sábado, 6 de abril de 2013

Conozcamos a nuestros santos

En una nota que publicó la Congregación para la Doctrina de la fe (6-I-12), dice que los santos y beatos son los auténticos testigos de  la fe. Por tanto será conveniente que las Conferencias Episcopales se esfuercen por dar a conocer los santos de su territorio.

Por este motivo estamos dando a conocer dos  personas de Santiago en camino de ser beatificados: la M. Antonia de Jesús y el capuchino Fernando de Olmedo o Fernando de Santiago, como le llaman sus hermanos capuchinos,  por nacer en Santiago.

Para asistir a la beatificación de Fernando de Santiago se está preparando una peregrinación desde la parroquia de S. Miguel dos Agros en donde fue bautizado.
 Dicha peregrinación será los días del 11 al 14 de octubre (tl. 630 713 682). Al ir, se pasará por Arévalo para ver la exposición  Las Edades del Hombre.

Seguidamente,  para conocer más al P. Fernando , pongo el segundo capitulo de su vida, en continuación con lo ya escrito en este blog.

capítulo II




Pasante en el bufete-No puedo defender ese pleito.­ De baja en el Colegio de Abogados-Oposición a con­tador-La Contaduría de Santiago.

La familia del siervo de Dios estaba establecida en Pontevedra cuando él terminó sus estudios, dedicado el padre y los hermanos menores con éxito admirable al comercio. Allí se estableció también el joven y novel abogado, trabajando como pasante con una de las figuras más prestigiosas de entonces en el Foro: el doctor don Felipe Ruza, muy amigo de la familia Olmedo, excelente persona y de eminente capacidad jurídica. Allí actuó con gran competencia, has­ta que, habiéndole dado dicho señor Ruza un pleito para que lo es­tudiara y defendiera, al cabo de unos días se lo devolvió, renun­ciando a este encargo de defender el pleito por repugnar a su con­ciencia los argumentos que debían emplearse para defender al cliente. Y no sólo renunció entonces a la defensa del pleito, sino que desde aquel momento abandonó el ejercicio de la profesión, dán­dose baja en el Colegio de Abogados.
La admirable actitud de: siervo de Dios en esta ocasión revela la delicadeza de su conciencia y el espíritu profundamente cristiano, que no le permitían la mentira, el dolo, el engaño, las razones falsas, y por lo mismo, sin razones, dejando el ejercicio de la profesión que tantos sacrificios había costado a su padre y a él mismo tantos des­velos para cursar la carrera de leyes. Terminado de este modo el imperativo de su recta y delicada conciencia, entró en el negocio que tenía su padre en la misma ciudad de Pontevedra, para dedi­carse a los trabajos de escritorio y contabilidad, los que desempeñó con gran acierto y eficacia.

Entre tanto, habían sido convocadas oposiciones para contadores de Diputaciones y Ayuntamientos en Madrid. Como Fernando había ya desempeñado algún tiempo el escritorio y contaduría del comer­cio de su padre, habidos además los estudios del bachillerato y ca­rrera de leyes, animoso se presentó en Madrid a opositar, con tan buenos resultados que obtuvo el número dos en la clasificación. Sus aspiraciones fueron muy modestas, no obstante el gran éxito al­canzado. Por aquel tiempo estaban vacantes las Contadurías de las Diputaciones de Barcelona, Valladolid y otras; se contentó con optar a la plaza del Ayuntamiento de Santiago, tal vez por ser su ciudad natal, posiblemente porque estaba cerca de Pontevedra, donde residía su familia, o acaso porque sus aspiraciones, en medio del triunfo, fueron muy templadas. Pero, de primera intención, ni siquiera le fue concedida dicha plaza, porque, aun ganada en tan bella lid, la ­política caciquil entonces en aquella región imperante, exigía que antes se doblegara a cierto alto personaje liberal que ostentaba prácticamente el mando en Santiago de Compostela. Pero ni su padre, recto e inflexible caballero castellano, ni el siervo de Dios quisieron hipotecar su libertad, negándose a ingresar en una política que contradecía sus ideas religiosas y los dictados de su conciencia. Por entonces no le concedieron la plaza solicitada, y tan elegantemente ganada. Más tarde, cuando ya era inútil, como adelante verá el lector, se la otorgaron.



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