miércoles, 30 de septiembre de 2020

Samaritanus Bonus


 


 El martes 22 de septiembre del presente año, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó la carta Samaritanus Bonus, que habla sobre el cuidado de las personas en las etapas críticas y terminales de la vida. Dicho documento pretende iluminar a los pastores y fieles en sus dudas sobre el fin natural de la vida del ser humano, evitando la eutanasia, que es reprobado por la iglesia, porque la vida del ser humano es valiosa ante los ojos de Dios.

 El documento es un poco extenso y por ello quisiera tocar solo algunos puntos, que en lo personal considero muy importantes para comprender la postura de la Iglesia ante el problema del suicidio asistido. La carta se vale de la parábola del buen samaritano, para enseñarnos cual debe ser el proceder de toda persona frente al que sufre.

 La parábola de buen samaritano nos sitúa frente a una relación entre dos personas, uno que yace herido en el camino, y otro que se detiene a curarle, haciéndose cargo incluso de los gastos. La carta compara dicha relación con la que se da entre el personal medico y familiares, respecto del paciente.

El buen samaritano es el agente sanitario a quien se le confía la misión de ser fiel custodio de la vida de sus enfermos, hasta el cumplimiento natural de ella. Se trata de una relación de justicia que Jesús ilustra diciendo “todo lo que deseáis que hagan con vosotros, hacedlo vosotros con ellos” (Mt 7,12). Esto nos enseña que la relación que existe entre el paciente y el personal médico, no se reduce a una mera relación contractual y técnica, sino una relación

de confianza, donde el cuidado de la vida es la primera responsabilidad de los médicos, enfermeras y de los familiares, y tampoco se reduce a la capacidad de curar, porque no siempre se podrá curar.

 

A continuación, cito un pequeño párrafo que es muy revelador: “El Buen Samaritano, de hecho, «no sólo se acerca, sino que se hace cargo del hombre medio muerto que encuentra al borde del camino». Invierte en él no solo el dinero que tiene, sino también aquel que no tiene y que espera ganar en Jericó, prometiendo que pagará a su regreso. Así Cristo nos invita a fiarnos de su gracia invisible y nos empuja a la generosidad basada en la caridad sobrenatural, identificándose con cada enfermo: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40). La afirmación de Jesús es una verdad moral de alcance universal: «se trata de “hacerse cargo” de toda la vida y de la vida de todos»,para revelar el Amor originario e incondicionado de Dios, fuente del sentido de toda vida”.

La carta resalta el acompañamiento que el paciente necesita con cuidados médicos, psicológicos y espirituales, como un deber ineludible, porque de lo contrario sería abandono inhumano del enfermo. La ciencia medicas han avanzado tanto, que son capaces de dar soporte vital de manera extraordinaria a las personas en estados críticos o terminales. En todos estos procesos, actúan personas, los agentes sanitarios, que necesitan una creciente y sabia capacidad de discernimiento moral para evitar el uso desproporcionado y deshumanizado de la tecnología.

Sin embargo, tanto los familiares de los enfermos, como el personal medico se enfrentan a diferentes obstáculos introducidos en la cultura, que evitan poder ver el valor sagrado de la vida humana. En primer lugar, el mal uso del concepto de muerte digna, en relación con el de calidad de vida. En la actualidad existe una visión utilitarista de la vida, y en este sentido, la vida es digna solo si tiene un nivel aceptable de calidad, y cuando esta aparece como pobre, no vale la pena prolongarla. No se reconoce que la vida humana tiene un valor por sí misma.Otro obstáculo es la errónea compresión de la compasión. Ante un sufrimiento calificado como insoportable, se justifica el fin de la vida del paciente en nombre de la compasión. A este punto, la carta aclara que la compasión no va en la dirección de provocar la muerte, sino en acoger al enfermo, sostenerlo en las dificultades, y, sobre todo, ofrecerle amor, atención y medios lícitos para aliviar el sufrimiento.

 

 

El individualismo creciente es otro elemento que se ha introducido en nuestra cultura. Esta forma de pensar, induce a ver a los otros como limites y amenazas de la propia libertad.

 Por ello la carta denuncia que el individualismo es la raíz de una enfermedad latente de nuestro tiempo. El Papa Francisco habla de la cultura del descarte como una idea que sintetiza todos estos obstáculos, que nos impiden ser el buen samaritano para nuestros enfermos.Otro elemento importante son los límites éticos y jurídicos de la autodeterminación del sujeto enfermo. Hoy en día parece que no existen limites en nuestro actuar, olvidando que no nos hemos dado el ser a nosotros mismos, sino que lo hemos recibido, que la vida es un don de Dios y que no podemos disponerla de cualquier manera. Todo ello oscurece la dignidad de la persona enferma y el valor del sufrimiento y el dolor.

¿Qué nos dice la Iglesia ante esta realidad? En primer lugar, la carta nos ilumina mediante el misterio de la Pasión de Cristo. Su agonía en la cruz y su resurrección. Cristo es el hombre familiarizado con el dolor, en su cruz están concentrados y contenidos todos los males y sufrimientos del mundo. Al mismo tiempo Jesús es el buen samaritano que se acerca a todo hombre para curarle y reconfortarle. María estaba al pie de la Cruz, no solo como testigo del acontecimiento, sino también participando de la pasión. Así nos dice la carta, que los que están alrededor del enfermo no son solo testigos, sino signos del amor que permite al que sufre, reconocer sobre él, una mirada humana capaz de volver a dar sentido al tiempo de la enfermedad, porque en “la experiencia de sentirse amado, toda la vida encuentra su significado.“Cristo ha estado siempre sostenido, en el camino de su pasión, por el confiado abandono en el amor del Padre, que se hacía evidente, en la hora de la Cruz, también a través del amor de la Madre. Porque el Amor de Dios se revela siempre, en la historia de los hombres, gracias al amor de quien no nos abandona, de quien “está”, a pesar de todo, a nuestro lado”.

Dentro de algunos consejos prácticos, la carta nos dice que no debemos ni adelantar la muerte ni alargar la vida indebidamente. Se debe esperar el advenimiento natural de esta. Y ante una muerte inminente e inevitable, es licito renunciar a los tratamientos terapéuticos, sin interrumpir los cuidados normales de la nutrición e hidratación. Haciéndolo así, no sería eutanasia, sino una aceptación de la condición humana ante la muerte. Por ello también se nos advierte que no se debe anticipar la muerte con la supresión de las ayudas a la hidratación y nutrición, y los otros procedimientos que alivien el sufrimiento hasta que ya no sean de provecho para el paciente. En definitiva, se debe respetar la evolución natural de la enfermedad. Debemos tener claro que la nutrición y la hidratación no son un tratamiento, sino el cuidado debido a la persona del paciente.

Respecto de los cuidados paliativos, se debe proporcionar el alivio del dolor, suplir las necesidades afectivas, emotivas y espirituales el paciente, y superar los obstáculos que se ponen en los hospitales sobre todo para la asistencia espiritual, impidiendo muchas veces que el sacerdote entre. Por ello el documento afirma que los cuidados paliativos son la expresión más autentica de la acción humana y cristiana de los cuidados, de estar junto al que sufre. Muchos otros puntos se quedan en el tintero, pero este articulo solo pretende despertar el interés por el tema y así leer el documento completo para formar nuestra conciencia.

Pbro. Jorge Alberto Alvarado

El Salvador. Diocesis de Santa Ana.

 

 

 

 

 

 

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