Una ejemplar esposa.
María Antonia Pereira y Andrade, luego M. Maria Antonia de
Jesús, vivió un tiempo de casada antes de seguir
el Impulso de Dios de ir a un convento, poniéndose de acuerdo con su marido y con los debidos permisos.
En este lance que voy a relatar pudiera decirse que debiera
escoger otros santos matrimonios o matrimonios en proceso de beatificación que
vivieran siempre de casados y que seguramente tienen actitudes bien ejemplares.
Sin embargo escogí a María Antonia porque tiene una autobiografía en que relata
muy detalladamente su mundo interior ante Dios y por tanto da datos que son
fiables y no suposiciones que pueden sacarse de las obras.
Vengamos al caso. Ella
observa en su vida que no tenía oración de propósito en aquellos sus
primeros tiempos de casada siendo aun muy joven, ni sabía qué cosa era la
oración y así “he perdido el mejor tiempo de mi vida”. Dice ella que amaba lo bueno pero así a bulto, sin más definición y
especulación que acordarme que había Dios y su santa ley; y por este Señor, sin
más discursos, apetecía lo bueno.(cap.XII 1ª parte). Esto tiene que ver con
lo que luego voy a contar pues Dios se vale de las circunstancias y tentaciones
para iniciarla en la oración personal.
Su marido por afán de dinero para sostener la familia desea
marchar, como tantos gallegos lo hicieron, a
lugares más prósperos y pide licencia a su esposa para ir a Cádiz por
algún tiempo. Ella se lo concede por darle
gusto y para que no viviese angustiado por el sustento de su familia. No
sin antes de ponerle por delante algunos reparos, hacerle ver los
inconvenientes que había y con la
condición de que no se había de detener
mucho tiempo fuera de casa.
Ella quedó en casa, enferma, con el chico de 10 meses y una
criada. Él le dijo que no fuera a la casa de los suegros porque nueras y
suegros nunca se suelen avenir muy bien, y así lo hizo.
Se quedó sola y el demonio empezó a valerse de la ocasión. Un amigo de
su marido le visita, tal vez con no muy buena intención, y María Antonia reacciona con fortaleza, buenas razones y claridad de que debe marcharse, como así lo hace, después de excusarse.
Ese mismo amigo vuelve a insistir llamando otra noche a la puerta y ella, sin abrir, se dirige a Dios diciendo ¿qué será
de mi Señor, si me dejas de tu mano? En esta ocasión voy perdida. Siente su
falta de fortaleza y su gran debilidad sin Dios, pero sigue hablando con el
Señor. Tiene cerca un crucifijo (es bueno tener un crucifijo en la casa o una
imagen de la Virgen), y lo mira en oración hablándole como le salía del corazón
y en un momento le pareció que su divina Majestad le habló desde la cruz
con estas palabras: “apártate de la ocasión en que me puedes ofender, y sígueme”.
Aquellas palabras le producen maravillosos efectos. Fueron
como muchas luces juntas que le dio el Señor y cada palabra “era como una saeta
que traspasaba lo más íntimo de su alma”.
Pasó largo rato en diálogo con el Señor y está pronta para
lo que El le diga “No quiero (nada) si no
es tu Santísima voluntad”. Se siente
fortalecida y confortada.
Pero ella sabe que aquellas palabras que oyó son para llevarlas a la práctica e inmediatamente pone
los medios para seguir la voz del Señor y pasa a vivir con sus suegros,
venciendo su repugnancia, ocasionada por un falso testimonio y por la petición
que le había hecho su marido antes de marchar pidiéndole que viviera sola, pero lo hace
por ser voluntad de Dios.
Aquellas palabras le dan mucha materia de oración
especialmente esta: Sígueme .¿como?
¿A dónde? – pregunta-
Al mismo tiempo le vienen unos grandes deseos de soledad
para estar con Dios, para desahogar con El sus ansias y sus penas. Se da cuenta
de lo mucho que tiene encerrado el Señor en sus palabras ¡Cuánto le decían!
Y aquí comienza una vida de mucha
intimidad con Dios.
Es un trocito de su vida que puede servir de alerta para
muchos matrimonios que quieren vivir su vocación santa.
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