“LA MISERICORDIA DE
DIOS ES PARA TODOS”
Ya lo
dirá Santa Faustina Kowalska (Apóstol de la Divina Misericordia) como palabra
transmitida del mismo Jesucristo: “…Cuanto más grande es el pecador, tanto
mayor son los derechos que tiene de la Misericordia de Dios.”
Aspirar a la santidad
no es sinónimo de llevar una vida “perfecta”, pues quiérase o no, la realidad
del pecado está siempre presente en nuestro día a día; y es la experiencia misma
de la debilidad y la fragilidad humana, la que nos hace sentirnos muchas veces
derrotados, desesperados e incluso llegar a pensar que no somos merecedores del
perdón de Dios. Y comenzamos a tener miedo de nuestra misma debilidad y caemos fácilmente en situaciones incontrolables,
pensamientos y actitudes que van desgastando nuestra vida hasta tal punto que
no logramos encontrarnos a nosotros mismos, ya que no hemos encontrado
plenamente a Dios.
Pero la debilidad,
a la que tanto temía, era en sí misma una bendición y un gran don para mí,
aunque al principio no me lo parecía. El debilitamiento en mi resistencia hizo
que, poco a poco, fuera perdiendo el apoyo en mí mismo; y en consecuencia, en
la ilusión de que era capaz de afrontar cualquier prueba de fe por mis propias
fuerzas. Gracias a esto, me vi “obligado” de alguna manera a suplicar
Misericordia, y por lo tanto a buscar mi apoyo solamente en Dios. Surgiendo así
una oportunidad excepcional para que la gracia de Dios penetrara en mi corazón,
y poner en movimiento una intervención especial de la Providencia Divina.
Pero todo
esto suscitó en mí una pregunta: ¿Cómo podré corresponder a ese abismo de Misericordia
que Dios me ofrece?; y comencé a plantearme muchas formas para “tratar” de
complacer a Dios; pero sin apenas sentirme satisfecho de lo que hacía. Sin
embargo, la misma Santa Faustina me dio la respuesta: “Sólo basta la confianza”.
Puesto que: “Toda alma que cree y tiene confianza en la Misericordia de Dios,
la obtendrá.”
Este mensaje llegó a mi vocación cuando llevaba
apenas tres años recorridos dentro del seminario, y fue entonces cuando empecé
a descubrir la acción misericordiosa de Dios en cada detalle de mi vida, y como
Él va poniendo a las personas, los lugares y las circunstancias adecuadas para
ir escribiendo mi historia; “una historia de amor y de misericordia” donde el
protagonista es Dios mismo. Una historia en la que para realizar las grandes
obras de Dios en mi vida, no necesito poseer grandes dones, más bien una gran
paciencia y disposición para dejarlo a Él desempeñar su trabajo y a mí lo único
que me corresponde es poner amor en todo lo que hago, pues el amor es lo único
que puede realmente hacernos cambiar. Tratemos, pues, de descubrir la
Misericordia de Dios en nuestras vidas, ya que sólo así seremos auténticos
portadores para los demás del más grande atributo de Dios: “SU INFINITA
MISERICORDIA”.
Termino mi reflexión
con las palabras del Papa Francisco durante una
de sus primeras homilías, son palabras que resuenan constantemente en mi alma y
me ayudan a reconocerme siempre como “un mendigo” de la Misericordia de Dios:
"Y El mensaje de
Jesús es éste: la Misericordia. Para mí, lo digo humildemente, es el mensaje
más fuerte del Señor: la Misericordia... El Señor jamás se cansa de perdonar:
¡jamás! Somos nosotros quienes nos cansamos de pedirle perdón. Pidamos la
gracia de no cansarnos de pedir perdón, porque Él no se cansa jamás de
perdonar." (Papa Francisco)
José Manuel Salazar
Seminarista de El Salvador
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