viernes, 23 de octubre de 2015

Sufrir con paciencia los defectos del prójimo




 Otra obra de misericordia que se puede practicar todos los días.
El prójimo es el que está a mi lado, en la oficina, en clase,  en el autobús o en la sala de espera del hospital. Pero especialmente son los  de mi casa. El marido,  la mujer los hijos etc. Se puede pensar que esta es una obra de misericordia,  especialmente dedicada a los casados.

¿Por qué sufrir  al que me cansa? ¿No es mejor mandar de paseo al prójimo  y vivir a mi aire?

Esta obra de misericordia es especial para los casados. Serán capaces de convivir si se aman, es decir si desean hacer el bien al otro que eso es el amor. Lo  dice Santa Tomás.

 Si acepto un mal que me viene del otro,  de su carácter o modo de ser,  es por un bien. ¿Cuál es el bien? Pues, que me santifico,  que hay paz y ayudo  al otro,  contribuyo a su conversión. Hay un refrán  que dice que,  cuando uno no quiere dos no riñen.

Conocí a un marido que era un faltón integral. Además, lo era con todos. Un día le pregunté a su esposa como se había casado con él. Me contestó que ella quería estar casada y tener hijos  y que eso lo había conseguido. Lo demás,  lo aceptaba. Me dio ejemplo de cómo hay que fijarse en lo positivo y poner lo que nos molesta en un segundo plano.

Nuestra vocación es social. No fuimos hechos para estar solos,  necesitamos y servimos a los demás. Pero también hay que decir que, si Cristo no está en medio, es difícil convivir. La convivencia llevada con las  solas fuerzas de  cada uno,  se hace tantas veces un martirio sin sentido. Por eso es necesario que Dios esté en nuestra vida y cuanto más mejor.

La beata Paula Gambara casada con un conde, veía los grandes defectos de su marido, incluso sufría su maltrato, pero su reacción no fue coger y marcharse, sino que se propone convertirlo y ayudarle a cambiar desde la oración y el trato. Hacía lo que aconsejaba S. Pedro en una  de sus cartas,  responder a la ofensa con una bendición. Desde  luego ella se hizo santa  pero también consiguió la conversión de su marido y que muriese en paz con Dios.
Paula  ayudando a los pobres

S. Félix de Cantalicio, capuchino, pedía  por las calles de Roma y a veces le insultaban. A la persona que le insultaba él le respondía: Que Dios te Bendiga y haga santo.

Oí hace poco tiempo un bonito testimonio. Empezaba así: doy gracias a Dios porque no se cansa de mi (Dios si tiene paciencia con nuestros defectos), y continuaba  diciendo que de sus padres, a quienes trataba de comprender, no había  recibido la fe, no se la trasmitieron sino que sólo se preocuparon de su estudio, pero ahora comprende que hay cosas que no se arreglan con la ciencia o la sabiduría. Y ponía este ejemplo: la soberbia no se quita con ningún antibiótico y lo mismo los demás pecados capitales. Se necesita de Dios, ese Dios que no se cansa de perdonar.

Hay que perdonar constantemente. No guardar rencor, vivir con la ilusión de hacer más fácil el camino de los demás que también  han de sentirse comprendidos  y han de experimentar que  Dios está pendiente de ellos como lo estamos nosotros.

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