir a mí madre tenerme en esas condiciones, pero eso no cambió nada porque la decisión ya estaba tomada. Nací el 13 de septiembre de 1980, y tuve la suerte de tener a mi madre a mí lado durante doce inolvidables años.
Durante esos años mí familia vivió como otra familia cualquiera, aprendimos a compaginar las ausencias de mis padres por motivos médicos uniéndonos más al resto de la familia que nos cuidó mucho. Crecimos en un ambiente cristiano de ir a Misa los domingos, con el mejor traje por supuesto, de bendecir la mesa y dar gracias, de rezar las tres avemaría de la noche. Devociones de niños que nos fueron enseñando nuestros padres. Por supuesto, también hacíamos de las nuestras y recibíamos alguna que otra bronca, dicha con cariño pero con firmeza.
A pesar de saber que en algo éramos diferentes a nuestros compañeros de escuela, no nos sentíamos desgraciados, ni íbamos por la calle con cara de pena, más bien todo lo contrarío, pues yo no me enteré de la enfermedad de mí madre hasta que se tuvo que quedar en cama, un año antes de su muerte. Recuerdo que yo le decía: “Mamá, yo quiero que te cures”, a lo que ella respondía: “Para eso hace falta un milagro”; entonces recordé que mí madre me había explicado, que durante la consagración en Misa se estaba realizando un milagro al transformarse el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. Desde entonces decidí pedir a Jesús en la consagración que al igual que ahí se estaba realizando el milagro de su venida, hiciera el milagro de curar a mi madre. (Que fe tan grande tienen los niños! )verdad?
Pues no se curó, pero Dios permitió que viviera con ella lo suficiente como para recordar su ejemplo, su alegría, sus palabras y, sobre todo, su sonrisa que sé que me sigue acompañando desde el Cielo.
Con el paso de los años, mi vida se fue enfriando y empecé a descuidar los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia. Mi padre se encargaba de recordarme, con una perseverancia heroica que era necesario pasar de vez en cuando por el <Kiosco>, como el llamaba al confesonario, y hacer una limpieza del alma como Dios manda. Como se imaginarán sus palabras no obtenían muchos resultados, pero él no dejaba de recordarnos que fuéramos a Misa los domingos, que fuéramos leales, sinceros,...en definitiva que fuéramos buenas personas y buenos cristianos. No negaré que a veces resultaba pesado, pero sus palabras se fueron quedando dentro de mi, sin yo darme cuenta, y , cuando las necesité, acudí a ellas.
Fue un día como otro cualquiera y me paré a mirar mi vida y vi que no me gustaba lo que veía, no estaba contenta con mi modo de actuar ante las cosas, mis amistades... era todo muy superficial. Entonces me acordé de lo que aprendía en el colegio y en casa, y me di cuenta de que el secreto de la felicidad de mi familia era el que Dios estaba con ella, y, en ese momento, yo había dejado a Dios a un lado de mi vida. Entonces empecé a formarme en la doctrina, a frecuentar la Eucaristía y, por supuesto, a pasar a menudo por el <Kiosco>.
Decidí que si quería formar una familia cristiana, como hicieron mis padres, debía formarme muy bien y aprender a darme a los demás, sin pedir nada a cambio como ellos lo hacían. Empecé a hacer un rato de oración diario contando a Dios mis cosas de estudiante, mis alegrías, mis penas, mis luchas..., y así hablando con Dios, vi que me pedía más, me pedía que renunciara a formar una familia como la de mis padres. De entrada me quise hacer la loca y fingir que no oía la llamada de Dios, pero Dios habla bien claro, incluso cuando uno no tiene muchas ganas de escucharlo.
Así que guiada por el ejemplo de mis padres, que dieron su vida por sus hijos en todo momento, decidí decir a Dios que sí y...
Cuando se lo comuniqué a mi padre se quedó un poco serio y me preguntó si lo había pensado bien; le dije que una decisión así era para pensársela. El me dijo que entonces era una decisión mía, pero que tuviera en cuenta que con Dios no se juega.
Desde entonces vivo una entrega a Dios apoyada sobre una base muy sólida: la familia cristiana que mis padres formaron, y sé que no se tambaleará nunca porque es Dios quien la sostiene.






«Pero ¡cómo íbamos a abortar…!» 
Somos una pareja joven, nos casamos hace poco más de un año (2003) y ya tenemos un hijo en el cielo. Ésta es la historia de nuestra experiencia
Nada más volver de la luna de miel nos enteramos de que estaba embarazada; nos llevamos una sorpresa enorme y una gran alegría, pero a los pocos meses, en una ecografía rutinaria, se vio que algo no iba bien. La ginecóloga, aunque no me quería decir nada, según me hacía la ecografía, lo decía todo con su actitud; me quitó el sonido del corazón del bebé y no hacía más que mirar la pantalla sin darme ninguna explicación, pese a mi insistencia. Pasado un interminable cuarto de hora, dictaminó: «El niño está muy mal, te aconsejo que abortes». Parecía, y digo parecía, que el niño tenía un problema cromosómico importante y no tenía piernas, aunque, pasado un tiempo, se vio que no acertó ni una, pero en ese momento, cuando te lo dicen con la frialdad que me lo dijeron a mí, no entiendes que alguien así pueda ejercer una profesión en la que está tratando con mujeres embarazadas. 
Esa misma tarde fuimos a que me hicieran una ecografía más detallada, y cambió el diagnóstico: «Tiene un onfalocele gigante»; parece que al niño le faltaba la cubierta abdominal, y debido a eso tenía casi todos los órganos abdominales fuera. La médico nos comentó que «estas cosas pasan», que es «cuestión de azar» y que «nos había tocado». Nos insistió en que lo normal sería que el bebé no pasara del tercer mes de gestación y que, como no iba a poder vivir en el momento que naciera, lo mejor sería abortar. ¡Pero cómo íbamos a abortar, si durante esas interminables ecografías no parábamos de ver cómo se movía nuestro hijo! Le contestamos rápidamente que este niño llegaría hasta donde Dios quisiera.
Cambiamos de médico y encontramos a una persona excepcional, que nos trató con una delicadeza y un cariño que ya habíamos olvidado. Menos mal, ya que las visitas al ginecólogo se repitieron semanalmente, porque, como el niño estaba tan enfermo, se suponía que el corazón le fallaría en cualquier momento y habría que sacarlo.
Me hicieron la amniocentesis, porque, como habían supuesto un problema cromosómico serio, nos habían aconsejado que, aunque hubiéramos decidido seguir adelante con el embarazo (lo cual les pareció un acto de irresponsabilidad), el resultado de la prueba podría evitar posibles problemas en embarazos posteriores, y, como ya empezaba a ser habitual, se equivocaron: el niño era cromosómicamente normal.
A todo esto, en el momento en que dije en la empresa que el niño estaba enfermo, como no sabían cuándo iban a poder contar conmigo, porque lo normal sería que no llegara hasta el final del embarazo, tardaron 15 días en echarme. Al incorporarme en otra empresa, ya había aprendido a callarme, porque otra cosa que hemos sacado en claro es que, en cuanto le confías a alguien que el niño está enfermo, todo el mundo opina, y claro, en estos momentos en que lo políticamente correcto es abortar, nadie consigue entender cómo «vas a pasar por eso para nada», ese nada para nosotros se ha trasformado en un ángel mucho más grande que cualquier hijo normal.

Ahora que ya ha pasado todo…
Otro trago por el que tuvimos que pasar fue el redactar un testamento vital para que, en el caso de que el niño no muriera al nacer, y si realmente alcanzaba una situación crítica irrecuperable, no se le mantuviera con vida por medio de tratamientos desproporcionados; que no se le aplicara la eutanasia activa ni se le prolongara abusiva e irracionalmente su proceso de muerte. Hecho que sorprendió nuevamente a los médicos, que no entendieron ni nuestra negativa al aborto ni al ensañamiento terapéutico. 
Al final, llegué hasta las 29 semanas de gestación (casi siete meses), di a luz en La Paz, donde siempre estaré agradecida a todo el equipo médico que me atendió, ya que me encontré con unos grandes profesionales que me trataron con una gran delicadeza y humanidad. El pequeñajo murió nada más nacer, eso sí, bautizado, y -como no podía ser de otra manera- se llama Ángel. A nosotros nos ha hecho los padres más felices del mundo, porque, aunque esperamos que Dios nos envíe más hijos, como éste no habrá otro.
De toda esta experiencia aprendimos que la Medicina no es una ciencia exacta. Me habían dicho que, como tenía muy poco líquido amniótico, nunca le podría sentir, y me daba unos golpes que me dejaba doblada. Otra lección que hemos aprendido es que no sabes cómo va a responder la gente que te rodea. Nuestros amigos más cercanos se desvivieron ante la situación, pero ha habido personas que nos han dejado de hablar por seguir adelante con el embarazo.
Ahora la gente nos dice que lo llevamos muy bien. La verdad es que hemos tenido mucho tiempo para mentalizarnos, pero, aun así, estamos bien porque Ángel ha dejado de vivir cuando Dios ha querido, pero por lo que psicológicamente no habríamos podido pasar es por la otra solución, que mi hijo hubiera dejado de vivir porque yo, un buen día, lo hubiera decidido.
 





Un ángel sin alas: Arancha
Juan Carlos es hermano de Arancha y le ha escrito una carta que constituye en sí misma una gran pequeña historia real de esperanza sobre la convivencia de una familia, en la que su hermana sufre parálisis cerebral
No sería igual. Sí, sin duda; mi vida sería distinta sin ella. No digo ni mejor ni peor, simplemente diferente. No podría disfrutar de su risa sincera, de su amor totalmente desinteresado, de sus caricias ingenuas, de sus gritos que te devuelven a la realidad... Vamos, que no podría vivir sin mi hermana, sin Arancha. Sin el ángel sin alas, porque eso es lo que dice mi madre que es Arancha: un ángel travieso que se dejó las alas en el cielo, pero que se encarga de proteger a todos los que la rodean. Por eso, vivir con ella ha sido para mi familia y para mí un premio.
Arancha nació hace 23 años. Los médicos le diagnosticaron una encefalopatía a la que no supieron ponerle un apellido, ya que la posibilidad de dar un nombre a su enfermedad suponía que ella tendría que estar ingresada durante varios meses, sometida a pruebas, sin ningún beneficio para su salud. Mis padres, por supuesto, se negaron a aceptar esas condiciones porque lo tenían claro: su hija era su hija por encima de tecnicismos médicos.
Por aquel entonces, yo apenas tenía cuatro años. Muchos de mis recuerdos de aquella época se han perdido con el paso del tiempo, pero sí me acuerdo de que, desde el principio, mi hermana se convirtió en una parte primordial de mi vida. También recuerdo, con cierta tristeza, cómo corría a esconderme cada vez que Arancha sufría una convulsión. Su dolor era el mío, me partía el corazón... Y prefería huir. Ahora me da vergüenza rememorar mi cobardía, pero mi madre dice que aquella actitud demostraba lo mucho que la quería. Hubo una temporada en la que llegó a padecer más de 20 ataques al día. Nadie, si no tiene condición de ángel, hubiera podido soportarlo, pero ella salió adelante. Pudo con eso y puede con otras muchas bacterias y microbios que tratan ingenuamente de aprovecharse de su frágil cuerpo. Ella lo supera todo, hasta los pronósticos de los médicos. A mis padres les aseguraron que, en su estado, no viviría muchos años. y ya lleva más de 20 dando guerra.

Una niña de 23 años
Arancha es una niña de 23 años. No puede hacer nada por sí sola. Bueno, sí, puede repartir amor y alegría, algo que muchos somos incapaces de hacer. Por lo demás, hay que darle de comer, cambiarle los pañales, bañarla, sacarla a pasear, etc.; en definitiva, cuidarla como a un recién nacido. Su cara es el espejo de su alma. A través de sus gestos hay que adivinar lo que siente, piensa y padece, porque su vocabulario ha cambiado las letras por sonidos y gritos, aunque también con ellos es capaz de transmitir alegría, ternura, sufrimiento... Al contrario de lo que puede parecer, si por algo llama la atención Arancha es porque es guapa, porque, al mirarla, descubres una belleza especial que no pasa desapercibida, por mucho que ella se empeñe en pasarse todo el día con una mano metida en la boca. 
Arancha reconoce las voces de los que la quieren. Gira la cabeza en dirección a esa persona y espera a que se aproxime; entonces, cuando siente su presencia, extiende su brazo para tocar con su mano la cara del que se acerca. Y se deja querer. Y te ofrece tanta ternura que es imposible resistirse a pasar un rato a su lado. Y si aciertas con tus caricias, ella quizá te recompense con su sonrisa y hasta con una carcajada. Pero lo mejor que hay en este mundo es cuando, sin razón aparente, Arancha se ríe sin parar. Entonces pienso: ¿qué le hará reír? Después me doy cuenta de que todos deberíamos ser como ella, que todos tendríamos que reírnos de la vida sin razón alguna. A su lado, mis problemas se desvanecen. Si Arancha sonríe ya no tengo motivos para estar triste. Ésa es su magia.

Nada sería igual
Mi familia tampoco sería igual sin mi hermana. Mis padres han sacrificado buena parte de sus vidas para cuidar y mantener a su hija, para luchar contra una sociedad muchas veces intolerante, que no acepta que todos, sea cual sea nuestra condición, somos iguales. Se han acostumbrado a soportar miradas de sorpresa, compasión y algunas hasta de cierto recelo mientras paseaban orgullosos a su ángel. Muchos piensan que una hija con una parálisis cerebral del 95% es una carga e incluso un castigo, cuando la realidad es que, con un poquito de paciencia y amor, los beneficios son infinitamente superiores.
Podría rellenar mil páginas contando las dificultades con las que se encuentra mi familia cada día por el simple hecho de querer hacer una vida normal, pero ¡basta ya de quejas!, eso está muy visto. Todos sabemos que las ciudades no están preparadas para los minusválidos, que no se ofrecen las ayudas suficientes. Ésa es nuestra asignatura pendiente. Pero ¿y lo qué nos ha dado Arancha? Eso no se puede adquirir ni con todo el dinero del mundo. Es un regalo que, por ejemplo, a mí me ha enseñado a ser mejor persona. Al compartir mi vida con ella he desterrado de mi personalidad la intolerancia, he aprendido a respetar, a disfrutar de la vida, a comprender que la posibilidad de ayudar a alguien es un lujo... Y como yo, mis padres, mis abuelos y todos los que han entendido que aportar un granito de arena para cuidar a Arancha era recibir como recompensa un gran tesoro.
Lo bueno es que mi familia no es especial. Bueno, sí lo es; lo que quiero decir es que sé que hay otras muchas familias en situaciones parecidas que han decidido tirar hacia delante y ser felices. Hay esperanza. Siempre la hay. Porque en esta sociedad caótica en la que vivimos siguen quedando muchas personas con corazón que están dispuestas a luchar por los demás.
Gracias, Arancha, por enseñarme la lección más importante de la vida: ser feliz. Eres mi vida y mi alegría. Te quiero más que a nadie en el mundo.




 [1] Cf. Génesis 1,27: "Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó."

 [2] Cf. Blanca CASTILLA CORTÁZAR: Persona y género. Ser varón y ser mujer, Barcelona 1997.


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