viernes, 13 de marzo de 2015

La humildad de un ratero




Al final de la Misa  del comienzo de las 24 horas con el Señor, leía a los feligreses unas palabras sobre la oración, de Tertuliano.

 Dice este testigo de los primeros cristianos muchas de  las ventajas de la oración. Sirve, escribe, para perdonar los pecados, apartar de las tentaciones, para que cesen las persecuciones, para consolar a los abatidos, guiar a los peregrinos, mitigar las tempestades, para impedir la actuación de los ladrones, y sigue.
 Me chocó esto último y me  hizo pensar lo bueno es que esto sea así. Que el poder de la oración llegue a frenar a los ladrones.

En el convento de Santa Clara de Santiago aparece la santa en la fachada con un custodia en la mano y esto está así  porque entrando unos ladrones  por las murallas del convento de Asís, la santa pidió le trajeran  al Señor y lo puso en la ventana  y los ladrones huyeron despavoridos.

Pues ocurrió este día que,  al llegar a  la sacristía, como casi siempre vinieron varios pobres a pedir. Hablaba con ellos dos palabras y les daba algo. Ya cuando salía para dar gracias por la Misa,  se me acercó otro y me dijo que quería hablar a solas conmigo. Yo me resistía y saqué una moneda para darle, pero me insistía en lo de hablar a solas y cedí.

 Ya en la sacristía me pedía perdón una y otra vez. Sacó una cámara fotográfica que me había cogido del chubasquero durante la Misa y me la devolvió muy arrepentido. Me contó que después de cogerla anduvo un rato bajo la lluvia, la abrió y vio la última foto que era el cartel de un pobre que pedía en la calle que  decía hoy por mi, mañana por tí. No sé si fue por esa foto o por la conciencia que le reprochaba, o por la oración de  ese día, que dio media vuelta y me vino a devolver la máquina.
Salió con  unos euros de ayuda pero volvió inmediatamente para asegurarse que le había perdonado de corazón y no le guardaba rencor.

Pudo haber dejado la cámara en la sacristía y marchar, pero quiso el perdón. Me pareció  un buen acto de humildad y le invité a que viniese un día con calma y que se confesara de toda su vida, cosa que me prometió.

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