viernes, 28 de marzo de 2014

no quieren saber la verdad

Ayer estuve en la Casa de Ejercicios de Santiago para asistir a unas conferencias sobre los aspectos morales de la crisis económica. Daba estas conferencias el Dr. José Raga Gil, catedrático de economía.

Dr. José Raga Gil
Me gustó mucho, y, me llamó la atención una afirmación compartida por alguno de los asistentes. La gente no quiere saber la verdad. Si le dices la verdad – los hechos -  sobre cómo va la economía y esa verdad no les gusta, dicen que eres un negativo, un pesimista y un cenizo. Prefieren ser engañados.

Los políticos, en general,  ante eso, por no perder votos,  dicen lo que haga falta para contentar al respetable, pero la gente no  conoce, no está en la verdad que, tarde o temprano, se descubre con el consiguiente susto.

Pero esto no pasa  sólo en la economía, podría decirse que, por desgracia para muchos,  pasa en todo. A pesar de saber que la verdad nos hará libres,  nos mantiene en un mundo real y nos lleva a buscar soluciones adecuadas al problema. La verdad no tiene más que un camino,  dice el refrán popular.

Recuerdo una señora mayor que tenía una enfermedad grave y se iba a quejar al médico de que sus medicamentos no la curaban y entonces el médico se decidió a decirle la verdad: Vd. tiene un cáncer. Esta señora levantó la mano y le dio una bofetada,  diciéndole: eso no se le dice a nadie.  A los pocos meses se moría la paciente sin haberse preparado convenientemente.


También conozco el caso opuesto de   otra  anciana que vive sola y que cuando va al médico le dice todo lo contrario de la anterior: dígame la verdad, morir ya sé que tengo que morir y no me asusto. Siempre le han informado de su gravedad y anda por ahí tan campante y sabiendo de su gravedad. Desde luego la muerte no le cogerá de sorpresa.


En las cosas del alma pasa algo parecido. Hay un gran número de personas que prefieren no saber cómo están interiormente en su relación con Dios y el prójimo. No se examinan, ni quieren hacerlo. Miran por encima y se creen que todo va bien, no tengo pecados, dicen.
 El resultado es que, como no ven pecados, tampoco se confiesan, ni cambian de vida,  no ponen los medios para convertirse a Jesús que es nuestra salvación, y, por tanto,  siguen igual.


Podría decirse que  edifican  su casa encima de un polvorín   que puede explotar en cualquier momento y hacer que todo salte por los aires. Es decir,  pueden encontrarse por muchos años en el purgatorio, sin esperarlo,  y,  quiera Dios,  que no tengan que ir al infierno. Cuando es tan fácil examinarse sinceramente, ver los pecados e ir a pedir perdón a Jesús  que se encuentra en el sacerdote que se hizo sacerdote, entre otras cosas,  para perdonar siempre.

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