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El siervo de Dios detenido-A la casa número 6
del Paseo del Prado- A la checa de Bellas Artes-Martirizado. Exhumación y definitiva inhumación-Gracias atribuidas al siervo
de Dios- El proceso de beatificación.
Maltratados de palabra y de obra los
religiosos, insultada la señora y sirvientas de la casa, consumado el
latrocinio por aquellos ladrones vulgares y asesinos de oficio, bajaron a los
tres religiosos, ya detenidos, a una habitación de la portería del edificio.
Vamos a dejar nuevamente a fray Roberto que nos relate los diversos, actos que
terminaron con la trágica muerte del siervo de Dios.
«Nos bajaron a los tres a una habitación de la
portería, y allí estaban reunidas unas diez personas, entre ellas, un teniente
coronel de Caballería. Después de un buen rato nos hicieron subir a un coche.
Los que paseaban por la calle, al vernos subir al coche, nos miraban con
tristeza. Por fin, llegamos a un edificio cerca de nuestro convento. Entramos
en la sala de espera, donde había muchos
detenidos. Al padre, al teniente coronel y a un servidor nos mandaron
bajar por unas escaleras, donde llegamos a una habitación del sótano, sucia y
con muchas botellas vacías. Apenas se veía, pero no había sangre.
»Nos mandaron poner los brazos en alto un buen
rato; un miliciano nos apuntaba con su fusil. Cuando nos mandaron bajar los
brazos, nos confesamos los dos con el padre Fernando. Terminada la confesión
comenzó a hablar el padre: «Ahora vamos a comulgar pero vamos a comulgar
espiritualmente.» El padre hablaba sin miedo. Yo me di cuenta, y supongo que
los demás lo mismo, que nos querían matar.
»Al anochecer nos sacaron de allí y fuimos
(llevados) a la checa de Bellas Artes. Había muchos detenidos; pero yo no me separaba un
momento del padre. A las doce de la noche le tomaron declaración al padre, pero
antes le pregunté: «Mire, padre, faltamos solamente los dos: ¿qué vamos a
decir?». El me respondió: «La verdad; que
somos religiosos capuchinos.» Cuando llamaron, yo quería ir con el padre,
pero una seña del miliciano me hizo retroceder. De la declaración del padre yo no pude oír ni una palabra.
»Por la misma puerta que entró el padre entré
yo también contento porque creí encontrarle allí; pero en la celda que me metieron
a empujones encontré a un joven que me saludó muy amable. A continuación me
dijo: «Yo soy falangista.» «Y yo fraile», le contesté. «Entonces, a los dos, a
las cuatro de la mañana»..., y se pasó la mano por el cuello.
»Efectivamente, a las cuatro de la mañana se
oyó un gran ruido de automóviles; pero no pude ver nada. Por mí se interesó un vasco
y después de hacerme muchas preguntas me sacó de la celda. A las cinco de la mañana entré en la Dirección General de Seguridad. Aquello
estaba completamente lleno de gente, sobre todo de sacerdotes y religiosos.
Recorrí a toda prisa buscando al padre Fernando. Allí encontré al teniente
coronel. Al vernos, a una nos hicimos la misma pregunta: «¿El padre
Fernando?...» Yo no hacía más que llorar, pero en voz alta; no lo podía evitar.
El teniente coronel repetía: «¡Qué padre más santo, pero qué santo!»
El padre Fernando no se encontraba en la Dirección
General Seguridad, porque el gran ruido de
automóviles que el hermano a las cuatro de la madrugada era la señal manifiesta
de que muchos de los detenidos eran llevados al sacrificio, y entre ellos, el
Fernando de Santiago, quien, por amor de Dios, por amor sacramental y por su
confesión de religioso Capuchino, como realmente puede suponerse, ya que momentos antes de presentarse
al tribunal dijo a fray Roberto que había que declarar que eran religiosos
Capuchinos, fue martirizado por odio a Dios y a cuanto tenía sabor cristiano por parte de los asesinos,
recibiendo la corona de la inmortalidad en la madrugada del día 12 de agosto de
1936 en el cuartel de la Montaña.
El cadáver del padre Fernando fue temporalmente
inhumado, hecha ficha inconfundible, en el cementerio de la Almudena, como lo
atestigua el siguiente documento oficial: «Don Pedro Górgolas Urdampilleta,
oficial mayor, en funciones de secretario del excelentísimo Ayuntamiento de
esta M. H. Villa. Certifico: Que por don José María de Chana, residente en esta
capital, se solicitó del excelentísimo señor alcalde, en instancia de primero
del actual, se le expidiera certificación que acreditase la clase de féretro
donde yace el cadáver de don Fernando Olmedo. Del informe emitido por la
Dirección de Cementerios, resulta que el cadáver de don Fernando Olmedo Reguera
fue inhumado en el cementerio municipal el día catorce de agosto de mil
novecientos treinta y seis, en una sepultura de cuarta clase, temporal, sita en
el cuartel 35, manzana 54, letra H, cuerpo número 4, y que dicho cadáver fue
depositado en un féretro de madera. Y para que conste, expido la presente, visada por
S. E. y sellada con el de las armas de Madrid en sus Casas Consistoriales, a
once de junio de mil novecientos cuarenta.-V.° B.°, el Alcalde presidente.»
(Firmas ilegibles.)
La ficha personal del padre Fernando, en cada
una de las señales consignadas, le conviene al siervo de Dios. Además, en el
archivo de la Dirección de Cementerios apareció oportunamente la fotografía del
cadáver, la cual demuestra sin la menor duda ser del padre Fernando de Santiago.
Restablecida la paz en España con el triunfo de
las armas nacionales derrotando al comunismo internacional en noble y valiente
lid, se pensó en dar más honrosa sepultura a los cadáveres de aquellos
religiosos cuyo paradero había sido fijado por auténticos documentos. En
consecuencia, se practicaron las diligencias conducentes a este fin, teniendo
muy presente las disposiciones o normas de la Sanidad, asistiendo un representante
de la misma, muchos religiosos Capuchinos y no pocos deudos de las víctimas,
entre quienes hay que contar al hermano del padre Fernando, don José Olmeda
Reguera, y a un sobrino, llamado Rafael Olmedo Limeses. Tal y como describe don
José los actos queremos consignarlos en nuestra obrita.
«El día 9 de julio de 1540 fue exhumado su
cadáver con el de otros padres Capuchinos en el cementerio del Este, de Madrid,
a cuya exhumación estuve presente con mi hijo Rafael. Entre los dos lo
transportamos del féretro provisional en que se hallaba a otro más decoroso y definitivo, cogiéndolo uno por los
pies y otro por la cabeza, notando con gran emoción que estaba rígido e incorrupto.
Con la gran impresión que puede suponerse y con verdadera emoción he tocado el
pañuelo en su mano derecha, en la que había un poco de sangre, y recogimos
algunas reliquias de su cuerpo, que conservo como inapreciable recuerdo.
»FUNERALES.-El traslado del cadáver del padre Fernando y los de sus
compañeros de martirio a la iglesia de Jesús fue apoteósico y altamente
impresionante, sobre todo para mí, cuando al entrar en el templo con el féretro
a hombros entre un pariente mío y un amigo, mi hijo Rafael y yo, oímos grandes
murmullos y las aclamaciones del público, que llenaba totalmente la iglesia, exclamando:
«¡El padre Fernando! ¡El padre Fernando, el santo!».
»SEPELIO.—Después de celebrados solemnísimamente los funerales
en la dicha iglesia de Jesús, el cadáver del padre Fernando, con los de los
otros compañeros mártires, fur trasladado con numeroso acompañamiento al
cementerio de San Isidro e inhumado en la cripta que la Orden allí posee, en el patio de la
Concepción, donde ocupa el nicho superior.»
Que los fieles se encomiendan a la intercesión
del siervo de Dios lo demuestran algunas gracias atribuidas al valimiento del padre
Fernando ante el Señor, como a continuación verá el lector.
«A hallarme yo en Barcelona-escribe don José-cuando
estalló el Movimiento, y donde estuve más de un mes incomunicado de mi familia
y rodeado de terribles peligros y dificultades para salir de allí, me acordé
del influjo del padre Fernando y a él recurrí para resolver mi situación, pues
daba por seguro que sería de las primeras víctimas de los elementos
revolucionarios. Y cuando me vi
en mi casa, rodeado de mi familia,
no pude por menos de atribuir mi libertad al que ya era mártir. En efecto,
habiendo fracasado todos los intentos para salir de aquel infierno
marxista, surgió, mediante las gestiones de uno de nuestros compañeros de
negocios, un súbdito francés que nos proporcionó a todos el medio de evadirnos en un buque de guerra de la Marina
francesa, el 14 de agosto de aquel año fatídico 1936, después de sufrir varias
vicisitudes que pusieron en peligro nuestras vidas. Y como el padre Fernando
fue sacrificado el día 12 del mismo mes, o sea dos días antes de mi liberación,
puede creerse, yo al menos así lo creo, que protegió mi vida desde e! cielo el
que había sido mi hermano y padrino de pila.»
Otro caso que puede imputarse como milagroso,
debido a su intervención, es el ocurrido recientemente a un nieto mío, hijo de mi hijo Jaime, según éste refiere
en la nota que se acompaña: “Curación del niño de nueve meses Jaime Olmedo Suárez,
atribuida al padre Fernando de
Santiago. Desde las ocho de la tarde del domingo 13 de marzo de 1955 entró el niño en colapso; pero, por descuido de sus padres,
que desconocían la gravedad, no fue avisado el médico, el doctor don Javier
Teijeira Brunet, hasta las once de la noche,
en que ya había muy poco que hacer para salvar la vida del niño. Tan
pronto llegó el médico se le aplicó coramina, sympatón, suero fisiológico y
glucosado, penicilina, oxígeno... y el colapso continuaba. El médico no se
separó en ningún momento del enfermo, pero éste no reaccionaba. Sobre las tres
de la mañana se le aplicó plasma como último recurso, y empezó a recobrar el
color, quedando ya fuera de peligro a las ocho de la mañana. El colapso fue
producido, entre otras cosas, a septicemia, infección meníngea y pleural,
deshidratación, etc. Desde las once de la noche, en que el niño estaba todo
amoratado y desencajado, como muerto, fue encomendada su curación al padre
Fernando de Santiago, y a las ocho de la mañana se le tocó con un papel
manuscrito del padre Fernando. Desde el martes 15 de marzo de 1955 se encuentra
en franca mejoría. No tiene fiebre, pero aún se le sigue el tratamiento para
la afección meníngea y pleural. Jaime Olmedo Limeses. -El niño Jaime esta perfectamente bien y sigue su
completo desarrollo normal en la fecha en que escribimos estas notas
biográficas, (29 de septiembre de 1959).»
«Por el periódico El Pueblo
Gallego, que le envío
por este correo, se enterará V. R. de la odisea que ha sufrido mi hijo Rafael
el 9 de los corrientes (enero de 1958), volando por
afición en una avioneta del Aéreo Club de Vigo, y durante el cual él y su
compañero, don Juan Carlos Ferreiro, se vieron en inminente peligro, porque al
querer aterrizar fueron envueltos en una densísima nube que les privó de
aterrizar en parte alguna, y estuvieron una hora y veinte minutos desorientados
y perdidos, sin otra solución que estrellarse contra una montaña o caer en el
mar. En esta desesperada situación, agravada además por la falta de
carburante, próximo a agotárseles, daban por seguro que no saldrían con vida
de esta aventura, y entonces se encomendaron al padre Fernando, suplicándole
que les librara de una muerte segura, súplica que fue oída y atendida: porque
en medio de esta desolación, y cuando les quedaba gasolina sólo para quince
minutos, hallaron un pequeño claro por donde se lanzaron en picado, y fueron a
aterrizar a un reducido prado sin que sufrieran el menor rasguño, viéndose
sanos y salvos. Al encontrarse en tierra, se dieron cuenta de hallarse en la
ladera de un monte que tiene de altura 1.470 metros y al
borde de un precipicio de 300
metros . Todo lo cual les confirmó el milagro realizado
por el padre Fernando, logrando por su intervención hacer un aterrizaje que, según los técnicos, aun en las
condiciones más normales y favorables,
sería dificilísimo realizarlo. Todo lo cual hicieron público ante los muchos
amigos que les esperaban cuando llegaron al Aéreo Club... José
Olmedo.»
«Te suplicamos, padre Fernando de Santiago, que
estás cerca de Dios Nuestro Señor, que nuestro hijo viva y que conozcamos a la mayor
brevedad su posible paradero, y te prometemos dar cuenta del milagro. Ruégale a
Dios, que nada le falte.- Limosna para el proceso del padre Fernando de
Santiago, que nos ha alcanzado la gracia de encontrar a nuestro hijo Fernando.
Mil pesetas.»
En el cepillo de gracias y limosnas se ha
encontrado esta súplica y la gracia que se le atribuye al siervo de Dios en
distintas fechas juntamente con la limosna ofrecida de mil pesetas. No hay firma.
En las
reuniones que las Conferencias de San Vicente de Paúl celebran periódicamente
en la ciudad de Pontevedra, donde el padre Fernando tanta caridad y celo
apostólico desplegó siendo seglar, se pide su beatificación juntamente con la
oración que se venía rezando por la de Federico Ozanán, fundador de las Conferencias
de San Vicente de Paúl, modificándose la súplica en la forma siguiente: «¡Oh
Dios, que infundisteis el amor a los pobres en el corazón Federico Ozanán,
inspirándole la fundación de una sociedad para el alivio de las miserias espirituales
y corporales de los menesterosos la cual propagó fray Fernando María de
Santiago con fervoroso celo hasta el momento de su heroica muerte! Dignaos
bendecir esta obra de caridad y apostolado, y si entra en Vuestros designios el
que vuestros siervos Federico Ozanán y Fernando María de Santiago sean
glorificados por la Iglesia, os suplicamos que por medio de favores celestiales
manifestéis el valimiento que alcanzan cerca de Vos. Por Jesucristo Nuestro
Señor. Amén.» (José Olmedo.)
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