viernes, 4 de octubre de 2013

Último capitulo del P. Fernando Olmedo

X

El siervo de Dios detenido-A la casa número 6 del Paseo del Prado- A la checa de Bellas Artes-Martirizado. Exhumación y defini­tiva inhumación-Gracias atribuidas al siervo de Dios- El proceso de beatificación.

Maltratados de palabra y de obra los religiosos, insultada la se­ñora y sirvientas de la casa, consumado el latrocinio por aquellos ladrones vulgares y asesinos de oficio, bajaron a los tres religiosos, ya detenidos, a una habitación de la portería del edificio. Vamos a dejar nuevamente a fray Roberto que nos relate los diversos, actos que terminaron con la trágica muerte del siervo de Dios.

«Nos bajaron a los tres a una habitación de la portería, y allí estaban reunidas unas diez personas, entre ellas, un teniente coronel de Caballería. Después de un buen rato nos hicieron subir a un co­che. Los que paseaban por la calle, al vernos subir al coche, nos mi­raban con tristeza. Por fin, llegamos a un edificio cerca de nuestro convento. Entramos en la sala de espera, donde había muchos  detenidos. Al padre, al teniente coronel y a un servidor nos mandaron bajar por unas escaleras, donde llegamos a una habitación del sótano, sucia y con muchas botellas vacías. Apenas se veía, pero no había sangre.

»Nos mandaron poner los brazos en alto un buen rato; un miliciano nos apuntaba con su fusil. Cuando nos mandaron bajar los brazos, nos confesamos los dos con el padre Fernando. Terminada la confesión comenzó a hablar el padre: «Ahora vamos a comulgar pero vamos a comulgar espiritualmente.» El padre hablaba sin miedo. Yo me di cuenta, y supongo que los demás lo mismo, que nos querían matar.

»Al anochecer nos sacaron de allí y fuimos (llevados) a la checa de Bellas Artes. Había muchos detenidos; pero yo no me separaba un momento del padre. A las doce de la noche le tomaron declaración al padre, pero antes le pregunté: «Mire, padre, faltamos solamente los dos: ¿qué vamos a decir?». El me respondió: «La verdad; que somos religiosos capuchinos.» Cuando llamaron, yo quería ir con el padre, pero una seña del miliciano me hizo retroceder. De la declaración del padre yo no pude oír ni una palabra.

»Por la misma puerta que entró el padre entré yo también contento porque creí encontrarle allí; pero en la celda que me metieron a empujones encontré a un joven que me saludó muy amable. A continuación me dijo: «Yo soy falangista.» «Y yo fraile», le contesté. «Entonces, a los dos, a las cuatro de la mañana»..., y se pasó la mano por el cuello.

»Efectivamente, a las cuatro de la mañana se oyó un gran ruido de automóviles; pero no pude ver nada. Por mí se interesó un vasco y después de hacerme muchas preguntas me sacó de la celda. A las cinco de la mañana entré en la Dirección General de Seguridad. Aquello estaba completamente lleno de gente, sobre todo de sacerdotes y religiosos. Recorrí a toda prisa buscando al padre Fernando. Allí encontré al teniente coronel. Al vernos, a una nos hicimos la misma pregunta: «¿El padre Fernando?...» Yo no hacía más que llorar, pero en voz alta; no lo podía evitar. El teniente coronel repetía: «¡Qué padre más santo, pero qué santo!»

El padre Fernando no se encontraba en la Dirección  General Seguridad, porque el gran ruido de automóviles que el hermano a las cuatro de la madrugada era la señal manifiesta de que muchos de los detenidos eran llevados al sacrificio, y entre ellos, el Fernando de Santiago, quien, por amor de Dios, por amor sacramental y por su confesión de religioso Capuchino, como realmente puede suponerse, ya que momentos antes de presentarse al tribunal dijo a fray Roberto que había que declarar que eran religiosos Capuchinos, fue martirizado por odio a Dios y a cuanto tenía sabor cristiano por parte de los asesinos, recibiendo la corona de la inmortalidad en la madrugada del día 12 de agosto de 1936 en el cuartel de la Montaña.

El cadáver del padre Fernando fue temporalmente inhumado, hecha ficha inconfundible, en el cementerio de la Almudena, como lo atestigua el siguiente documento oficial: «Don Pedro Górgolas Urdampilleta, oficial mayor, en funciones de secretario del excelen­tísimo Ayuntamiento de esta M. H. Villa. Certifico: Que por don José María de Chana, residente en esta capital, se solicitó del exce­lentísimo señor alcalde, en instancia de primero del actual, se le expidiera certificación que acreditase la clase de féretro donde yace el cadáver de don Fernando Olmedo. Del informe emitido por la Dirección de Cementerios, resulta que el cadáver de don Fernando Olmedo Reguera fue inhumado en el cementerio municipal el día catorce de agosto de mil novecientos treinta y seis, en una sepultura de cuarta clase, temporal, sita en el cuartel 35, manzana 54, letra H, cuerpo número 4, y que dicho cadáver fue depositado en un féretro de madera. Y para que conste, expido la presente, visada por S. E. y sellada con el de las armas de Madrid en sus Casas Consistoriales, a once de junio de mil novecientos cuarenta.-V.° B.°, el Alcalde presidente.» (Firmas ilegibles.)

La ficha personal del padre Fernando, en cada una de las señales consignadas, le conviene al siervo de Dios. Además, en el archivo de la Dirección de Cementerios apareció oportunamente la fotografía del cadáver, la cual demuestra sin la menor duda ser del padre Fernando de Santiago.

Restablecida la paz en España con el triunfo de las armas na­cionales derrotando al comunismo internacional en noble y valiente lid, se pensó en dar más honrosa sepultura a los cadáveres de aque­llos religiosos cuyo paradero había sido fijado por auténticos docu­mentos. En consecuencia, se practicaron las diligencias conducentes a este fin, teniendo muy presente las disposiciones o normas de la Sanidad, asistiendo un representante de la misma, muchos religiosos Capuchinos y no pocos deudos de las víctimas, entre quienes hay que contar al hermano del padre Fernando, don José Olmeda Reguera, y a un sobrino, llamado Rafael Olmedo Limeses. Tal y como describe don José los actos queremos consignarlos en nuestra obrita.

«El día 9 de julio de 1540 fue exhumado su cadáver con el de otros padres Capuchinos en el cementerio del Este, de Madrid, a cuya exhumación estuve presente con mi hijo Rafael. Entre los dos lo transportamos del féretro provisional en que se hallaba a otro más decoroso y definitivo, cogiéndolo uno por los pies y otro por la cabeza, notando con gran emoción que estaba rígido e incorrupto. Con la gran impresión que puede suponerse y con verdadera emoción he tocado el pañuelo en su mano derecha, en la que había un poco de sangre, y recogimos algunas reliquias de su cuerpo, que conservo como inapreciable recuerdo.

»FUNERALES.-El traslado del cadáver del padre Fernando y los de sus compañeros de martirio a la iglesia de Jesús fue apoteósico y altamente impresionante, sobre todo para mí, cuando al entrar en el templo con el féretro a hombros entre un pariente mío y un amigo, mi hijo Rafael y yo, oímos grandes murmullos y las aclamaciones del público, que llenaba totalmente la iglesia, exclamando: ­«¡El padre Fernando! ¡El padre Fernando, el santo!».

»SEPELIO.—Después de celebrados solemnísimamente los funerales ­en la dicha iglesia de Jesús, el cadáver del padre Fernando, con los de los otros compañeros mártires, fur trasladado con numeroso acompañamiento al cementerio de San Isidro e inhumado en la  cripta que la Orden allí posee, en el patio de la Concepción, donde ocupa el nicho superior.»

Que los fieles se encomiendan a la intercesión del siervo de Dios lo demuestran algunas gracias atribuidas al valimiento del padre Fernando ante el Señor, como a continuación verá el lector.

«A hallarme yo en Barcelona-escribe don José-cuando estalló el Movimiento, y donde estuve más de un mes incomunicado de mi familia y rodeado de terribles peligros y dificultades para salir de allí, me acordé del influjo del padre Fernando y a él recurrí para resolver mi situación, pues daba por seguro que sería de las primeras víctimas de los elementos revolucionarios. Y cuando me vi en mi casa, rodeado de mi familia, no pude por menos de atribuir mi libertad al que ya era mártir. En efecto, habiendo fracasado todos los intentos para salir de aquel infierno marxista, surgió, mediante ­las gestiones de uno de nuestros compañeros de negocios, un súbdito francés que nos proporcionó a todos el medio de evadirnos en­ un buque de guerra de la Marina francesa, el 14 de agosto de aquel año fatídico 1936, después de sufrir varias vicisitudes que pusieron en ­peligro nuestras vidas. Y como el padre Fernando fue sacrificado el día 12 del mismo mes, o sea dos días antes de mi liberación, puede creerse, yo al menos así lo creo, que protegió mi vida desde e! cielo el que había sido mi hermano y padrino de pila.»

Otro caso que puede imputarse como milagroso, debido a su intervención, es el ocurrido recientemente a un nieto mío, hijo de mi hijo Jaime, según éste refiere en la nota que se acompaña: “Curación del niño de nueve meses Jaime Olmedo Suárez, atribuida al padre Fernando de Santiago. Desde las ocho de la tarde del domin­go 13 de marzo de 1955 entró el niño en colapso; pero, por descuido de sus padres, que desconocían la gravedad, no fue avisado el mé­dico, el doctor don Javier Teijeira Brunet, hasta las once de la noche,  en que ya había muy poco que hacer para salvar la vida del niño. Tan pronto llegó el médico se le aplicó coramina, sympatón, suero fisiológico y glucosado, penicilina, oxígeno... y el colapso continuaba. El médico no se separó en ningún momento del enfermo, pero éste no reaccionaba. Sobre las tres de la mañana se le aplicó plasma como último recurso, y empezó a recobrar el color, quedando ya fuera de peligro a las ocho de la mañana. El colapso fue produ­cido, entre otras cosas, a septicemia, infección meníngea y pleural, deshidratación, etc. Desde las once de la noche, en que el niño estaba todo amoratado y desencajado, como muerto, fue encomen­dada su curación al padre Fernando de Santiago, y a las ocho de la mañana se le tocó con un papel manuscrito del padre Fernando. Desde el martes 15 de marzo de 1955 se encuentra en franca mejo­ría. No tiene fiebre, pero aún se le sigue el tratamiento para la afección meníngea y pleural. Jaime Olmedo Limeses. -El niño Jaime esta perfectamente bien y sigue su completo desarrollo normal en la fecha en que escribimos estas notas biográficas, (29 de septiem­bre de 1959).»

«Por el periódico El Pueblo Gallego, que le envío por este correo, se enterará V. R. de la odisea que ha sufrido mi hijo Rafael el 9 de los corrientes (enero de 1958), volando por afición en una avioneta del Aéreo Club de Vigo, y durante el cual él y su compañero, don Juan Carlos Ferreiro, se vieron en inminente peligro, porque al querer aterrizar fueron envueltos en una densísima nube que les privó de aterrizar en parte alguna, y estuvieron una hora y veinte minutos desorientados y perdidos, sin otra solución que estrellarse contra una montaña o caer en el mar. En esta desesperada situa­ción, agravada además por la falta de carburante, próximo a ago­társeles, daban por seguro que no saldrían con vida de esta aventura, y entonces se encomendaron al padre Fernando, suplicándole que les librara de una muerte segura, súplica que fue oída y atendida: porque en medio de esta desolación, y cuando les quedaba gasolina sólo para quince minutos, hallaron un pequeño claro por donde se lanzaron en picado, y fueron a aterrizar a un reducido prado sin que sufrieran el menor rasguño, viéndose sanos y salvos. Al encon­trarse en tierra, se dieron cuenta de hallarse en la ladera de un monte que tiene de altura 1.470 metros y al borde de un precipicio de 300 metros. Todo lo cual les confirmó el milagro realizado por el padre Fernando, logrando por su intervención hacer un  aterrizaje que, según los técnicos, aun en las condiciones más normales y  favorables, sería dificilísimo realizarlo. Todo lo cual hicieron público ante los muchos amigos que les esperaban cuando llegaron al Aéreo Club... José Olmedo.»

«Te suplicamos, padre Fernando de Santiago, que estás cerca de Dios Nuestro Señor, que nuestro hijo viva y que conozcamos a la mayor brevedad su posible paradero, y te prometemos dar cuenta del milagro. Ruégale a Dios, que nada le falte.- Limosna para el proceso del padre Fernando de Santiago, que nos ha alcanzado la gracia de encontrar a nuestro hijo Fernando. Mil pesetas.»
En el cepillo de gracias y limosnas se ha encontrado esta súplica y la gracia que se le atribuye al siervo de Dios en distintas fechas juntamente con la limosna ofrecida de mil pesetas. No hay firma.

 En las reuniones que las Conferencias de San Vicente de Paúl celebran periódicamente en la ciudad de Pontevedra, donde el padre Fernando tanta caridad y celo apostólico desplegó siendo seglar, se pide su beatificación juntamente con la oración que se venía rezando por la de Federico Ozanán, fundador de las Conferencias de San Vicente de Paúl, modificándose la súplica en la forma siguiente: «¡Oh Dios, que infundisteis el amor a los pobres en el corazón Federico Ozanán, inspirándole la fundación de una sociedad para el alivio de las miserias espirituales y corporales de los menesterosos la cual propagó fray Fernando María de Santiago con fervoroso celo hasta el momento de su heroica muerte! Dignaos bendecir esta obra de caridad y apostolado, y si entra en Vuestros designios el que vuestros siervos Federico Ozanán y Fernando María de Santiago sean glorificados por la Iglesia, os suplicamos que por medio de favores celestiales manifestéis el valimiento que alcanzan cerca de Vos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.» (José Olmedo.)


No hay comentarios:

Publicar un comentario