jueves, 10 de septiembre de 2015

Me contaron una bonita parábola.




Un padre de familia tenía dos hijos. Uno de ellos estuvo en casa y se marchó dejando varias cosas en desorden. Al poco rato llegó el segundo, su hermano, y  al ver aquello, se puso a criticar tal desorden y a poner a su hermano autor de tal desorden, de vuelta y media.

El padre lo escuchó  con calma y cuando terminó le dijo que le quería pedir algo, un favor. Vete a coger un saco de carbón que tengo en el garaje y vas a tirar los trozos de carbón sobre unas camisas blancas que están al sol. No estaban cerca y tampoco era fácil de darle. Pero el chico empezó con mucho ánimo a tirar el carbón. Pensó que era un juego o  quizá una manía de su padre. Cuando terminó,  sólo una camisa quedó un poco rozada y sucia.

Al terminar,  el padre le dijo que se mirara al espejo, así lo hizo y quedó asombrado porque estaba todo tiznado de carbón. Cuanto más fuerza le daba a los pedazos de carbón, más le quedaba el polvillo del carbón en su cara y ropa.

El padre le dijo que esas eran las consecuencias de las críticas a los demás,  que los manchan a ellos pero mucho más al que critica. El  que critica se ensucia por falta de amor, de comprensión, por no saber disculpar y tener misericordia.

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