D. Manuel , a la derecha. |
Lo conocí en el Seminario especialmente cuando era inspector. Así les llamábamos a los que ayudaban a los directores en el funcionamiento de la comunidad. Lo recuerdo cuando a la noche se ponía al lado de la campana esperando que fuera la hora para tocar a la cena o a recogernos. Los demás estábamos paseando y le gastábamos bromas al pasar que el llevaba muy bien.
Era un sacerdote amable y servicial, sembrando paz en su entorno. Para él todo era sencillo de hacer. Poco sé de su trabajo profesional, su ministerio, pero sé que vivía para su parroquia y para sus feligreses a quienes quería hacer santos. En su trabajo era detallista y minucioso y a todo le daba un toque de santidad.
Estaba en una parroquia que le iba muy bien por estar dedicada a la Ssª Virgen. Él tenía verdadera ternura con nuestra común madre y allí tenía oportunidad de demostrárselo.
Tengo un recuerdo que no puedo olvidar, por lo que supone de heroico y sacerdotal. En una ocasión tuve que quedarme en La Coruña por unas circunstancias que no son del caso y le hice una llamada telefónica a ver si me conseguía en donde dormir. Me dijo que fuera a su casa, cené con él y allí mismo dormí. Tiempo después me enteré que, para que yo pudiese dormir, el tuvo que dormir en el suelo, sin darle mayor importancia. Yo sí se la dí y mucho, cuando mas tarde lo supe.
Tuvo una época que se dedicó al apostolado epistolar. Escribía muchas cartas a sus amigos con ocasión de su santo o de cumpleaños. A mi también me escribió y, además de felicitarme, me invitó a pasar unos días en su casa para descansar un poco, decía. No fui, pero se lo agradecí mucho.
Otros habrá que puedan contar muchas más cosas, pero yo aporto este granito de arena de su semblanza sacerdotal.
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