martes, 20 de octubre de 2015

Consolar al triste




Es una obra de misericordia espiritual que nos parece fácil de hacer,  pero que tiene también su dificultad.

La nueva Eva

Tengo una  anécdota bonita,  aunque sencilla. Hace un par de años una joven de la Legión de María venía o salía de S. Cayetano, y se encontró con una señora desconocida que la paró y comenzaron a hablar. La señora cogió confianza y le empezó a contar sus dolores y enfermedades y su gran tristeza.
  No dejaba  hablar a la chica de  tanto que  quería contar y, en un momento de respiro,  la joven de la Legión le dijo: Todo está bien pero ten en cuenta que Dios es tu Padre. Se lo dijo para ya poder despedirse,  y entonces la señora atribulada empezó a decir en  voz baja: Dios es mi Padre, Dios es mi Padre y así se marchó contenta de ese descubrimiento que remediaba su angustia.

Si vamos a la Biblia encontramos muchas referencias a consolar y a la alegría o la tristeza. Por ejemplo. Cuando Adán y Eva salen del paraíso, Dios no solo los viste de pieles sino que los consuela, les dice que vendrá un día en que el demonio,  que les engañó miserablemente , será vencido totalmente,  precisamente por una mujer y  además que habrá redención de la  humanidad que empezaba.

Ya se marcharon un poco más consolados y con esperanza. Dios estaba claramente de su parte.

En la segunda carta a los corintios nada más empezar dice:

 3 Alabemos al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, pues él es el Padre que tiene misericordia de nosotros y el Dios que siempre nos consuela. 4 Él nos consuela en todos nuestros sufrimientos, para que también nosotros podamos consolar a los que sufren, dándoles el mismo consuelo que él nos ha dado. 5 Porque así como los sufrimientos de Cristo se desbordan sobre nosotros y nosotros sufrimos con él, así también por medio de Cristo se desborda nuestro consuelo. 6 Pues si nosotros sufrimos es para que vosotros tengáis consuelo y salvación; y si Dios nos consuela es también para que vosotros tengáis consuelo y podáis soportar con fortaleza los mismos sufrimientos que nosotros padecemos.

Desde luego sale con amplitud el tema de que tratamos. Ahí aprendemos a acudir a Dios y a trasmitir la experiencia del consuelo que recibimos de Él.
También en el Evangelio aparecen ocasiones en que Jesús consuela a alguien. P.e. a la viuda de Naín que le iban a enterrar a su hijo único, Jesús le dice: Mujer no llores.  También le llamó Mujer a su madre la SS.  Virgen,  en Caná de Galilea.

A los apóstoles, cuando les anuncia la pasión siempre añade: y al tercer día resucitaré. Cuando resucita Jesús desborda en cariño con los de Emaús, con las mujeres y los apóstoles.

Ahora mismo, cuando ve a la humanidad perdida porque se aleja de Dios envía a su madre que hace el oficio de divina pastora invitando a los hijos de Dios,  al retorno a la casa paterna, a la Iglesia.

Hubo santos dotados de condiciones para  consolar al triste, como S. Felipe Neri que se le ha llamado el santo de la alegría. Le seguían por las calles de Roma especialmente gente joven que quería oírle y hablarle. Les trasmitía alegría y paz.

S.Felipe Neri con jóvenes
La alegría supone una radical confianza  en un Dios que es padre y es providente,  en quien confiamos poniéndonos en sus manos  y bajo su cuidado. Los santos han experimentado esta realidad y han sido felices aun en medio de dificultades  y con sus tristezas,  que trataban de desechar.

La tristeza es alidada del enemigo. Puede tener muchas causas, pero de todos modos hay que desecharla. Incluso cuando recordamos nuestros pecados hemos de recordar más bien la misericordia que Dios ha tenido con cada uno,  mas  que el pecado.

Hay que pedir este don de consolar al triste y ayudarle a encontrar la alegría. La oración nos ayuda y la amistad verdadera también.

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