sábado, 3 de octubre de 2015

Dar de beber al sediento




Esta es una obra de misericordia que tal vez se puede practicar en algunos países de África en donde hay gran sequía y el agua potable está a distancia y también en países orientales como Israel en el que escasea el agua. 

De hecho sabemos de la importancia de los pozos y de cómo Jesús de Nazaret pidió de beber a la samaritana junto al pozo de Jacob. Dame de  beber, le  dijo.

También en la Cruz Jesús dijo estas palabras  TENGO SED. Alguien le llevó una esponja empapada en vinagre que él probó como  agradecimiento. Tal vez con esas palabras quiso expresar otra clase de sed. La sed de almas, la sed de ser amado por el hombre, sed de mi sed.

Las religiosas de la Madre Teresa de Calcuta, las Misioneras de la Caridad, tienen en todos sus oratorios, junto a la imagen de Jesús crucificado, una cartela que pone esas palabras: Tengo sed.

Pregunté  a varias personas si habían tenido ocasión de vivir esta obra de misericordia,  tal  vez fundada en las palabras sobre el juicio final: tuve sed y me disteis de  beber. La respuesta fue negativa.  Solo en una ocasión vi ofrecer agua a peregrinos,  en la JMJ, cuando  numerosos jóvenes subían al monte del Gozo, aquí en Santiago, un día caluroso de agosto, cargando con  sus mochilas hasta a  una distancia de unos  4  kilómetros y todo a pié. Allí iba a ser el encuentro con el Papa. Era de agradecer aquella agua fresca.

En esta ciudad hay fuentes en la calle  a ellas  acuden algunos a beber, pero no es necesario dar de beber. Abunda el agua por todas partes.

Mi experiencia en esto es muy limitada y quizá no es válida.  A  veces le tengo dado algo de  dinero a ambulantes que  vienen con frecuencia a la parroquia y luego tengo encontrado a alguno sentado al sol y con una botella de zumo y otra  de vino, saciando su sed o calentando el cuerpo. 
Los comprendo pues a veces las noches son frías y se necesita la fuerza del vino para entrar en calor y dormir mejor,  ya que duermen al raso con frecuencia.

En cuanto a la otra  sed, la sed de amistad, de ser escuchado o de ser feliz, ahí sí que hay mucho que hacer. ¡Cuánta angustia y soledad y sufrimiento! Gran tarea  que tenemos por delante para apagar esa sed, en la que Dios se vale de nosotros y de nuestra generosidad.






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