La Madre María Antonia, carmelita, tenía una gran confianza en el sacramento de la Penitencia y en la necesidad de frecuentarlo. Abría su alma a los confesores viendo en ellos a Dios y tenía la buena disposición de hacer lo que le decían, pues Dios allí le manifestaba su voluntad y eso para ella era lo primero.
Toda su biografía está salpicada de esa necesidad y experiencia, desde jovencita hasta los últimos días de su vida cuando estaba fundando con gran esfuerzo el monasterio de Santiago de Compostela el primero de carmelitas de Galicia.
Buscaba para su alma sacerdotes doctos - de letras- y santos. Tuvo que sufrir bastante con la falta de letras de algunos a quienes no podía contar los fenómenos místicos de su alma que Dios le concedía, pues no la entendían , incluso la rechazaban. Ella tenía mucho interés en hablar de eso por temor a que fuesen cosas del diablo y así ser engañada. Bastantes confesores al principio le dijeron que les contara sus pecados pero nada más. Así ella se quedaba en la duda de si aquellas visiones intelectuales eran o no eran de Dios. Ciertamente le daban paz y eso sólo lo puede hacer Dios, pero quería la seguridad del que ve desde fuera y sabe de los caminos de Dios.
Reflexionando sobre el perdón dice que "lo que más me parece ofende a este Señor es el que cuando estamos fuera de su gracia con pecados conocidos por nosotros, que no hacemos caso de las inspiraciones y golpes que continuamente está dando a la puerta de nuestra misma conciencia. Esto es lo que más desagrada a su divina majestad, que la flaqueza del pecado que cometemos" (tom.I, pag 154).
En su viaje con otras jóvenes a Sevilla, a pie, pasa por Coimbra y allí puede abrir su alma a los pp. carmelitas, ciertamente dispuesta a volver atrás si le dicen que es la voluntad de Dios. Allí la confirman en la bondad de su viaje emprendido por petición de Dios, como el de Abrahan, sin saber a donde tenía que ir, pero Dios si sabía a donde la llevaba (T.I pg. 256).
Dice que marcharon de allí (Coimbra) " fortalecidas que parecía que el Señor nos había doblado el espíritu que nos había dado para tal determinación. De contento lloraban las hermanas, y yo no lo hacía menos, de ver que ya, ¡alabado sea Dios! nos había deparado sujetos santos y de letras...después de padecer tanto con gente poco sabia".
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