jueves, 1 de octubre de 2015

Dar de comer al hambriento




 Visitando a un enfermo, le pregunté si conocía gente con hambre. Me contestó que sí, conoció a algunos aunque más bien pocos. Yo con gente hambrienta me encontré en una ocasión, un joven que llevaba dos días sin comer, pero de ahí no he pasado. Sin embargo las estadísticas dicen que en el mundo hay 1040 millones de gente con hambre crónica. Con hambre de comer. 

De hecho hay comedores económicos para  pobres,  en muchas ciudades del mundo, y los bancos de alimentos están  a la orden del día,  haciendo una buena labor.

En el evangelio se dice que  en el día del juicio   seremos examinados sobre varias obras de misericordia entre otras se dice: tuve hambre y me disteis de comer. Jesús sigue teniendo hambre en el hambriento. El mismo pasó hambre después de aquellos cuarenta días de ayuno, cosa que aprovechó el diablo para tentarle de hacer un milagro en provecho propio. También tuvo hambre cuando fue en busca de higos en una higuera que no tenía  nada que ofrecer. Sólo hojas. También,  es de suponer,  que cuando los apóstoles cogían  espigas de trigo en los sembrados para comer, es señal de que  andaban con bastante apetito.

He conocido a personas buenas que compartían lo que hacían para comer en sus casas con algún vecino necesitado. Era una manera discreta de ayudarles sin humillarlos: darles la prueba.

 Cuando, siguiendo lo que nos manda la Iglesia,  ayunamos,  tenemos una cierta experiencia de lo que puede ser tener hambre,  aunque en muy pequeña dosis.

A mi casa vino en una ocasión, a la hora de comer,  un señor vestido de sacerdote, que hablaba italiano y me pedía para comer. Le senté a la mesa y me contó unas historias inverosímiles y al final  quedé con la duda de si era o no sacerdote. En fin no me quedaron ganas de invitar a otro pobre a la mesa,  al menos si no lo conozco de algo.
Una manera de ayudar es dar algo, pues el Señor dice en el Evangelio; al que te pide, dale. No dice la cantidad ni siquiera si ha de ser dinero, pues a veces si le das un buen trato, como persona,  le miras,  le escuchas,  ya le están dando mucho, y para sacar el hambre de un día basta con un poco, y si te engañan, no es tanto.

Lo más socorrido es ayudar a los que ayudan y ya son profesionales, como caritas, cocina económica y otros. Estos voluntarios, generalmente y por la gran práctica que tienen,   saben discernir.

Hay otras hambres, como son hambre de saber la verdad, de ser amado y de amar, hambre de felicidad o de compañía,  por decir las más nobles hambres. Hay otras que rebajan al hombre y no dan felicidad.

Un buen ejemplo de hambre de verdad fue S. Agustín que la buscaba ansiosamente,  hasta que encontró la Palabra de Dios y a Cristo. El hambre de amar es natural al  hombre pues fue hecho para amar y ser amado y así es como se realiza. Los santos amaron a Dios y al prójimo con una gran intensidad y así fueron felices e hicieron felices a los demás.



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