viernes, 9 de octubre de 2015

Perdonar al que nos ofende




Obra de misericordia,  difícil pero gozosa.
He oído a mas de uno,  que el que no perdona queda con culebras en el corazón que engendran otras culebras, dañan al que odia o no perdona mucho más que al ofensor. Hay que quitar las culebras y perdonar. El odio que puede llegar a acumular una persona en su corazón,  puede ser tan  venenoso como el que tiene  una culebra.

A Dios le gusta perdonar, le gusta decir  Yo te perdono y lo hace cada vez que nos confesamos. El corazón de Jesús y de María son corazones sin rastro de rencor, corazones inmaculados. Por eso son refugio seguro.

A pesar de eso, hay personas que no perdonan y pasan años y años con esa herida interior que habría que curar y sufren por no perdonar. Quizá tengan que pedir ese don a Dios. Decirle a Jesús, a María  y a la Magdalena: Dame un corazón como el  tuyo.

¿Qué hacer para poder perdonar?
Dios ama a esa persona y yo no puedo odiarla, es mi hermano quizá débil; desear su bien y recordar lo que el mismo Jesús ha dicho que hay que perdonar hasta setenta veces siete. Hay que tomar ejemplo de tantos mártires, también actuales,  que mueren perdonando a los que le matan.

Jesús perdonó a Pedro que le negó, a los demás apóstoles que le abandonaron, disculpó a los que le estaban crucificando y perdonó al ladrón arrepentido etc.  El mismo se  retrató en el padre del hijo pródigo que no sólo perdonó sino que le abrazó y le hizo una gran fiesta  a su hijo arrepentido.

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