sábado, 28 de noviembre de 2015

Adviento




Estuve preparando la homilía del domingo primero de Adviento. Las dos venidas, una en humildad que aun dura en la  presencia  de la Eucaristía y otra en Gloria al fin  de los tiempos.

 Con tal motivo me acordé de una anécdota de hace años, cuando vino el Papa Juan Pablo II a España por primera vez.
Estuvo unos 9 días recorriendo ciudades del norte y del sur y el día  noveno vino a Santiago. Misa en el aeropuerto de  Labacolla, acto europeísta, anécdotas, despedida etc.

A los pocos días me encontré con un amigo, persona de estudios y le pregunté qué le había parecido la venida del Papa. Él me contestó: El Papa vino y marchó (Veu e marchou).

La venida de Cristo para muchos puede ser algo parecido: Jesucristo vino y marchó. No dejó huella, no trajo nada… y sin embargo  hay que recordar a los que están adormecidos, embotados,  que Cristo trae la Verdad (en la Palabra) , el Amor y nos trae a Dios. Hay que aprovechar esa venida disponiéndonos al encuentro con Él.

 Todo esto es muy interesante para alguien que piense y se  dé cuenta del daño que hace el pecado, las heridasque por estar sin curar,  supuran y destrozan toda la vida. Es decir el pecado trae destrozos que a veces no queremos ver.

 Pues bien el remedio está claro, hay que confesarse preparando ese encuentro, limpiando la casa. Dios está dispuesto a restaurarla.
Además Cristo vino pero no marchó, sigue esperándonos en la Eucaristía :  el tesoro que causa asombro a  los cristianos y también a los no  creyentes,  si se les explica.

Con Cristo vivimos en la verdad de lo que somos, nos dejamos impregnar del Amor y vivimos el amor hacia los demás y tenemos a Dios. Sin Dios somos como una casa abandonada. Es decir una ruina.

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