lunes, 30 de septiembre de 2013

Últimos días del P. Fernando Olmedo , capuchino

IX

Fuera del sagrado recinto- Vida de convento-Asalto y registro  a la casa refugio-¿Qué te decían en la garita de Jesús?-Jesucristo era socialista

Tan graves se pusieron las cosas, según queda relatado en otras páginas de esta obrita; en la última quincena de julio del 36, que a las personas consagradas a Dios en el claustro, les fue de todo pun­to imposible permanecer en él en la zona roja, so pena de morir a manos de los perseguidores de la Religión.

El padre Fernando residía en el convento de Jesús de Madrid, y ya el día 20 tuvo que abandonar la pacífica morada para refugiarse en casa de una devotísima señora, de antemano buscada, en la calle de Lagasca, llamada la caritativa señora doña Carmen Casado, in­signe bienhechora de la Orden Capuchina.

En aquella morada de paz, se reunieron con el padre Fernando, el hermano fray Roberto de Erandio y un aspirante a religioso ca­puchino. Desde el momento de su llegada establecieron una vida verdaderamente conventual, bajo un reglamento acomodado a las circunstancias, pero sin omitir nada de cuanto se practicaba en el convento, excepción de la Santa Misa que el siervo de Dios, bien a pesar suyo, no podía celebrar por carecer de todo para el Santo Sa­crificio. A propósito de esto nos refiere fray Roberto lo siguiente: «Después de muchos rodeos y de no pocas precauciones pude llegar a la calle Lagasca. Me recibieron con mucha caridad, sobre todo el padre Fernando; con él estaba Teófilo, un joven postulante. Al otro día de la llegada ya teníamos hecho el plan de vida. El horario parecido al del convento; más tiempo de oración mental y lectura espiritual. Las pláticas eran sobre la bondad de Dios y su misericor­dia con las almas. Recuerdo y no lo olvidaré mientras viva, las su­blimes comparaciones y ejemplos que ponía. El padre Fernando edi­ficaba a todos par su buen ejemplo y por su caridad. El Santo Rosario y el Víacrucis lo hacíamos con la señora y las criadas.

»Varias veces le dijo el padre a la señora de la casa que no pu­siese tan buena comida, que la guerra podía ser larga; pero la se­ñora, siempre muy optimista, le contestaba que pronto entraría Franco.

»Nosotras creíamos que nadie nos había visto entrar en la casa. Un día, al venir de la compra una de las criadas, le dice el portero:

- Mira, tened cuidado porque cerca de aquí andan los mila­cianos.
»-Y a nosotros, ¿qué nos importa? La señora y la criadas. »-Y los tres frailes que tenéis escondidas.
»Cuando la criada nos contó lo que le dijo el portero nos quedamos muy tristes y pensativos, esperando lo que por fin llegó”.

Se nos ha informado que el día once de agosto, ya tarde, es decir, ­a última hora de la tarde, fue el padre Sixto de Pesquera a visitarlos, pero debió de ser el día anterior, o sea el diez, porque fray Roberto de Erandio no coincide en la relación escrita que desde Venezuela envió y que verbalmente nos ha comunicado en su reciente venida a España, asegurando que es su relación la verdadera, por estar él ­presente. De todos modos el padre Fernando recibió con gran alegría la visita, pues dijo: «Carísimo, qué alegría de verle.» Dijo entonces el padre Fernando al visitante: «Pues nos coge usted meditando y precisamente estábamos pensando en estas cosas: qué grande sería la gracia que Dios nos otorgara si nos hiciera mártires; y el momento no podía ser más propicio, porque ahora los tres estamos dispuestos para ello.» Seguidamente los tres me dijeron que si por acaso  surgiera este feliz augurio, que querían confesarse para estar preparados. Recuerdo que puse algún reparo, porque era tarde., pero ellos insistieron y los confesé. A las cinco de la madrugada del día siguiente suena el teléfono de mi casa, y se puso una de las hijas de la familia de los señores, y luego vino a mi cuarto y me dice: llama su primo.» Entendí la consigna y me puse al teléfono y oí la voz de una sirvienta de la casa donde estaba refugiado el padre Fernando, que me decía: «Procure usted no venir por aquí  esta mañana, porque el enfermo a quien tenía usted que poner la inyección ha muerto.» Comprendí todo el significado de la tragedia, y no insistí más.»

El hermano fray Roberto de Erandio nos ha referido al detalle el registro de la casa, la detención de ellos y su posterior odisea. He aquí sus palabras: «Día 11 de agosto. Por entre las cortinas pude ver que los milicianos en la casa de enfrente, en la misma calle, registran y ponen en desorden todas las cosas. Yo se lo comuniqué inmediatamente al padre Sixto, indicándole del peligro que corríamos y que yo no tenía documentación. El padre Sixto no estaba casa. El padre Fernando se acostó, y no sé por qué en la mesilla de noche había algunos frascos. Serían aproximadamente las dos de la tarde ­cuando se presentó un grupo de guardias y milicianos. En aquel  momento el padre se encontraba en el cuarto de aseo; golpearon fuertemente la puerta y salió el padre. Nos mandaron al recibidor. Apoyados en la pared y con los brazos en alto nos hicieron algunas preguntas. Nos pidieron el dinero, y les entregamos cincuenta pesetas cada uno; lo que nos dio a cada -religioso el padre guardián. Nos pidieron más dinero, y como no teníamos, nos registraron hasta rom­per el bolsillo.

»Parece que al padre Fernando le conocían o les informaron que era sacerdote, porque la furia y los insultos eran para él. Se notaba que los milicianos estaban contentos, aunque aparentaban estar de mal genio. Al padre le hacían muchas preguntas, y contestaba con serenidad y sin miedo. Yo creo que el padre pronto se dio cuenta que a él le buscaban para matarle. A mí me llevaron a una habitación inmediata y poniéndome el revólver en el pecho, me preguntaban por el Superior y por el dinero; pero como no sacaban nada, me llevaron otra vez donde el padre.

»-¿Qué te decían a ti en el confesonario? (garita decían ellos).
»-Yo no puedo decirlo, porque eso es secreto de confesión.
»-Jesucristo fue socialista y andaba descalzo. Quítate las alpar­gatas. El padre se agachaba para quitárselas, y me parece que le dieron un empujón y le decían: «Eso quisieras tú».
>-Y tú, muchacho, ¿qué hacías con los frailes?- le preguntaron al postulante.
>-Yo estaba de refitolero.
>-Y ¿qué es eso?
>Y se marchaban. Mientras tanto, otros milicianos y guardias insultaban a los de la casa y se llevaron la caja de caudales de la señora”.


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