viernes, 4 de noviembre de 2011

Formación




¿Por qué, además de pedir perdón a Dios, tengo que contarle mi vida a un cura? ¿No puedo confesarme con Dios?  
Planteamiento
Dicen algunos: «Ya somos mayorcitos y es hora de decir las cosas claras: si, según la misma Iglesia Católica, Jesucristo es quien perdona los pecados, ¿por qué no nos va a perdonar directamente a nosotros, sin necesi­dad de intermediarios? ¿Dónde consta que Jesucristo haya mandado decir nuestros pecados a un cura para que nos queden perdonados? ¿No es un invento de la Iglesia?»   

Respuestas
Ante todo, conviene mantener las cosas en sus términos precisos.  Para confesarse no es necesario «con­tar mi vida» a un sacerdote sino «decir todos y sólo los pe­cados al confesor».  En segundo lugar, es claro que Jesucris­to podía haber hecho que bastase «confesarse con Dios» en la intimidad de la propia conciencia.  Pero la realidad es que Él lo dispuso de otra manera.  Para alcanzar el perdón de los pecados cometidos después del Bautismo, es necesario por voluntad de Cristo, arrepentirse de los pecados, hacer pro­pósito de enmienda, decir al menos todos los mortales al con­fesor, recibir la absolución y cumplir la penitencia que se nos imponga.  No vamos a tratar ahora ni del arrepentimiento ni del propósito de enmienda, ni de la absolución, ni del cum­plimiento de la penitencia, actos todos que son imprescindi­bles para recibir el perdón de Dios.  Vamos a hablar sólo de la manifestación oral de los pecados al confesor. ¿Dónde consta que Jesucristo lo haya dispuesto así?  Vamos a verlo.

El mismo domingo de Resurrección, Jesucristo se apareció por la tarde a sus Apóstoles y les dijo: «La paz sea con vosotros.  Como el Padre me envió, así os envío Yo a vo­sotros.  Dicho esto, sopló sobre ellos y dijo: Recibid el Espíri­tu Santo.  Aquellos a quienes perdonéis los pecados, les que­darán perdonados; aquellos a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos»21. Éste es el momento preciso en que Jesucristo instituyó el sacramento de la Penitencia, llamado corrientemente de la Confesión.  A sus Apóstoles, Cristo les da el poder de perdonar o retener.  Con lo cual, los constitu­ye a modo de jueces en orden a perdonar o retener los pe­cados.  Para ello, será preciso que los conozcan.  Y para que los conozcan será necesario que nosotros humildemente se los digamos con toda sinceridad.  Por eso es necesario decir todos los pecados al confesor: para que él pueda darnos su sentencia absolutorio o retentiva en nombre de Jesucristo.  Si nos ve arrepentidos y con dolor de los pecados, es un juez que no puede condenarnos.  Si nos viera sin dolor o faltos de sinceridad, no podría absolvernos.

Pero observemos un punto muy importante en esta materia.  Este poder Cristo lo concede no sólo a los Apósto­les sino también a todos sus sucesores en el sacerdocio.  Sa­bía Cristo muy bien que los Apóstoles morirían.  Al mismo San Pedro le vaticina de qué forma morirá.  Por eso, este poder se lo da a ellos y a aquellos a quienes ellos, por la im­posición de las manos, les confieran el Orden sacerdotal has­ta el fin de los tiempos.  Así lo entendieron los Apóstoles y toda la Iglesia desde siempre.  Y este poder se transmite úni­camente para bien de los demás, de forma que ningún sacer­dote puede darse a sí mismo la absolución de los pecados, sino que tiene que confesarse con otro sacerdote, como cual­quier fiel cristiano.
 
El sacramento de la Penitencia o Confesión es el pri­mer fruto de la Redención.  Para que se vea que este sacra­mento produce efectos interiores de gracia divina, les dice Jesucristo: «Recibid el Espíritu Santo.» Él es el que actúa in­teriormente cuando el sacerdote está absolviéndonos de nuestros pecados, por muy graves que sean.  Este sacramen­to, que decimos que ha sido instituido a modo de juicio, es un juicio divino de salvación y de perdón, en el que los pe­cados desaparecen para siempre.  No es un juicio al modo humano, en el que cuanto mejor conoce el juez los delitos cometidos mejor puede condenar.  Aquí no.  Cuanto mejor conoce el sacerdote nuestros pecados y nuestro dolor interior, más motivos tiene para absolvernos en nombre de Jesu­cristo.
 
Pero podemos preguntarnos: ¿por qué Cristo lo dispu­so todo así pudiendo haberlo hecho de otra manera?  Pode­mos entrever una razón básica si caemos en la cuenta de que, siendo solo Dios, se hizo hombre para nuestra salva­ción.  Quiero decir, que también aquí actuó por amor y para nuestro bien.  Gracias a este modo de obtener el perdón de nuestros pecados, podemos tener una garantía exterior de que hemos sido perdonados.  En una posible «confesión con Dios», como se dice, si nosotros tuviéramos que calibrar si había sido suficiente o no el dolor de nuestros pecados o el recuento de todos ellos, ¿quién podría quedarse tranquilo de haber hecho bien las cosas?  En cambio, tal como Cristo dis­puso todo, el que juzga en definitiva es el confesor.  Tan es así que tiene poder divino para retener nuestros pecados y negarnos la absolución si nos viera que no estamos debida­mente dispuestos.  Es cierto que el manifestar nuestros pe­cados a un hombre como nosotros siempre exigirá un poco de humildad.  Pero Dios nos concede a cambio la seguridad interior de que Él nos ha perdonado y alcanzado de nuevo la amistad con Dios, si antes la habíamos perdido por el pe­cado mortal.







COMUNICACIÓN
  1. Saber a quien nos dirigimos. A veces tenemos públicos muy diversos. Solucionar el problema del anonimato. Conforme se conoce más a la gente, mejor nos comunicamos. Sexo , edad, hábitos…relaciones que tiene esas personas con la institución. Así se pueden establecer estrategias de comunicación. Hay que saber a quien me tengo que dirigir. Así la comunicación es eficaz.
  2. Llegar efectivamente. Por eso hay que conocer al público. Saber donde está la gente, donde se mueve, que preferencias tiene. Usar el tablón de anuncios. Fotocopia de un artículo…son cauces de comunicación pequeños, pero que llegan a mucha gente.
  3. Adaptarse al medio. Que no se note nuestra mano, aunque se vea. Comunicación de masas: decir las cosas como las dicen ellos. Conocer los modos expresivos. Conocer sus rutinas…que no tengan necesidad de readaptar. Decir las cosas en el idioma que `puedan entender. Meterse en el pellejo de las personas a las que se dirige.
  4. Ser oportunos. Hay situaciones sociales que demandan temas de interés de manera muy natural. No dejar pasar las ocasiones que se presentan. P.e. la eutanasia, la presencia de un religioso que trabaja con enfermos terminales, la presencia de un teólogo…explicar un retablo es una catequesis.
  5. Consejo: estar en la agenda de los demás, convertirnos en fuentes. Ser gente que da a conocer cosas. Conseguir que si alguien tiene que hablar de un tema, acuda a nosotros. Estar disponible, y no pensar que este tipo me está liando. Ser necesarios. Nuestra tarea es saber que ya de por sí es difícil.

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